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Mi mamá me obliga a levantarme temprano y no puedo evitar renegar y maldecir por lo bajo. Ayer no pude dormir bien por lo que estuve despierta hasta muy tarde. Creo que todo lo que pasó ayer me afectó de manera inconsciente. Supongo que por eso no pude pegar el ojo en casi toda la noche.

Tomo desayuno desganada y mi madre se da cuenta. Me mira de manera inquisitiva y curva los labios como si intentara decir lo que piensa de una manera inteligente.

¿Te pasa algo? No tienes muy buena cara, hija.

—Mi cara es la misma de siempre —digo mientras tomo un pan con una de mis manos—. Es solo que desperté de mal humor.

—¿Se puede saber por qué? —pregunta mi mamá.

—No quiero hablar de eso, —respondo secamente.

—Vamos, soy tu mamá. —Eso no me interesa—. Tienes que decirme qué te pasa para poder ayudarte.

—Por favor, respeta mis decisiones. ¡No todo es como tú quieres! —digo sin poder contenerme y me retiro de la mesa.

Durante el viaje ni una de las dos habla, pero sé que ella está molesta. A veces piensa que soy solo una chica malcriada y mimada y está en todo su derecho, pero no entiende que a veces necesito mi espacio. Creo que es por esto que siempre terminamos peleando.

Llegamos a la clínica y ella me dice que espere mientras hace el papeleo. Asiento y me cruzo de brazos mientras espero sentada en una silla.

Las paredes de la clínica son de color celeste con un aspecto blanquecino como si de nubes se tratara. En todas ellas puedo ver muchas imágenes de distintos lugares en el mundo, paisajes preciosos y rostros de personas de distintas razas y culturas. También veo muchos anuncios relacionados con la medicina y la salud, así como doctores destacados. Es lo usual, es una clínica después de todo.

A diferencia de la otra clínica, este lugar me parece ligeramente más alegre porque hay muchos niños con sus familias caminando de un lado a otro. Además, hay más gente en este lugar y puedo escuchar voces a mi alrededor conversando o simplemente llamando a los pacientes. Se siente de alguna manera más cálido que el otro lugar, pero también me hace lamentar estar sola en este preciso momento.

Mi madre vuelve de repente y me dice que tenemos que subir al cuarto piso. Usamos el ascensor y una señora en silla de ruedas sube con nosotras. Es una anciana que tiene ojos pequeños y casi no tiene cabello, pero parece que eso no le molesta. Nos pide educadamente que la ayudemos a bajar cuando llega al tercer piso y nos sonríe como agradecimiento. Me pongo triste porque una persona tan mayor como ella no debería estar sola cuando va al doctor.

Esperamos un poco más hasta que nos llaman y un doctor nos recibe. Es un doctor de mediana edad que usa lentes y que no es muy alto. Es muy amable y su voz me da la sensación de que es una persona que inspira confianza y tranquilidad. Me entretengo tanto en cómo suena su voz que ni siquiera escucho lo que dice. Su rostro parece oscurecerse cuando empieza a leer los resultados y es entonces que todo se vuelve más claro.

—Creo que esto es algo que deben tomar en consideración. —El doctor mira a mi madre con preocupación—. Los resultados de la prueba demuestran elevadas cantidades de azúcar en la sangre de su hija. Además, no solo la glucosa está más elevada de lo normal si no que es muy probable que ello sea la razón de sus dolores de cabeza y de su sobrepeso.

—Entonces, mi hija.... —Ella no puede creer lo que el doctor dice pese a que yo no estoy enterada.

—¿Qué sucede? —pregunto intentando entender el problema.

—Usted es prediabética, señorita —responde el doctor y mis manos se caen de mi regazo.

¿Yo? No, esto debe ser un error. Mi abuelito es diabético, pero es por la edad y yo... no, yo no puedo estar sufriendo de eso. Es cierto que como muchos dulces, pero es porque me hacen feliz y porque me gustan. ¿Qué haré si no puedo comer más? ¿Significa que mi sangre ya no sirve?

—Yo.... ¿hay alguna manera de poder detener el avance? —le pregunto al doctor porque sé que no existe una cura.

—Dieta y ejercicio. Yo le daré las indicaciones necesarias. Por ahora restrinja el consumo de productos que contengan azúcar en su totalidad hasta que nuevamente venga a realizarse otra prueba. Si logramos estabilizar su sistema, entonces podrá ser capaz de consumir dulces, pero con moderación. —No puedo evitar sentirme decaída al recibir esta noticia y el doctor se da cuenta—. No se preocupe, es solo por precaución. Lo bueno es que hemos detectado esto a tiempo para que su salud no se vea afectada en el futuro.

Sin más que decir, terminamos saliendo de la oficina y nos dirigimos a casa. Mi mamá intenta animarme y decirme que eso me pasa por consumir tantos dulces, pero sus intentos son en vano. No puedo dejar de pensar que estoy a un paso de ser una esclava. ¿De qué sirve vivir si no puedo comer como yo quiera? No tengo amor, ni siquiera tengo belleza, ¿por qué entonces tendría que pender mi salud?

Es injusto, muchas personas tienen todo eso y mucho más. ¿Por qué no puedo tenerlo yo también? Quisiera llorar porque ahora sé que mi vida no será igual pero no lo haré. Voy a resistir y cuando llegue a casa simplemente me echaré a la cama e intentaré sobrevivir a esto.

***

A la mañana siguiente no quiero ir a la confirmación. Mi mamá me anima a ir diciendo que ver a mis amigos me hará mejor por lo que termino yendo. El problema es que no tengo amigos ahí, estoy sola y eso solo me hace sentir peor. Es horrible no tener alguien en quien apoyarte cuando te sientes así de mal y es peor cuando tienes que ir a un lugar en el que no te sientes para nada comprendida.

Veo a los demás jugar y ser felices como siempre, hablando de Dios y de cómo la religión lo es todo, pero yo no siento nada de esto. Si existe Dios y él es justo y bueno entonces no entiendo por qué me pasa esto a mí. No soy una tan mala persona y lo único bueno que tenía me ha sido arrebatado. ¿Qué quieres de mí? ¿Quieres que me rinda y me vaya? ¿Quieres que simplemente pierda toda esperanza?

—Si eso quieres, adelante, quítame todo, pero, por favor, ¡déjame en paz! Tan solo déjame y aléjate de mí. No te necesito, no necesito ir a este puto lugar. No necesito que me echen en cara todo lo que no tengo. No tengo muchas cosas y ya estoy harta de jugar a ser la víctima —le digo a Dios, aunque él no me escuche—. Solo lárgate y ya. ¡Vete de mi vida! Y si no quieres hacerlo, yo me iré de este lugar. Ya no lo puedo soportar.

Estoy a punto de irme cuando veo a mis padres frente a mí. Ambos me miran con tristeza y decepción y es algo que no puedo soportar. Siento que mis rodillas ya no pueden aguantar y caigo al suelo. ¿Por qué? ¿Por qué es tan difícil?

—Papá, mamá, lo siento —les digo, aunque sé que no están en realidad frente a mí.

Mi mamá toca mi cabeza y su semblante se suaviza. Siento como si intentara consolarme, aunque aun así siento dolor. Mi papá no es de mostrar sus emociones, pero en sus ojos puedo ver que me mira con tristeza.

Ambos quieren esto para mí porque creen que es lo mejor. Quieren que sea una buena persona y que tenga un buen futuro. ¿Pero puedo tener un buen futuro aquí? No soy como Marquito ni como la gente de mi colegio, yo no tengo este tipo de conexión con Dios.

—No sé si pueda —les digo mientras me levanto—. Pero no quiero que me miren de esa manera, por favor. Solo una vez más intentaré.

Les sonrío, pero es una sonrisa falsa que esconde un pesar que cargo desde hace mucho. Es como si no tuviera voluntad.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora