No saben cuánto detesto la semana de exámenes bimestrales. Todo pasa tan lento que siento que voy a morir y solo espero pacientemente a terminar cada examen para poder irme a casa. Claro, con todo lo que ha pasado últimamente tampoco tengo muchas ganas de continuar, pero aquí sigo.
Cuando al fin terminan los exámenes el jueves, siento que puedo sonreír convincentemente. ¡Al fin voy a tener mi libertad! Una semana de libertad, es cierto, pero es algo. Una semana sin ver a ninguno de los apestosos de mis compañeros y liberarme de todo el drama. Necesito un tiempo solo para mí.
Cuando despierto el viernes, sin embargo, recuerdo que tengo planes y miro con tristeza mi teléfono celular. Augusto me ha saludado con un "buenos días" y "espero verte pronto". Decidimos salir hoy con Kendra al zoológico, algo que me parece curioso, pero no tan descabellado, solo curioso. ¿Qué me iba a imaginar yo que terminaría el primer día de vacaciones saliendo con esos dos? Mierda, voy a ser el mal tercio otra vez. No, Augusto prometió que eso no iba a pasar, o al menos eso quiero creer.
—¿A dónde vas, Andra? —pregunta mi mamá al verme salir tan temprano.
—Al zoológico con unos amigos —le digo y ella parece anonadada—. Quedé con ellos y vamos a ir a pasear.
—¿Al zoológico? —pregunta sin creerlo—. Bueno, al menos harás ejercicio.
—Sí —digo poniendo los ojos en blanco—. ¿No tienes que ir al trabajo?
—Me siento un poco mal —dice mi mamá—. Necesito un día libre.
—Está bien, descansa.
Salgo con mi maleta y me subo al primer micro que encuentro. Es un largo viaje de dos horas por el tráfico y la distancia, pero el tiempo se pasa volando. Creo que es algo que suele pasar cuando estoy más nerviosa de lo usual y realmente no sé qué debería hacer o decir para bajar la tensión con Kendra y no hacerme sentir incómoda por tanto amor que veré frente a mí.
Bajo en el paradero indicado y casi le grito al chofer porque ni siquiera para bien el carro para que pueda bajar. ¡Pero qué desesperante! A veces simplemente no soporto vivir en la ciudad. En fin, voy a la entrada del Parque de Las Leyendas, un zoológico famosísimo en mi ciudad de origen, y espero a los chicos. Solo espero que no demoren mucho porque no me gusta esperar.
Después de veinte minutos, suena mi celular y yo respondo de mala gana.
—¿Augusto? ¿Dónde están? Me aburro soberanamente —le reclamo.
—Estamos a un paso —responde él y escucho el barullo de la calle—. Kendra había olvidado su mochila.
Unos minutos después ambos aparecen frente a mí. Augusto lleva puestos unos shorts azules y un polo negro holgado mientras que Kendra se ha puesto unos bonitos shorts blancos con un polo de rayas rojas y blancas. Se ve realmente bonita con esas trenzas que le dan una apariencia angelical pero su mirada denota carácter y astucia. ¿Cómo es que Augusto no puede ver eso?
Entonces comparo su ropa con la mía. Yo estoy usando unos jeans azules y un polo gris ancho con un logo de Perú, como siempre mostrando el orgullo a la patria. No me he arreglado especialmente para hoy, solo me hice una coleta y como no me maquillo debo de verme fatal en comparación. Pero ojalá no se note mucho. Hice lo posible para que me viera algo decente.
—Hola —los saludo de lejos y Augusto simplemente me abraza. Me siento incómoda de repente ya que su enamorada nos está viendo, pero recuerdo que esto es lo normal.
Kendra se acerca con una pequeña sonrisa y me da un beso en la mejilla. Huele bien, como a flores, un olor delicado pero encantador. Me gustan los olores y tiendo a recordarlos por lo que me sorprendo a mí misma al no haberlo sentido antes.
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Hilo rojo del destino
Roman pour Adolescents¿Alguna vez han oído hablar de él? Cuentan las historias que es un hilo invisible que conecta a las personas que están destinadas a estar juntas y que pase lo que pase no puede romperse. Interesante, ¿verdad? Lamentablemente, no creo en tales cosas...