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Al llegar a la famosa pollería, me doy cuenta de que aún no han llegado. Mi paciencia va disminuyendo a medida que mi madre se pone a hablar por teléfono en vez de hacerme caso ya que mi celular ha muerto y estoy malditamente aburrida. Por suerte, Marco y sus padres llegan justo a tiempo para evitar que yo haga algo.

Por alguna razón, Marco y yo nos sentimos incómodos y es aún peor ya que somos obligados a sentarnos al lado del otro. Él tiene el celular en la mano y parece estar mandando un mensaje a alguien por lo que intento romper el hielo.

—¿Qué tal saliste en la prueba?

Él levanta la mirada y apaga su celular. Apoya sus codos sobre la mesa y responde con tranquilidad.

Bien, ¿y tú?

—Exoneré unos cursos así que bien. Aunque vi que muchos se quejaron por sus notas en Ciencia —le digo intentando pensar en algo más que decir.

—Cierto, pero lo bueno es que, malo o bueno, he aprobado —dice él con una sonrisa orgullosa.

—Yo también —le digo intentando ocultar mis emociones.

Pasado un rato traen la parrilla y los primeros en ir a por ella son los padres. Mi madre y la señora Amy hablan como loras y su esposo se mete en la conversación. Parecen llevarse muy bien lo que me hace preguntarme como serían las cosas si ellos se enteraran acerca de lo que está pasando en mí.

Sobre todo, me pregunto y miro a Marco, me pregunto qué pensaría él si lo supiera.

—¿Estás disfrutando del pollo? —me pregunta Marco y yo asiento.

—¡Por supuesto! No sabes cuánto me gusta comer, sobre todo carnes. Aunque, entre tú y yo, no como cerdo. Creencias, puedes decir que es eso. —No puedo explicarle todo el asunto o se confundiría.

Me dirige una mirada muy seria y un tanto molesta.

—No me subestimes, puedo entender la historia si te molestas en explicarla.

—Bueno, es simple en realidad. —Él me dirige una mirada que resume la frase "¿Es en serio, tanto para eso?" —. Hace años, antes de que mi abuelita falleciera, ella se enfermó por comer cerdo. No fue grave, pero eso repercutió en su salud años después. Por ese mismo tiempo vi un video sobre como asesinaban a los cerdos para que nosotros podamos consumirlos. —El solo recordarlo es horrible—. Fue tan sanguinario y cruel que no pude volver a ser quien era. No podía ayudar a que eso siguiera ocurriendo por eso yo... yo decidí dejar de consumirlo.

Al ver la compasión en su rostro me apresuro a añadir algo más.

—Y tampoco es que me guste. Bueno, no está mal pero no me vuelve loca. Además, siempre termino enfermándome cada vez que pruebo un bocado.

Intento sonreír, pero no consigo el efecto deseado. Él parece no creerme por completo, pero, como siempre, lo ignora y sigue disfrutando de su comida. Yo hago lo mismo, pero ya nada sabe igual.

—Chicos, ¿quieren unos tragos? —pregunta mi madre de repente.

Marquito cruza su mirada con la mía y veo un extraño brillo en sus ojos, pero no se atreve a decir nada. Sus padres están observándolo y sé que aún piensan que es un niño. No es que no lo sea, pero ya está en quinto de secundaria así que deberían permitirle tomar.

—Yo quiero digo sin importarme lo que piensen los otros.

Al ver que mi madre está dispuesta a comprarme un trago, la señora Amy y su esposo deciden comprarle uno a Marco. Él intenta aparentar que no tiene importancia, pero sé que se siente feliz de poder comportarse como un adulto.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora