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Hablar con Augusto es reconfortante. Con él me siento tranquila, como si pudiera respirar. Hace que olvide todos los problemas que he tenido y que simplemente me sienta libre. Pero todo eso desaparece cuando nuevamente me encuentro sola y todos los recuerdos vuelven a mí. Me duele mucho todo lo que está pasando, pero no puedo seguir así. Tengo que continuar, tengo que hacerlo porque aún me queda mucho por vivir.

Es lo único que puedo hacer por mí misma.

***

En clase, paso la mayor parte del tiempo sola. No es porque esté particularmente enojada con alguien, sino porque necesito tiempo para pensar y olvidar. Siempre he escuchado que el tiempo es la mejor de las medicinas y creo que en mi caso eso es lo más acertado. A veces es difícil porque simplemente quiero lanzarme y dejar escapar todo, pero creo que ya he hecho mucho daño a otros comportándome de forma impulsiva solo por seguir con mis caprichos.

Es difícil también porque sin importar a dónde vaya, siempre termino encontrándome con Marco. No me gusta que crucemos nuestras miradas ya que solo hay un vacío enorme entre los dos. No puedo evitar sentirme incómoda e intentar escapar, pero sé que es imposible. Por lo que veo, él también siente lo mismo. Debe de estar harto de verme. Pensar en ello me hace sentir triste pero no puedo hacer más que continuar con mi vida.

Ambos ahora somos desconocidos. Ni siquiera nos hablamos ni miramos, solo evitamos todo tipo de contacto. Duele saber que un día fuimos los amigos más cercanos pero todo eso ya quedó atrás. No puedo seguir viviendo en el pasado.

Uno de esos días, Ignacio se me acerca y me pregunta por Marco. Es tan incómodo como siempre.

—¿Has hablado con Marco? —me pregunta él de repente.

—¿Por qué tendría que hablar con él? —le respondo secamente.

—Porque ambos son amigos...

—No somos amigos, que quede eso claro —le respondo sin mirarlo.

—Pero eso es imposible. Ustedes siempre han sido amigos. Si tan solo hablaras con él...

Es en ese momento que ya no puedo soportarlo. He intentado ser lo más paciente posible y aceptar todo, pero no puedo. No soy una santa, no soy lo suficientemente buena para continuar con esto.

—¿Pero quién demonios te crees que eres para venir a decirme qué hacer? —le recrimino y veo que Ignacio retrocede—. Estoy harta de escuchar sobre ese tipo todo el tiempo. ¿Acaso no lo entiendes?

—Pero yo solo quería...

—Entiéndelo de una buena vez, ¡déjame en paz, Ignacio!

Al terminar de decir esto, simplemente agarro mis cosas y me voy de la clase. No quiero ver a nadie, menos a sus rostros asustados y confusos. Deben creer que estoy loca pero no me importa. Ellos no entienden lo que significa para mí, cuánto me duele escuchar siempre lo mismo.

Me importa una mierda lo que crea Ignacio. Necesito estar sola.

***

—¿Andra? —pregunta una voz conocida—. ¿Estás acá?

Me escondí en los baños porque realmente no hay otro lugar en el que pueda estar sola. Lola me busca, tal vez porque cree que algo me pasa. Estoy bien, no me pasa nada.

—Solo estaba ocupada —digo mientras salgo de uno de los baños.

—Escucha —dice Lola y suspira—. Sé que es difícil, pero todo va a mejorar.

—Es solo que estoy haciendo lo posible para olvidarlo, pero ese imbécil de Ignacio solo hace que vuelva a recordarlo. ¿Por qué esto me tiene que pasar a mí?

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora