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Aunque falto a mi clase de inglés el día de hoy, me siento un tanto nerviosa. No me gustan las jeringas y tener una tan cerca de mí me hace sentir muy incómoda. Peor aún si este examen dura casi tres horas. Me hace sentir muy estresada y cansada (no pude dormir), además creo que es innecesario. Es cierto que como dulces, pero ya no es tanto como antes.

Mi mamá está a mi lado, pero es como si no estuviera. Habla con no sé quién desde hace rato mientras yo estoy sufriendo sola. Tengo que beber de un líquido no muy agradable y siento como mi lengua siente el sabor amargo. Definitivamente no es un buen día.

Cuando al fin terminamos, me volteo y le digo a mi mamá que quiero salir a pasear. La termino convenciendo y juntas vamos al cine. Creo que esta vez quiero ver algo de terror ya que nada es tan horrible como lo que acabo de pasar.

***

No ocurrió nada resaltante el resto del día. Pasé la mayor parte de la tarde echada en mi cama, pensando en todo lo ocurrido hasta este momento. Una duda surgió en mi mente, pero no quise responderla. Creo que aún no estoy lista.

Hoy, por suerte, es un día nuevo, aunque la sola idea de ir a la catequesis me hace querer volver a dormir. Aun así, me levanto y me alisto. Pasan algunas horas hasta que decido irme y arrepentirme a medio camino.

No sé si he comentado antes que hay un chico que me parece un tanto interesante en la catequesis. Parece que también está acá por obligación y es simpático. Me gustaría hablarle, pero no le hablo a casi nadie en este lugar si no es por algo extremo. A veces pienso que la terapia para socializar tal vez no me ha ayudado tanto.

Supongo que es por eso que nuevamente me siento sola en una banca. Es tan aburrido a veces, pero supongo que vale la pena. ¿O no?

Amiga, ¿no quieres venir con nosotros a realizar una actividad? —pregunta un chico de lentes.

Creo que este tipo es amigo del chico simpático. Parece que también es agradable.

—No lo sé. —Intentaré no tomar en cuenta esa familiaridad con la que me habla—. Tal vez en otra oportunidad.

—Vamos —dice él sonriendo—. Pareces muy sola en este lugar. ¡Únetenos!

Realmente quiero decir que se joda, pero sé que no se va a rendir. Por eso es que termino aceptando su oferta.

—Está bien. Pero rápido, por favor —le digo, resignada a mi suerte.

Terminamos formando un círculo de personas que parecen lamentar su situación. Creo que están tan resignados como yo. Pero bueno, no podemos hacer nada.

En ese momento, nos dicen que debemos formarnos en dos grupos y debemos tomarnos de las manos. Es un juego que parece simple, la persona que está en el centro de cada una de las filas es la que organiza al grupo y los demás debemos de movernos para formar distintas figuras.

No obstante, los resultados no son los esperados. Muchos no saben diferenciar la derecha de la izquierda. En otras palabras, su sentido de orientación no les sirve. Otros parecen no entender lo que es el trabajo en equipo ya que quieren ganar, pero no saben cómo y terminan jodiéndonos a todos. Por otro lado, estoy yo, a mí simplemente esto me hace creer que perdemos el tiempo, aunque es algo divertido, sobre todo porque una chica se cayó y literalmente estaba rodando.

Al final, los mismos organizadores se dieron cuenta del error y nos dijeron que era hora de la misa. Aunque no soy fan de las misas, creo que en esta ocasión prefiero estar en la misa que jugando estas tonterías. Pero lo que realmente quiero es regresar a casa y dormir.

***

No quiero dormir, no quiero despertar. Mi mente solo quiere vagar en un mundo distinto, uno en el que no exista el sufrimiento ni la desesperación. Los recuerdos vuelven a mí una y otra vez y no dejan que mi mente pueda descansar. Siento que algo se apodera de mi cuerpo y me sujeta con fuerza. No puedo liberarme, me siento indefensa. Lucho nuevamente y quiero gritar, pero no sale ni un sonido de mi boca. Me asfixio, no puedo respirar.

¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? ¿Por qué no puedo ver nada?

Mis ojos se abren repentinamente y me sorprendo por mi propio grito. Mi cuerpo tiembla del miedo, pero no estoy segura de por qué. Solo sé que no quiero volver a cerrar los ojos.

***

Recuerdo que el año pasado solía tener muchas pesadillas. No podía dormir bien y siempre estaba cansada. Era horrible, era como si viviera un infierno en vida. Mi mamá estaba muy preocupada y una de las razones por las que fui al psicólogo fue por eso. La psicóloga me dijo que era posible por algunos traumas que tenía ya que los sueños más recurrentes tenían que ver con que alguien me perseguía o que yo huía de algo o alguien.

No recuerdo exactamente la causa, pero mis sueños señalaban un temor que yo tenía desde hace mucho. Creo que inconscientemente lo sabía y era que intentaba escapar de mi pasado con todas mis fuerzas, pero me era imposible. No quería que nadie supiera por el bullying que sufrí o que supiera cómo era yo antes. No quiera que vieran a aquella niña inocente y rara que vio su mundo derrumbarse porque nadie la aceptaba.

Ese es mi temor: el rechazo. Es algo que siempre ha estado conmigo pero que me he esforzado tanto en negar. Antes simplemente decía que no me importaba lo que otros pensaban porque así era yo, pero en realidad sí me importaba solo que no admitirlo hacía que doliera menos. Si mis compañeros que siempre me habían visto como extraña pensaban que lo que ellos pensaban me valía un culo, entonces dejarían de interferir en mi vida.

Pero, en realidad, eso no sucedió. Creé una capa protectora que me volvió de esta manera y alejé a personas bien intencionadas por mi temor al rechazo. Aún lucho con ello cada día, pero es muy difícil escapar de este trauma.

Creo que cuando estoy en el micro suelo pensar mucho y por eso mismo pienso en todo esto. Recordar hace que no volvamos a cometer los mismos errores, ¿verdad?

Cuando llego al colegio, veo a Marquito conversando con Ignacio. Aunque sigo detestando ese feo bigote que tiene, me siento muy feliz de verlo. No puedo evitar correr y acercarme a ellos.

—¡Marquito! ¿Qué haces acá tan temprano? —le pregunto sin poder ocultar mi alegría.

Él me mira con un gesto de sorpresa y extrañeza.

—¿De qué hablas? ¡Yo siempre llego a tiempo! —Intenta alejarse un poco de mí y yo no puedo evitar reír—. ¿Por qué estás tan feliz? Pensé que odiabas los lunes.

—Los odio —digo con una sonrisa. Él parece un poco asustado—, pero por alguna mágica razón hoy siento que el día será bueno.

—¿Mágica razón? —pregunta Ignacio sin entender de qué hablamos.

—Hay razones que simplemente no se pueden explicar —les digo y me encojo de hombros.

—Creo que tal vez has tomado algo, ¿no? —dice Marquito como si hablara consigo mismo.

Me río por lo bajo e intento ocultar mi risa con mi mano, pero ambos me ven. Tal vez estoy actuando como una loca, pero ver a Marco ha hecho que olvide aquellos pensamientos tan tristes que rondaban mi mente unos minutos atrás. Creo que por eso intento aferrarme a este momento.

—Si insinúas que he tomado alcohol, te equivocas —le digo y me cruzo de brazos—. Yo no soy como tú. Yo no voy borracha hacia la persona que me gusta y que me hizo daño y la perdono por todo, incluso bailando con ella.

—¡Oye! Yo no recuerdo nada así que eso no cuenta —dice Marco mientras empieza a enrojecer—. Además, yo no la busqué. ¡Ella me buscó!

—Sí, sí, sigue diciéndote eso para llenar tu ego —le digo yo y veo que Ignacio se ríe.

—Creo que te jodiste, Marco —dice Ignacio y sigue riéndose.

Marco, sé que a veces puedo ser fastidiosa y muy molesta. Hay veces en las que por todo lo que te hago sería razonable que me odies, creo que no te culparía. Pero me alegra mucho que seas mi amigo. Quiero que siempre estés a mi lado, incluso si no me quieres como yo te quiero, quiero que seas me amigo.

Gracias, Marco.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora