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El día ha terminado bien. Sí, me refiero a la escuela, porque si hablo de esas estúpidas sesiones para socializar entonces mi tono cambiaría. En este momento solo espero que no sea tan mierda como las otras veces y que realmente me ayude.

En fin, hoy es día de sesión por lo que fastidiada me dirijo a ese horrible lugar. Mientras estoy en el micro sonrío acordándome del dibujo de Marco y de su cara. No puedo evitarlo, lo juro, si vieran su cara entenderían perfectamente a lo que me refiero. Sé que no es su culpa haber nacido así pero bueno, qué se le hace.

Entro al lugar y paseo por los pasadizos terroríficos, sola. No hay ni una sola persona por lo que estoy empezando a asustarme. Qué raro, ni siquiera veo al personal de limpieza. Para empeorar las cosas, no oigo nada, nada de nada, y me estoy empezando a poner nerviosa.

Me apresuro hasta llegar a mi salón, por decirlo de alguna manera, y no veo a nadie al ingresar. Respira hondo, no pasa nada, no es como si un asesino fuera a salir de la pared. Por si acaso volteo ligeramente y verifico que no haya nadie a mi alrededor.

Los minutos pasan y nadie viene. Acá pasa algo raro, lo presiento, y siento mis piernas temblar. Puedo incluso escuchar claramente los latidos de mi corazón agitados en mis oídos. Estoy intentando mantenerme en calma pero esta ansiedad me está matando.

Miro a mi alrededor temeroso y siento algo sobre mi hombro que hace que salte de mi silla y que lance un grito de horror y me intente proteger con mis manos. Estoy aterrada, yo... ¡Algo me tocó, coño!

—¡Waaa!

Abro los ojos y veo el rostro de Augusto frente al mío. ¡Qué horrible! ¡Esta debe ser una pesadilla! ¿Cómo es que está acá?

—¡Aléjate, ser horrible! —grito y lo empujo lejos de mí y salgo de ahí corriendo.

Es entonces que veo a todos mis compañeros alrededor mío mirándome con rareza. Incluso el doctorcito ese me mira como si fuera una loca. Y yo en realidad no estoy muy segura de lo que está pasando.

—¿Andra? ¿Qué haces? —me pregunta la chica de las coletas rojas.

Me quedo en silencio, parada en medio de la habitación, sin poder hacer nada. ¿Qué acaba de pasar? ¿Estaba soñando momentos antes? ¿Cómo es que antes no había nadie y ahora están todos aquí?

—Yo... —Estoy asustada, avergonzada y no puedo hablar.

He enmudecido completamente.

—Tuvo una pesadilla. Será mejor que la lleve afuera, ¿no cree?

Escucho una voz provenir de atrás y veo a Augusto levantarse y sacudirse los jeans. El doctor asiente, aún mirándome extrañado, y sin poder evitarlo, Augusto me toma de la muñeca y me lleva afuera.

Todo esto no tiene sentido, en serio. No recuerdo cómo es que llegue acá del todo. No sé qué está pasándome.

—Debes estar confundida —dice Augusto cuando llegamos a los baños y para mi sorpresa ambos ingresamos en el de mujeres. ¿Uh?—. En realidad, cuando yo llegué tú ya estabas acá, pero dormida. Le pedí al profesor que no te levantara porque parecías estar mal pero luego empezaste a balbucear y a temblar por lo que tuve que despertarte.

—¿Pero cómo es qué llegue acá? Yo recuerdo que no había nadie...

—Es verdad, no había nadie. Todo el personal estaba en una celebración en el coliseo detrás de la clínica por lo que estoy sorprendido de que hayas entrado. En fin, supongo que te quedaste dormida de un momento a otro y después te encontré.

Mi cabeza me duele para sacar más conclusiones. Aun así, esto es muy extraño. Nunca me había pasado antes a no ser que esto sea... No, no creo. Es cierto que antes podía confundir un poco la realidad pero he intentado separar ambas cosas por lo que no creo, espero, sea eso.

Lavo mi rostro e intento refrescar mi mente. Me siento confundida y necesitaba este respiro. Aunque este idiota esté a mi lado, en el baño de chicas. Raro.

Cuando estoy dispuesta a irme, él me toma del brazo y me obliga a verlo a los ojos.

—Aún no hemos terminado —dice él con una voz muy seria.

—¡Suéltame! Yo no tengo que ver contigo para nada —replico poniéndome a la defensiva.

—No —dice él jalándome y haciendo que el espacio entre nosotros se reduzca.

¿Pero qué le pasa? Supongo que le agradezco un poco por sacarme del aula hace un rato pero ahora tan solo quiero irme. ¿Qué es lo que quiere?

Solo miro sus ojos marrones que por un momento veo que en realidad son de color negro carbón. Tiene una mirada muy intensa, de esas que parecen ver a través de ti. Me hace sentir incómoda y tan solo quiero alejarme.

—Yo... lo siento mucho —dice al fin y no deja de mirarme a los ojos en ningún momento. Es difícil mantener los ojos en los suyos por la fuerza de su mirada y por los intensos latidos en mi pecho—. No quise lastimarte. No lo pensé, tan solo salió de mi boca. Lo siento mucho, si quieres déjame en ridículo con los otros para compensártelo. Yo lo aceptaré pero por favor acepta mis disculpas.

No puedo hacer más que parpadear y mirarlo. No puedo concentrarme y decir algo coherente porque su mano sigue sobre mi muñeca y mi cuerpo está entre el lavadero y su cuerpo. No entiendo que está pasándome, ni por qué está haciendo eso.

Es desconcertante.

—Yo no quiero hacerlo —le digo al fin y aprieto los labios—. Dijiste cosas que aunque horribles eran ciertas pero que nadie tenía derecho a saberlas. Si yo no me quiero o si siento que mi vida es una tragedia es porque tengo razones para que lo crea. No tenías ningún derecho a compartir esas cosas y no puedo perdonarte.

Él me mira y puedo ver la desesperación en sus ojos. Yo realmente no creía que le podía afectar tanto mi negativa.

—Por favor, sé que fue mi error pero perdóname. No puedo seguir más días pensando en eso, así que no te dejaré ir si no aceptas.

—¿Qué? ¿Pero cómo te atreves?

Es entonces que sonríe ligeramente, como si se le hubiera ocurrido una idea maquiavélica, y agarra mis manos y me obliga a cerrar más el espacio entre nosotros.

—Si no lo haces por las buenas, entonces aceptarás mis disculpas por las malas.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora