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¿Acaso he escuchado mal? ¿Cómo se le ocurre semejante idea?

¿Cómo pretendes hacer eso?

Él parece aún más avergonzado. Creo que está empezando a arrepentirse.

—Voy a pedirle disculpas por todo lo sucedido. Voy a rogarle de rodillas que no me odie y que vuelva acá. Yo... lo necesito, lo necesito más de lo pensé. Es por eso que no puedo permitir que se vaya. —Hay algo en su mirada que me alerta—. Él... él no contesta mis llamadas. Es como si su celular estuviera muerto. He intentado buscarlo, su casa y dirección, pero ya ni siquiera viven ahí. ¿Pero sabes qué es lo que más duele? Él ni siquiera se despidió.

—Es entendible. Pero no te culpes, tú no hiciste nada mal —le digo intentando calmarlo.

Él sonríe, su mirada está fija en el suelo. Matías es un poco más alto que yo y en este momento hay algo sombrío en él, no sé exactamente qué, pero mi instinto dice que debo tener cuidado.

—Entonces... si yo no he hecho nada mal, ¿por qué a mí también me castiga? —Su mirada se levanta y esos ojos claros se clavan en mí. Hay lágrimas en sus mejillas, su voz parece estar quebrándose—. ¿Quién es entonces el verdadero culpable?

Lo más lamentable de la situación es que ambos sabemos la respuesta, pero ni uno se atreve a decirla en voz alta. Quisiera decirle algo, calmarlo y decirle que todo estará bien, pero estoy harta de mentir. Quiero decir lo que en verdad siento y quitarme esto de encima.

Necesito sacar a relucir esto antes de que me consuma viva.

—¿Sabes? —No puedo evitarlo y de un momento a otro estoy riendo—. Soy yo.

—¿Qué eres? —parece asombrado.

No debería estarlo, pero supongo que era lo que faltaba.

—Es por mi culpa que Augusto se fue. Yo lo engañé, lo utilicé y me burlé de él. En realidad, todo este tiempo te he usado a ti solo porque quería hacerle daño. Tus sentimientos me son indiferentes, pero podían ser de gran ayuda si de molestarlo se trataba. Creo que eso fue lo que hizo que él se fuera. —Lo miro a los ojos como nunca antes lo he hecho. Matías me observa asombrado y herido—. ¿Y sabes qué es lo peor? Ni tú ni yo podemos olvidarlo ni perdonarme. Todos los días por culpa de tu maldito rostro y de estos horribles recuerdos tengo que verlo una y otra vez y sentirme tan... no entiendo, no entiendo, debería simplemente desaparecer si ya se fue. Pero él sigue aquí. —Con mi mano toco mi cabeza para enfatizar este hecho. Siento mis manos temblar y mis labios intentar curvarse—. Y no sé cómo diablos hacer que se vaya. ¿Por qué, Matías? ¿Por qué simplemente no desaparecen ambos?

Y sin esperar a que dijera algo más, Matías me abraza. Es en ese momento, cualquier fuerza que me sostuviera me abandona y me entrego al llanto y a la tristeza. Me dejo abrazar y tratar con ternura como nunca antes. Matías susurra cosas amables en mi oído e intenta que yo me tranquilice mientras yo sigo reprochándole y exigiéndole que se largue.

Llega el momento en el que mis ojos se secan y es cuando me separo de él. No queda nada más en mi interior que vacío.

—Lo siento, lo siento mucho —le digo a Matías y él solo me mira con ternura—. Tú no mereces a alguien como yo. Eres demasiado bueno.

—Te equivocas. Puede parecer que lo sea porque soy amable contigo, pero no sabes cuántas cosas están pasando por mi cabeza. Pero creo que en el fondo puedo entenderte. —Mira hacia abajo y suspira—. Creo que esto no está funcionando, ¿verdad?

Suspiro y niego con la cabeza.

—Tal vez deberíamos de separarnos. Creo que es lo que realmente quiero —le digo y él me mira comprensivamente.

—¿Por qué esto suena a un rompimiento? —dice él intentando romper el hielo.

—Porque lo es. Siento haberte causado tantos problemas, pero en este preciso momento creo que lo mejor es que tomemos caminos separados.

—Solo hasta que ambos superemos lo de Augusto, ¿verdad? —pregunta Matías.

Asiento y le sonrío.

—Hasta ese momento será. Sé cuán enamorado estás de Augusto y me alegra que quieras seguir buscándolo. Sé que en el fondo él debe estar muy agradecido. Yo también lo estoy —le sonrío por última vez y le pregunto—: ¿Le podrías decir algo a Augusto de mi parte si lo logras encontrar?

Matías sostiene mis manos y asiente.

—Dile que... en el fondo también quería ser su amiga.

En ese momento, suelto mis manos de las de Matías y echo a correr lejos de aquel lugar. Si mis ojos no estuvieran tan secos creo que habría un camino de lágrimas atrás de mí.

***

De esta manera pasaron muchos días en los que parecía más taciturna que viva. Intentaba mantener la compostura en la escuela, pero no siempre era posible. También me vi obligada a ir a la terapia una vez más y ver a Matías. Ninguno se los dos cruzó mirada con el otro ni intentamos conversar. Es lo mejor, me dije a mi misma.

En este mismo instante, un viernes por la tarde, pienso en todo lo que ha pasado en estas últimas semanas. Creo que he actuado como una idiota, sobre todo con Augusto. Él no merecía ser tratado así y yo no hice nada más que lastimarlo cuanto pude.

—¿Me hace eso una mala persona? ¿Acaso es muy tarde para pedir perdón?

No le hablo a nadie en particular, pero me imagino una respuesta de alguien mucho más sabio y maduro que yo.

—No eres una mala persona, sino una muy inmadura. Nunca es tarde.

Nunca es tarde.

¿Es acaso esto cierto? ¿Puede que en realidad aún haya esperanza?

Lo dudo mucho. Sea como sea él ya está muy lejos y solo puedo desearle suerte. A él y a Matías, claro. Ese chico de zapatillas azules que tan amable y dulce es, en realidad se merece a Augusto. Ese chico molesto, pienso con una sonrisa triste, debe ser un idiota para no haberse enamorado de él.

¿Qué es esto que siento en mi pecho? ¿Por qué una sonrisa se apodera de mis labios? Aunque sea una sonrisa triste, es una sonrisa, al fin y al cabo. Creo que muy en el fondo sé la respuesta.

Tonto chico, creo que soportaré hasta la próxima semana y después de eso te podré decir adiós. ¿Estás de acuerdo? Tomaré eso como un sí.

Entonces, por ahora, hasta luego.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora