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Fue solo un momento, porque entonces nuevamente sonríe y su rostro se ilumina.

¿Cómo puede alguien cambiar tan fácilmente de emoción? ¿Acaso hay algo que esa sonrisa está ocultando? ¿Y por qué estoy haciendo tantas preguntas?

—No es por nada en especial, solo que como cualquier persona creo que todos debemos ser felices. —Esa es su respuesta, sencilla y sin llenar mis expectativas. Tampoco es que tuviera tantas.

—¿Incluso los que no se lo merecen?

—Sí, pienso que todos se merecen una segunda oportunidad. Incluso las peores personas pueden llegar a cambiar y ser mejores.

Su optimismo es tal que llega a ser molesto. ¿Quién puede vivir de sueños y fantasías? La gente mala siempre va a ser mala, no importa si les das otra oportunidad, quien se satisface haciéndole daño a otros no puede cambiar, ya que cuando la fruta se pudre ya no es comestible.

—Estoy en total desacuerdo —le digo y él voltea los ojos—. Si quieres míralo tú mismo en los presos. Les dan largos años de condena para que al salir libres los atrapen nuevamente en sus fechorías. Creo que si alguien es realmente malo entonces debería ser eliminado por el bien de la humanidad.

—¿No crees que eres un poco extremista? —pregunta él con una ceja levantada, mirándome con incredulidad.

Siempre me dicen eso en realidad. No sé si deba considerarme así pero es cierto que cuando pienso en una solución para un problema suele ser algo radical porque la intención es acabar con el problema no intentar "suavizarlo". Puede ser que por eso mis ideas sean un tanto chocantes pero eso ya no es problema mío.

—Tal vez —respondo con sinceridad—. Pero a situaciones extremas hay que aplicar medidas extremas.

—Tú no eres quien para juzgar a quien ha hecho mal. No te sientas con el derecho de juzgar a alguien cuando ni siquiera sabes la verdadera razón de sus acciones. Es fácil estar frente a alguien y echarle en cara todos sus errores pero es difícil entender el por qué ha llegado a hacerlos. —Augusto me intenta calmar con una pequeña sonrisa pero yo estoy enmudecida—. Solo intenta ver más allá de una simple máscara.

¿Máscara? Mientras más lo observo más se despeja la duda. Él, oh, debe de haber hecho algo así para defender a esa gente con tanta pasión. Se siente identificado, su sonrisa es seguramente su máscara, pero... ¿de qué?

—Quisiera preguntarte algo pero temo que sería muy indiscreta.

—Si tienes alguna duda, ¿no crees que deberías aclararla?

Bajo la mirada y entrelazo los dedos de mis manos. Siempre me han dicho que tengo los dedos muy largos y delgados pero aun así, por el mal hábito de comerme las uñas, he creído que mis manos son horribles e incluso las he comparado con las de unos chicos y no he podido evitar alabar sus manos.

Supongo que es por esta curiosidad que decido observar sus manos. Dedos largos, contorneados, delgados y con uñas perfectas. No tiene pecas en las manos a diferencia mía y sus manos son masculinas pero estilizadas. Debe ser un chico que cuida su apariencia física pese a vestirse tan informalmente. De seguro para él su físico es lo más importante, a diferencia mía.

—Tienes unas bonitas manos.

Se sorprende por el repentino cumplido que le doy. Sus ojos se abren y sus labios están ligeramente separados. Sus mejillas se han sonrojado ligeramente y debo admitir que me parece muy adorable en este momento, casi como un pequeño niño.

—Oh gracias —dice él y siento la vergüenza en su voz. Rápidamente decide añadir, su voz tiembla un poco—. Tú... Tú también.

—No tienes que mentir. Sé muy bien que mis manos... no tienen remedio. —Me mira extrañado y quiere decir algo pero lo interrumpo—. Aun así agradezco que hayas intentado devolver el cumplido.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora