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A la mañana siguiente, voy al colegio como cualquier otro día. Solo por este día quiero olvidar todo el problema que tengo con Marco. Necesito pensar en otras cosas, distraerme, o sino me voy a volver loca. Cada vez la presión es peor y las ganas de hacer algo para desquitarme con mayores.

Me encuentro con Ignacio y una idea macabra aparece en mi mente. Sonrío para mí y le hablo como normalmente hago. Veo que Marco nos observa en ocasiones, mirándonos por el rabillo del ojo y volteándose inmediatamente al ver que alguno de los dos volteamos en su dirección.

—¿Qué planes para este fin de semana? —le pregunto a Ignacio con una sonrisa.

—Tenemos que hacer el trabajo, ¿no te acuerdas? —me dice Ignacio y yo miro a Marco por un momento, quien se da cuenta y esquiva mi mirada. Sonrío—. Vas a venir a mi casa, ¿no? He querido que vayas desde hace mucho tiempo. Recuerdo que cuando tuvimos que escribir el guion en esa obra teatral de segundo año nos reunimos en mi casa, pero no pudiste ir.

—Lo siento —le digo—. Creo que tenía cosas que hacer. En fin, me siento emocionada por lo de este sábado. Siento que pueden pasar muchas cosas.

—No te molesta, ¿no? Que estén los otros.

—Para nada —miento con una sonrisa—. Es un trabajo. Mis sentimientos no importan. Además, solo son personas que de acá a un tiempo no importarán. Tengo la certeza de que los olvidaré y eso está bien. No deseo recordar absolutamente nada.

—¿Por qué? —me pregunta Ignacio y toma mi mano—. ¿Ni siquiera a mí?

Ni siquiera a ti.

—Por supuesto que no —le digo entre risas. Noto la mirada penetrante de Marco y me acerco más a Ignacio—. Somos buenos amigos, creo que me gusta eso. Aunque a veces me pongo a pensar en lo que me dijiste hace años.

—¿Qué cosa? Te he dicho muchas cosas.

—Ya sabes —le digo intentando aligerar el tema—. Cuando me invitaste a salir por San Valentín. O cuando me dijiste en repetidas ocasiones que querías salir conmigo como algo más que amigos. Incluso me dijiste que podíamos mantenerlo en secreto si es que yo quería eso.

Veo que Ignacio se pone rojo y eso me hace sentir feliz. Lo tengo en mis manos.

—Sé que dije eso, pero fue hace tiempo —me dice y parece avergonzado—. Sabes que eres una muy buena amiga, casi una hermana para mí.

—¿Estás seguro? —le digo y lo miro a los ojos detenidamente—. ¿Estás seguro de eso? No me voy a molestar si eres honesto. Lo prometo.

Veo que él traga saliva y que su respiración se agita. De alguna manera, por el rabillo del ojo, veo que Marco nos sigue mirando y que hace un ademán de acercarse, pero inmediatamente se da media vuelta y se va.

Me río y continúo con el juego.

—No te preocupes —le digo entre risas—. No te voy a forzar. Además, tienes razón. Solo somos amigos. Solo eres un amigo para mí.

Él se ríe nerviosamente pero no dice nada. Ambos seguimos haciendo lo que hacíamos antes de hablar hasta que el profesor aparece. Siento que estoy cometiendo un error, pero de alguna manera siento que estoy haciendo algo por mí misma.

A la hora de descanso, Lola se acerca a mí de repente. Me sorprende su expresión, parece preocupada por algo.

—¿Qué fue lo que pasó antes? —me pregunta de repente—. Los vi, a ti y a Ignacio, hablando de forma extraña. ¿Qué planeas? Ah, y horrible. ¡Cómo puedes acercarte así a Ignacio!

—Es parte del plan —le digo a Lola sin expresión—. Quiero probar de todo. Es necesario que yo le dé algo de lo que se merece ese idiota.

—Estás jugando con fuego —me dice ella—. Esto no va a terminar bien.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora