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Ahora que lo pienso, con todo lo que ha pasado últimamente he olvidado por completo que la próxima semana tenemos que dar la prueba integrada y que la semana siguiente a esa es la famosa semana de exámenes.

Oh mierda.

Este es el momento en el que quisiera tirarme de un edificio para evitar la fatiga de estudiar. Bueno, tal vez exagero, pero el recordar que tengo que estudiar todos los cursos que llevo de porrazo me entristece. En fin, supongo que no hay escapatoria.

Además, otra de mis preocupaciones es la pareja de promoción. Sé que hasta ahora no he hecho nada para conseguir una, pero es que soy un poco anticuada. Antes, hubiera sido muy sencillo para mí pedírselo a cualquier chico, pero ahora la cosa es diferente. Soy un tanto tímida y no sé muy bien como acercarme a los chicos. Y sé que la terapia me ha ayudado mucho, pero hay cosas que simplemente escapan a mi poder.

Sé que parece estúpido que quiera llevar a un chico conmigo solo por mero capricho, pero siento que es necesario. No quiero sentirme sola y en desventaja ante ninguno de esos dos tipos. Creo que ya es bastante claro a quiénes me refiero.

Y hablando de uno de ellos, creo que podría animarme a algo. Estoy conversando con mis amigos y Marco está frente a mí. Él ni siquiera parece estar prestando atención al tema del de hablan al igual que yo, por lo que mis ganas de decir lo que quiero decir aumentan. Pero tengo miedo, miedo a que me rechace.

¿Una cita? ¿Sería mala idea si se lo pregunto? Además, siempre he querido ir a ese lugar con un chico que me guste y dado que hemos ido en el pasado en grupo no le veo el problema. ¿Pero será raro si se lo pregunto ahora? No creo poder preguntárselo después, sería muy incómodo. ¿Pero y si me dice que no? Todos escucharan y Alana me molestará por el resto del año. Además, las cosas se pondrían tensas entre ambos y no quiero perder a otro amigo.

Ah, diablos, solo cállate, Andra.

—Marco, ¿te puedo preguntar algo? —le digo en voy baja y le hago una señal para alejarnos un poco del grupo. Él, quien acaba de percatarse de mi presencia, asiente y me mira como si toda la situación fuera nueva para él—. Este, yo quería saber si... ¿te gustaría al Presbítero conmigo? Ya sabes, hay tours por la noche y fuimos el año pasado con el colegio. Me gustó mucho la experiencia así que podríamos ir. Claro, solamente si no te da mucho miedo.

Él me mira con incredulidad y de alguna manera ofendido.

—Ya te he dicho que no estaba asustado cuando le dije eso a Fanny. Solo quería que se sintiera mejor y tú estabas detrás. Era normal que fueras tú quien nos protegiera. —Como si yo fuera a proteger a esa tipa—. Y, sobre lo que me has dicho, me parece bien. Pero iríamos en grupo, ¿no? Porque ir solo tú y yo sería... eh, ya sabes, un poco raro.

Ah claro, lo sabía. Sabía que él no querría ir solo conmigo. Pero no me afecta, al menos no tanto. Además, no quiero que los otros malinterpreten la situación y sé que él tampoco quiere eso.

—Claro, por supuesto —le digo con mucho ánimo y con una sonrisa de oreja a oreja—. Le podemos decir a Ignacio y Lola. No sé si a Alana ya que no te agrada mucho. De esa manera no te asustarás tanto.

Él pone los ojos en blanco y responde con voz calmada.

—Entonces no veo problema —me dice y escucho que Karly lo llama y él contesta a su llamado como si tuviera complejo de caballero en corcel.

Supongo que debería sentirme alegre porque al menos aceptó. ¿Puedo considerar esto una cita? No lo sé, pero me hace feliz pensar que sí. ¡Al fin una primera cita decente!

Y sí, las citas anteriores no han sido realmente citas o decentes. El primer chico que me invitó a salir fue Ignacio en tercer año de secundaria por San Valentín. Durante ese tiempo él empezó a actuar de forma extraña conmigo e insistió tanto en que saliéramos que terminé aceptando. Mi sorpresa fue que después me canceló cuando yo ya estaba en Plaza San Miguel. Por suerte yo había llamado a mis amigas de antemano y pude pasar un buen día. Y el segundo y último chico fue uno que conocí en mi asombrosa clase de Literatura. Él era alto, guapo y de muy buena labia. Era un aspirante a escritor como yo y siempre fue muy amable conmigo. Uno de esos días en los que salíamos de clase, él me acompañó a mi paradero y ambos nos pusimos a conversar como si no hubiera mañana.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora