51

51 5 0
                                    

A veces, cuando me levanto en la madrugada, me siento sobre la cama y empiezo a divagar. En la oscuridad de la noche es cuando me siento más conectada con el mundo. No hay ruido que disturbe mis pensamientos y todo es paz para mí. Excepto, por supuesto, por mis demonios, aquellos que me persiguen hasta en los sueños.

Ayer no pude dormir, estuve toda la noche mirando hacia el vacío, pensando en una solución o en algo que alegrara mi espíritu. Me gustaría ser positiva como otras chicas, pero mi pesimismo es algo característico de mi persona y algo de lo que, lamentablemente, no puedo deshacerme con facilidad.

Por todas estas razones, ahora que estoy en la escuela, no puedo hacer más que aislarme de todos e intentar concentrarme, sin éxito, en mis quehaceres. No sé si los otros lo han notado y hoy no me interesa. No deseo su lástima ni esas palabras de ánimo que muchos otros llorarían por tener. Solo quiero estar sola y olvidar por un momento que todo eso ha pasado.

Debo tomar una decisión, ¿verdad? Lo que me fue revelado hace unos días solo ha hecho más fuerte mi deseo de no ir a ese lugar. Quiero estar en un lugar en el que me sienta querida y en el que sea capaz de querer, pero, tristemente, ni en la catequesis ni en la escuela soy capaz de encontrar eso. El único lugar que se acercó a provocar ese sentimiento fue la terapia, pero eso ya se terminó.

¿Será esto el tan odiado karma? Pienso en Augusto y una sonrisa aparece en mi rostro inesperadamente. ¿Qué será de él? ¿Ha sido capaz de perdonarme? ¿Ha sido por culpa suya que yo he sido maldecida de esta manera?

***

Sé que estar de esta manera no es sano, pero no puedo dejar de lamentarme por los siguientes días. Todo ese tiempo pasa volando para mí ya que ni me percato de cuántos días pasan. Solo sé que cuando despierto de ese largo sueño, el día jueves ha llegado. Como si se tratara de una nueva estación, todo parece brillar a mi alrededor. Es el inicio del invierno para mí.

Andra, ¿podemos hablar? —pregunta Lola intentando medir sus palabras.

—Yo creo que sí —le respondo y ella se sienta a mi lado—. ¿Qué pasa?

—Es solo que ya van varios días que no hablas y estoy un poco preocupada. —Por su rostro, sé que dice la verdad—. ¿Pasó algo? ¿Quieres dibujar a Marquito?

En vez de alegrarme por la idea, tan solo arruina mi humor aún más. Recuerdo que peleamos la última vez que tuvimos una conversación y que ni siquiera he tenido tiempo de pensar en él. Y parece que sucede lo mismo con él.

—Es solo que... —Por un momento, contemplo en decirle la verdad a Lola. Es mi amiga y confío en ella, pero no puedo decirle eso. No quiero que me vea como una chica débil—. No he dormido bien en estos días, creo que es por las pesadillas.

—¿Otra vez? —pregunta Lola y parece aliviada—. Pensé que ya habían desaparecido.

—Yo también pero siempre me acompañan.

Esta es una vil mentira, pero hay algo de verdad en ella. Mi vida en este momento es una pesadilla para mí. Pero no puedo decirle eso a mi amiga, no quiero que se preocupe por esas cosas. Además, no deseo que me vea con pena o que use eso en un futuro en mi contra.

Después de eso nos podemos a conversar de temas estúpidos. Sonrío como siempre, finjo que no pasa nada, que me siento bien. Soy muy convincente porque ella no se da cuenta de mis mentiras y sigue hablando con mucho entusiasmo. Pese a eso, siento que cada vez algo se va apagando en mí.

Ese día tenemos clase de historia y tenemos que hacer grupos de cinco. Por azares del destino, Alana, Lola, Ignacio, Marco y yo terminamos en el mismo equipo. Sé que Marco quería ir con Karly y Fanny pero la profesora le dijo que trabajara con nosotros. Obviamente, él se siente tan incómodo como yo al estar en el mismo grupo.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora