37

45 4 0
                                    

Es cuestión de segundos, un momento en el que todo puede cambiar. De un momento a otro todo lo que eres puede cambiar con una simple mirada, un gesto indiscreto, algo que puede destruir las mentiras que has construido a tu alrededor.

—¿Cómo no pude darme cuenta? —dice él, tan afectado y ríe sin encontrarle la gracia al asunto—. ¿Por qué tú?

—Yo...

—No digas nada —dice Augusto y se va.

Y es entonces que no sabes a qué aferrarte. El miedo se apodera de ti y tan solo quieres gritar y explicar todo, pero ya es muy tarde. Y él ya no volteará.

Pero no puedo dejar que esto termine así. Sin poder explicarlo, una fuerza se apodera de mí y en un instante he corrido hacia donde está Augusto y lo he tomado del brazo. Mi respiración está acelerada y siento que todo esto está mal.

—¡Espera! —exclamo, pero él no voltea.

Intenta zafarse de mi agarre, pero no lo dejo ir. Sé que si dejo ir su brazo todo estará arruinado. Ni siquiera sé por qué me afecta tanto pero no quiero volver a ver esa mirada tan herida en él y saber que es culpa mía.

Y es por mi renuencia a dejarlo ir que él termina jalándome hacia uno de los pasadizos del lugar. Estamos solos, y ni siquiera sé dónde está Matías. Solo somos él y yo, y eso me aterra.

—¿Qué quieres de mí? —me pregunta, su voz firme y adolorida—. Contesta. ¿Qué es lo que buscas de mí?

No puedo hablar, es como si no tuviera la capacidad. Estoy en shock pero me obligo a mí misma a responder.

—No es lo que crees. Yo solo quería ayudar a Matías...

—¿A costa mía? ¿Es que acaso no te han dicho que jugar con los sentimientos de las personas está mal? —La forma en como lo dice, con rabia y frustración, hace que parezca una persona totalmente distinta.

—No es a costa tuya. Es solo que a él le gustas y pensé que tú podías desarrollar sentimientos por él.

En estos momentos estoy apoyada contra la pared y él está frente a mí, sus dos brazos evitan que pueda escapar. No es como si fuera a hacer eso, pero me hace sentir atrapada. Y sé también que he terminado atrapada en un laberinto sin salida.

—Mentiras. —Su expresión al decirlo hace que mi corazón duela. Es tan triste, tan dañada, pero tan llena de furia y coraje—. Tú... tú sabías que me gustaba alguien más. Sabías que me gustan las chicas. Y aun así... te atreviste a darle esperanzas a ese pobre chico.

—¡Solo quería ayudar! —exclamo, frustrada, y sin poder soportarlo más chillo—: ¿Qué más quieres que te diga?

—¡Deja de mentir! —grita él y yo me asusto—. Basta, por favor. Te conozco, no eres tan buena. En realidad, eres una de las personas más crueles y egoístas que he podido conocer. —Eso, eso duele—. Siempre, yo siempre quise ser amigo tuyo y tú.... tú siempre me alejaste. ¿Es que acaso crees ser tan inalcanzable? ¿Tan poco valor le das a una amistad sincera?

Yo no puedo responder. Siento todo mi cuerpo temblar por todas las emociones que están recorriendo todo mi ser. Y aunque mucho me gustaría decir, ya no sé qué es lo correcto. Algo se ha roto y no creo que pueda ser reparado.

—Vaya, ni siquiera puedes responder. Debe ser porque estoy en lo correcto. —Aunque lo dice con una asombrosa frialdad puedo sentir el dolor en sus palabras. Siento que incluso puedo tocar su decepción, aunque esto no parezca posible—. Entonces, yo quiero terminar con esto. Yo no quiero...

—¡No! —grito en un intento desesperado por parar esto—. Sé que lo que hice está mal pero no entiendo por qué es tan horrible para ti. No lo comprendo.

Él ríe nuevamente, una risa vacía y sin sentimiento. Creo que lo hace en su afán de liberar esos sentimientos más confusos. Y yo, yo ya no sé qué hacer.

—Es porque me utilizaste, tú. Él puede que haya querido acercarse a mí por sus sentimientos, lo cual es dable, pero tú...tus razones son inexcusables y ni siquiera te das cuenta de tu error. —La pasión con la que dice esto solo hace que mi desesperación aumente—. Es por eso que no volveré a buscarte. Tú no mereces que sea tu amigo. No mereces nada, pero no pienso bajar a tu nivel y desearte algo malo.

Dicho esto, se aleja de mí y yo no puedo moverme. Quisiera ir tras él, parte de mi quiere hacerlo, pero mis pies están inmóviles. Es solo que no tengo razón de hacer eso. No hay un motivo claro.

—Ah. —Él voltea un momento y añade antes de desaparecer—. Nunca, nunca vuelvas a aparecer frente a mí.

Y es entonces que sé que todo está perdido. Sé que él no volverá a sonreírme y a ser amable conmigo, pero me aferro a la esperanza de verlo nuevamente el jueves. Tal vez en ese momento pueda ser capaz de explicarle todo.

***

Apenas llego a mi casa recibo un mensaje de Matías, preguntándome si estoy bien y a dónde demonios fui después de desaparecer con Augusto. Es posible que esté algo nervioso por mi comportamiento, algo que nunca esperé de mí, pero soy yo la que se siente más inquieta por esta situación.

No sé qué contestarte así que dejo el mensaje como está, esperando que algo llegue a mi mente y que todo pase. Es todo tan repentino que me es difícil de entender lo que realmente ha sucedido.

Bajo mis sábanas, pienso que hoy día no he hablado con nadie después de lo sucedido. Mi madre aún no llega y estoy cansada de estar despierta. Solo quiero soñar y pensar que todo esto se solucionará pronto porque es imposible que esto dure para siempre. Me niego a pensar que esto sea definitivo.

Porque yo no quiero pensar que él me odia. Eso sería muy ilógico, pero en estos momentos ya no sé qué es razonable y qué no. Por eso creo que lo mejor es que me deje llevar y que no piense en nada más.

Y en este mismo instante soy llevada a los brazos de Morfeo.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora