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A la mañana siguiente no tengo ánimos de nada. Quisiera decirle a mi mamá que estoy enferma para no tener que ir ni al colegio ni a la terapia pero no puedo ya que justo hoy tengo examen de ciencia y tengo que aprobarlo si quiero mantener mi promedio estable.

Malhumorada, llego a la escuela y soy incapaz de levantar el rostro y saludar a mis amigas. Simplemente hoy no tengo paciencia para estupideces. Solo quiero que todos a mi alrededor desaparezcan y ya. ¿Por qué no puede cumplirse mi deseo?

Ya es hora del examen, no he hablado con nadie y tampoco deseo hacerlo, por lo que alisto mis cosas mientras el examen pasa a mis manos. Escribo mis datos y empiezo a resolverlo. Mierda, no entiendo nada pese a que leí un poco ayer. Supongo que tendré que responder a la suerte o lo poco que me acuerdo.

Creo que han pasado unos 30 minutos cuando al fin la profesora se digna a recoger nuestro examen. Suspiro y tomo un poco de agua para tranquilizarme. Molestándome no voy a ganar nada, me repito, pero aun así no puedo evitar frustrarme conmigo misma por fallar en esto.

En todo el día nadie se ha atrevido a acercarse a mí, supongo que mi cara debe tener algo que los espanta. Lo entiendo y le agradezco por su gesto pero a veces quisiera que no me hicieran caso y me hablaran, así no me sentiría tan sola aunque jamás reconoceré cuán importantes son ellos para mí.

Oh, me siento tan miserable. ¡Alguien, por favor, acérquese a mí!

Grito en mi mente una y otra vez, siento mi cuerpo llenarse de esa cólera y esas ganas de maldecir todo pero no poder decir nada. Odio este colegio, odio no poder decir nunca lo que pienso, odio todo.

—Oye, Andra, ¿estás bien? —pregunta Ignacio, el chico de lentes cuadrados, con voz dubitativa.

Al levantar mi rostro puedo ver su siempre cuadrado rostro y las cejas pobladas tan familiares para mí. Quiero decirle gracias por haberme sacado de ese mar de pensamientos tan depresivos y decirle que en verdad estoy mal, que solo deseo irme a casa.

Pero no puedo. En lugar de eso le miento, como siempre.

—Bien, solo un poco cansada. —Sonreír es muy difícil para mí en estos momentos pero aun así lo hago.

Él no parece convencido y se sienta a mi lado.

—Si eso dices... —Lleva un cuaderno en sus manos y me lo muestra—. ¿Sabes que estoy participando en un concurso de cómics? ¿Te gustaría ver lo que he hecho hasta ahora?

Esa es una sorpresa. Creo que si escuché algo de eso hace unos días pero ni le tomé importancia. Digamos que tengo cosas más importantes de las que ocuparme.

—Oh, ¡claro! —digo intentando parecer emocionada.

En realidad mi humor es un asco en este momento pero no puedo dejar que eso afecte mi relación con mis amigos. Además, Ignacio es un amigo muy cercano, desde que éramos niños, y no sería capaz de lastimarlo.

Ignacio me pasa su cómic y pese a que no soy fan de su estilo de dibujo, su historia es interesante. Es acerca de un antihéroe que defiende una ciudad pero bajo sus propias reglas por lo que, como escritora, me parece innovador.

—Wow, está genial —le digo apenas termino de leer el primer capítulo.

Su rostro se ilumina y me sonríe.

—¿En serio? Wow, he estado trabajando mucho en esto. ¿Realmente te gustó?

—¡Sí! —le digo con una sonrisa—. ¿Y para cuando es el concurso?

—De acá a unos meses —me dice mientras admira su trabajo—. No sé si seré capaz de terminar todo esto a tiempo. Al menos eso espero. ¡Gracias, Andrajosa!

Me río por el ocurrente apodo que me ha puesto. Andra, la andrajosa. Suena bien, creo, aunque no es exactamente un cumplido sino un insulto. Pero sé que él no lo hace con esas intenciones, él es un buen amigo.

Conversamos un rato más hasta que ambos nos aburrimos y él se va a hablar con sus amigos y yo empiezo a dibujar. Uh, no estoy muy segura en qué inspirarme. Tal vez en Marco, su cara siempre me ayuda a sentirme mejor, no sé por qué.

Él está allá, con el grupo de Brayan, Ignacio y Raúl, riendo y jodiéndose los unos a los otros. Se le ve muy alegre, sus ojos se alargan mientras sonríe y su copete creo que ha crecido. No luce tan mal, pese a lo que diga Alana, es pasable.

Empiezo a dibujarlo así, riéndose aunque exagerando las facciones. Su rostro es muy angular, su barbilla resalta por eso además de su barba de bebé, por lo que debo de hacer los trazos con mucho cuidado. También intento dibujar la forma de las cejas, ligeramente hacia abajo, y la sonrisa entre nerviosa y juguetona.

Creo que ya termino, falta un poco más...

—¿Qué haces, Andra? —pregunta Alana y al ver el dibujo me lo quita—. ¡Oh Dios! ¿Es Marco?

Y ahí es donde empieza la pesadilla. Para Marco, más que para mí.

Alana ríe como si estuviera poseída, casi a punto de desmayarse de la risa, lo que atrae la atención de los chicos y, eventualmente, Marco viene hacia nosotras junto con Ignacio y Alana abre su bocota como siempre.

—¡No puede ser! Jajajaja ¡Tu cara! ¡Oh Dios! ¡Marco, eres tú! —chilla Alana entre risas y aplausos.

Al ver el dibujo, Ignacio empieza a reír también y a admirar el parecido entre Marco y el Marco grotesco del dibujo.

Estoy lista para escaparme sin que nadie me vea. Es mi oportunidad, estoy cerca...

—Cierto, Andra lo hizo... —dice Alana riéndose hasta golpear la mesa.

Marco voltea a verme y veo la molestia impregnada en sus ojos. Sonrío nerviosamente e intento mantenerme en calma. Admito que el dibujo tal vez no está de lo mejor pero se supone que era personal. ¡No era mi intención mostrárselo a Alana!

—Te he dicho muchas veces que no me dibujes —dice Marco entre susurros, quien se ha acercado repentinamente a mí—. Y si lo haces, no se lo enseñes a otros.

—Yo... yo no quería enseñárselo a Alana. —¿Por qué estoy tan nerviosa? ¿Por qué me estoy riendo?—. Era algo personal. No sé cómo fue que lo obtuvo.

—Aun así, Andra, por favor, deja de dibujarme y enseñárselo a los demás.

—Pero... no era mi intención —digo con la voz entrecortada por la risa nerviosa—. Marco, es la verdad...

Él pone los ojos en blanco y parece resignado. No creo que mi respuesta lo haya tranquilizado, pero sí que lo ha enojado. No hay de otra al parecer, aunque dibujarlo me hace feliz, a él por el contrario lo hace infeliz.

A nuestro alrededor Ignacio y Alana siguen riéndose, aunque Ignacio poco a poco ha dejado de reír para contemplar aterrorizado a la loca de mi amiga. Incluso Dolores se ha acercado a nosotros solo para ver tan terrorífica escena y luego echarse a reír al ver el dibujo.

Y Marco sigue mirándome acusadoramente. Mierda.

Aunque sea esto ha aligerado mi molestia y me siento mejor. Solo espero que nada lo arruine, sobre todo en la sesión de hoy, y así poder seguir viviendo mi vida con tranquilidad.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora