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—¿Por qué diablos tengo tanta tarea? —reniego mientras me jalo el cabello con las manos en un acto meramente dramático.

—¿Tengo? ¿No querrás decir "tenemos"? —pregunta Lola.

—Oye sí —se queja Alana—. No eres solo tú, ¿sabes?

—Bueno, como sea. —Me encojo de hombros y hago como si no me importa lo que me acaban de decir—. Lo digo porque al parecer soy la única a la que le afecta.

—En fin —dice Alana cambiando de tema—, al final vas a ir a la fiesta, ¿no? Mira que no quiero que me canceles al último momento.

—¿Cómo puedes creer eso de mí? —digo yo haciéndome la ofendida—. Definitivamente voy a ir. Eso está claro.

—Yo no creo ir —se lamenta Xiana—. Ya conocen a mi papá, chicas.

—Mejor no le pregunto a Lola porque ya sé que va a decir —dice Alana y Lola le saca la lengua—. ¿Qué? Es la verdad.

Lola no le dice nada y yo rápidamente hago una pregunta para aligerar el ambiente.

—¿Vas a llevar a algún amigo, Alana?

—Obvio —dice Alana—. No podemos ir solo las dos. Aunque voy a tener que preguntarles antes.

—Andra, no te aloques en la fiesta, —me advierte Lola.

—Para nada —le digo—. Bueno, intentaré no hacerlo.

***

Cuando estoy en la soledad de mi cuarto es inevitable no pensar en ciertas cosas. El caballero es uno de esos temas que no puedo tocar con absolutamente nadie así que me limito a hablar o pensar en él en mi cuarto. No es nada raro, por supuesto, es solo que no creo que ninguno de mis amigos crea que es normal pensar en un tipo que conociste hace un año en una fiesta y al que ni siquiera le viste la cara. ¡Pensarían que estoy loca! Es solo que me es difícil olvidar a las personas si estas han causado una gran impresión en mí y el caballero es de esos chicos que ya no encuentras hoy en día. Ni siquiera puedo encontrarle un defecto porque apenas pude hablar con él. La mayor parte del tiempo la pasamos entre bailes y besos.

—¿Estaré más cerca de él? ¿Cuántas probabilidad hay de que lo encuentre en Halloween? ¿Estoy segura de esto? —me pregunto en voz baja—. Supongo que solo hay una forma de averiguarlo. Es lo último que voy a hacer para encontrarlo y si no sucede nada entonces lo dejaré ir para siempre. No puedo vivir toda la vida pensando en alguien que conocí por una noche.

¿Y Gerardo? Él es tan parecido al recuerdo que tengo del caballero que hasta me asusta. Es alto y delgado, de ojos completamente oscuros y sonrisa radiante. Es galante y seductor, educado y amable. Un pícaro, definitivamente un chico que no creí volver a ver. Me parece muy sospechoso, pero no puedo tener tan buena suerte como para encontrármelo de esta manera. Me gustaría preguntarle si él es realmente el caballero, pero no somos muy cercanos. Además, él pensaría que soy una acosadora y una loca y lo más probable es que escaparía apenas le mencione mis sospechas. No pienso arriesgarme a ese tipo de humillación.

—Debe haber una forma de averiguarlo —me digo a mí misma—. ¿Y si él tampoco quiere que sepa la verdad? ¡Ah! ¡Son demasiadas cosas! ¿Desde cuándo mi vida es tan complicada?

***

A la mañana siguiente voy a la escuela y el día es tan aburrido como de costumbre. Ni siquiera puedo concentrarme en clase porque no paro de pensar en el examen de admisión y en el caballero. Es como si una vocecita en mi mente no parara de recordarme esas cosas. Creo que me va a dar algo y no es bueno. Ni siquiera estoy de humor para hablar con mis amigas por lo que paso la mayor parte del tiempo abstraída. Supongo que piensan que me pasa algo, pero son lo suficientemente educadas para no preguntar. Gracias.

Al llegar a casa me tiro en mi cama y reniego un momento antes de comer e ir a la clase de la tarde. Intento comprender lo que me dice el profesor, pero mi cerebro está muy cansado. Cada vez que veo ecuaciones siento que vuelvo un poco más estúpida. ¿Cómo pienso aprobar ese puto examen si no puedo concentrarme? Tal vez estoy estresada y necesito un descanso. Sí, eso debe ser. Lo bueno es que la fiesta servirá para ese propósito.

Llego a casa y saludo a mi mamá. Ella me pregunta qué tal me fue en la clase y yo le digo que todo ha estado de maravilla, pero necesito descansar. Ella suspira y me dice que está bien. Me dice que no me acueste tan tarde antes de irse a su cuarto. Cierro la puerta de mi habitación y respiro profundamente. ¿Por qué mi cabeza da vueltas? ¿Por qué pienso en temas insulsos? ¿Por qué soy así?

Veo que me ha llegado un mensaje y de curiosa lo miro. Es Augusto.

De: Augusto de T.

Andraaaaaa, ¿estás?

Yo dejo escapar una risita y le contesto. Al menos sé que Augusto me puede hacer sonreír incluso en los peores momentos.

Para: Augusto de T.

Claro. ¿Qué tal todo?

Inmediatamente mi celular empieza a sonar y le contesto. Siento que mi corazón golpea mi pecho con fuerza y que mi respiración se agita cuando al fin coloco el celular al lado de mi oreja. ¿Por qué estoy nerviosa? Ya me ha llamado antes.

—¿Cómo va todo? —le pregunto sin poder evitar sonreír como tonta.

—Cansado —responde él honestamente y se le escapa una risa—. Ya sabes. El trabajo y esas mierdas cansan.

—¿Vas a descansar el fin de semana?

—Tengo turno mañana —responde él y yo hago una mueca—. Pero no te preocupes. No es tan malo.

—Nunca te lo he preguntado, o tal vez sí, pero ¿cómo van tus estudios? —le pregunto y él se queda en silencio—. No tienes que contestar si te incomoda.

—Se supone que es mi año sabático —dice él en un tono alegre pero noto que hay algo de melancolía y desgano en su voz—. Pero no sé qué debería estudiar. Supongo que no soy bueno en nada en particular. No sé... no me gusta pensar en eso.

—Deberías estudiar algo que te haga feliz y en lo que seas bueno —le digo intentando animarlo—. Eres muy carismático y a la gente le agradas. Podrías intentar estudiar alguna carrera que tenga que ver con relaciones públicas.

—Aún no lo sé —dice él y en voz suave añade—. Pero me gustaría estar cerca de las personas que me importan.

Esto me toma por sorpresa y por alguna razón me sonrojo. Rápidamente niego con la cabeza e intento volver a la normalidad.

—Supongo que va a ser un sacrificio —le digo—. O puedes tener lo mejor de ambos mundos.

Él se echa a reír y después de una pausa habla.

—¿Estás libre mañana?

—Sí, no tengo planes, ¿por qué?

—Nos vemos mañana entonces, ¿te parece?

No puedo evitar sonreír al escuchar eso y siento algo que no puedo explicar. ¿Emoción?

—Buenas noches —le digo sin querer irme realmente—. Ya nos veremos.

—Buenas noches.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora