Capítulo especial: A través de sus ojos III

23 1 3
                                    

Siento que la cabeza me va a explotar. ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué nuevamente se ha ido? Me pregunto esto una y otra vez, pero por más que reviso todos los hechos de esta noche, no puedo encontrar la razón. Entonces, tal vez por obra del destino o del demonio, veo su celular tirado en el piso. Sin esperar otra oportunidad, lo recojo y noto entonces que no tiene clave. Tal vez no debería hacer esto, pero... ¿Por qué no? Es una invasión a su privacidad. Mierda, no puedo hacerlo.

No, tengo que devolvérselo. Corro e intento encontrar rastro de esta señorita misteriosa, pero parece como si nunca hubiera estado presente. Choco contra una o tal vez más personas, pero ninguna es ella. Es como si hubiera desaparecido otra vez y ahora soy incapaz de darle algo que le pertenece.

Carajo.

—¿Todo bien, primo? —me pregunta Gerardo, quien está vestido de El zorro. Voltea el rostro y noto a una chica vestida de hada a su lado. Es guapa, lo admito, pero no es ella—. ¿No acordamos algo? ¿Por qué esa cara larga?

—Se fue, otra vez —le digo, derrotado—. Maldición, tengo que encontrarla.

—Hay tantas chicas lindas acá —me dice con una sonrisa y abraza a la chica que está a su lado. Ella le sonríe y le susurra algo en el oído—. Se llama Linda. Perfecto nombre, ¿no?

—Encantado —me dirijo a ella rápidamente y vuelvo a enfocarme en Gerardo—. Creo que ya me voy. Necesito pensar y no puedo hacer eso con toda esta bulla.

—Oye, no puedes irte tan pronto.

—Gerardo, necesito irme —le digo y él resopla, algo fastidiado—. Nos vemos otro día.

Y al terminar de decir esto, me voy a mi casa, sin pensar en ninguna otra persona que esa chica que me ha confundido por completo.

***

Ni siquiera puedo dormir. Estoy echando en mi cama pensando en todo lo que ha pasado durante estas últimas horas. Nuevamente la he encontrado y como un imbécil la he perdido. ¡Dos veces! Esto solo demuestra lo idiota que soy con las chicas.

Y Andra, ni siquiera he pensado en ella desde el beso. Estaba tan ensimismado en esta misteriosa dama que olvidé por completo los confusos sentimientos que tengo por Andra. ¿Pero qué es ella para mí? No es que no la vea como algo más... Es solo que no sé qué es. Su sonrisa, su mirada, su intensidad... Me vuelve loco no saber qué me pasa. Y aun cuando estaba buscando a la señorita, no podía dejar de pensar qué hacía Andra en esos momentos. Recuerdo que me dijo que iba a ir a una fiesta de Halloween y yo como imbécil le dije que no iría. ¿Por qué lo hice? Tal vez porque me avergüenza que sepa lo que siento por alguien que no conozco.

Respiro hondo y cierro los ojos. En ocasiones, debo admitirlo, me parecía verla cuando veía a esa bella dama. Tal vez por ese brillo en su mirada, o el sonido de su risa. Tal vez porque con ella me sentía a salvo, como con Andra. Y por un momento muy loco creí que tal vez... No, no es posible. No creo que sea una posibilidad, aunque eso haría todo más sencillo.

Entonces recuerdo que tengo el celular de la señorita en mi bolsillo. Lo saco y me pregunto si me odiaré después de hacer esto. Lo sé, está mal y soy una mierda por hacer esto, pero... Necesito saber quién es. Necesito aclarar todo y simplemente dejarla ir.

Veo la pantalla principal y tiene como fondo de pantalla un universo color violeta. Interesante, algo que no pensé. ¿Qué se supone que vea primera? Pensar en eso me hace sentir asqueado de mí mismo, pero no puedo dar vuelta atrás. ¿Tal vez las fotos? Entro en esa aplicación y es entonces que siento que mi cabeza explota.

No me jodas, no puede ser, no puedo tener esa suerte. Miro sin poder creer lo que ven mis ojos: la foto de Andra. Se la ha tomado ella y se ve muy linda. Deslizo con mi pulgar y veo más fotos: todas de Andra. Tiro el celular y coloco mis manos en mi cabeza. Mierda, no es posible. ¿Por qué ella?

Su cabello ondulado y oscuro, sus ojos oscuros ocultos por sus anteojos... No hay duda alguna; es ella. Maldición, ¿qué se supone que haga ahora? ¿Cómo puedo encararla?

De alguna manera me siento tranquilo porque ahora todo tiene sentido. Me gusta la misma chica, lo que no me hace sentir como un huevón, pero, al mismo tiempo, no sé qué me pasa. ¿Quién me gusta en realidad? ¿Qué siento por las dos?

Y entonces las empiezo a ver a ambas, la misma silueta que se mezcla y solo está ella frente a mí con ese vestido azul: Andra. Cierro los ojos y quiero tomarla de la mano, pero ella es más rápida y se aleja de mí con una sonrisa. Quiero atraparla, pero sé que nunca me querría a mí.

—Y llegó la diversión —anuncia Gerardo, quien acaba de llegar.

Está algo más animado que de costumbre. Debe estar tomado.

—Gerardo, vete al diablo —le digo y él me mira ofendido—. Lo siento, pero quiero estar solo.

—Ay, no es para que me trates así por una chica —me dice Gerardo y se sienta a mi lado—. ¿Qué no te han dicho que los patas van antes que las flacas?

—No lo entenderías —le digo intentando mantener la calma—. Ya sé quién es.

Parece que esta frase lo saca de su borrachero, porque está más atento que nunca.

—¿Quién? ¿Cómo así?

Le muestro el celular y veo cómo su rostro palidece.

—Es Andra, siempre ha sido ella.

Él no dice nada, pero su rostro es lo más parecido que he visto a una mueca de incredulidad. Se toma unos momentos para procesarlo y termina soltando una risa.

—No tiene nada de gracioso —le reclamo—. Me va a odiar cuando lo sepa. Peor aún, cuando sepa que tengo su celular.

—Siempre supe que había algo curioso en ella —me dice Gerardo y me da unas palmadas en la espalda—. Felicidades, primo, ganaste lo mejor de ambos mundos. No sé por qué estás así.

Lo miro sin poder evitar querer tirarlo de la cama.

—Porque la conozco y sé que ella no me va a aceptar. No soy como el caballero, en absoluto. Solo soy yo: Augusto. Y eso te juro que me caga. Además, no sé si realmente me gusta. No quiero un patán y decirle algo que ni yo mismo entiendo. Me gusta sí... Pero no sé si me gusta más ella que la señorita. Maldita sea, ¡pero si ambas son la misma persona! ¿Ves? No sé qué hacer.

—Mira, primero tienes que aclararlo todo. Después, creo que puedes hablar con ella. Eso sí, el reloj no te va a esperar y ella va a necesitar ese celular.

—Lo sé —le digo, resignado—. Y es por eso que no sé qué demonios voy a hacer.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora