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Ni siquiera he prestado atención a las clases este día. Mi cabeza está hecha un caos. Pensar en tantos chismes ha hecho que más dudas aparezcan en mi mente y me hagan sentir infeliz.

Es por eso que ni siquiera he hablado mucho este día y me he excusado diciendo que sufro de una horrible jaqueca. Sé que no es culpa de mis amigas, pero creo que necesito estar sola. Creo que todos necesitamos de un momento para pensar y saber qué decisión tomar.

Cuando terminan las clases, agarro mi maleta e intento no mirar a Marquito, quien está con sus amigas. No quiero mirar ni pensar en él por lo que agilizo el paso y llego al paradero en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera he sentido que ha pasado el tiempo cuando estoy en el micro, solo pienso en alejarme lo más rápido de este lugar y llegar a la terapia por primera vez.

El lugar siempre me ha parecido muy triste, tal vez porque es una clínica o porque los colores no hacen que yo me sienta a gusto. Las paredes son blancas y más que una clínica parece un manicomio al ser tan monocromo. Creo que deberían pintar las paredes de un verde azulado para darle más calidez porque se siente tanta frialdad y soledad, como si la muerte estuviera aquí junto a nosotros.

Ni siquiera sé cómo llego al lugar donde siempre nos reunimos. Pero no hay nadie, a diferencia de otras veces, por lo que salgo para comprar algo de comida. Debe haber una máquina expendedora cerca, siempre hay una en las clínicas, aunque no sea del todo higiénico consumir algo en este lugar.

Después de caminar un buen rato, encuentro una máquina expendedora y meto un sol para comprar una galleta. La ansiedad me ha dado hambre por lo que devoro rápidamente las galletas. Estoy tan concentrada saboreando la vainilla, sintiendo el crujido de la galleta en forma de flor que no siento a alguien detrás de mí.

—¿Acaso no piensas invitarme una?

Casi me atoro al escuchar la voz y al voltear veo a Augusto sonriéndome. Viste un polo deportivo y un pantalón de buzo. De seguro ha ido a entrenar, aunque no creo que él sea ese tipo de persona. No, él parece muy flojo como para hacer ejercicio.

—Has llegado muy tarde. Ya me las terminé —le digo con una sonrisa. Ambos nos dirigimos hacia nuestro salón. ¿Y por qué estás vestido así? ¿Fuiste a entrenar?

Él quiere responder, pero yo lo interrumpo.

—No, no lo creo. Tal vez solo estás vestido así porque quieres ir en contra de todos los que siguen usando shorts hasta ahora. Sabes que con este calor la mayoría quiere estar en paños menores, pero tú...

—¡Mira quién habla! La que está en estos momentos con falda. —Él se ríe al verme de abajo hacia arriba—. No me había animado a preguntarte, pero, ¿por qué siempre vienes en uniforme? Aunque recuerdo que antes usabas los shorts y el polo de tu escuela. Creo que aún vienes así a veces.

—Es porque me da pereza cambiarme —le respondo sin molestarme—. Pero al menos me arreglo un poco. Si vieras mi cabello en la mañana...

—Lo veo ahora y me es suficiente —dice él y desordena mi cabello con su mano mientras sonríe.

¿Eh? ¿Qué quiere decir con eso? En serio, este chico es muy confuso. ¡Y cómo se atreve a tocarme! ¡Ya va a ver!

—¿Acaso te estás burlando? ¿Qué tiene de malo mi cabello? —le pregunto cuando ya estamos en la puerta.

Él mira de un lado a otro y sonríe de forma sospechosa. Arg, le encanta jugar de esta forma con mi mente. ¡Maldito!

—Nada, no he dicho nada —dice y me guiña un ojo.

Antes de poder responder, somos interrumpidos por Matías, quien se ve especialmente atractivo hoy. Ayer pudimos conversar, pese a que yo no estaba del todo bien, acerca del plan así que es hora de seguir con el show.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora