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Despertar esta mañana se siente diferente a lo usual. Tal vez es porque no puedo ocultar mi tranquilidad ni la sonrisa de mi rostro, o tal vez porque el cielo se ve especialmente hermoso hoy. Parece ser que Lima la gris finalmente ha decidido despedir a todas las nubes invasoras y solo puedo ver los rayos del sol que iluminan mi habitación. Tal vez todo este conjunto de emociones hace que decida dormir un poco más. Total, es aún temprano para que empiece la ceremonia.

Esperen. ¿Qué hora es?

Entonces busco mi celular y veo que es tarde y que tengo que salir volando de mi cama. Salgo como un demonio de mi cama y hago lo posible para alistarme. Mi mamá también se ha quedado dormida así que no puede hacer nada más que decirme que me apure. Ella intenta maquillarme tan bien como puede, pero yo no noto una diferencia tan abismal en mi rostro. Me pongo una blusa roja y llevo puestos unos pantalones negros. Por suerte planché mi cabello ayer, por lo que no tengo que preocuparme de eso en este momento.

Tomo el desayuno tan rápido como puedo y mi mamá pide el taxi. Para nuestra mala suerte hay tráfico así que el taxista tiene que ir por diferentes lugares (algo así como si estuviéramos en un laberinto) para encontrar la mejor salida. Como para empeorar la situación, mi papá va a estar ahí así que no creo que esté contento cuando vea que voy a llegar más tarde de lo pensando, siendo él un hombre tan puntual.

¿A quién salí yo? Ni yo misma lo sé.

Cuando al fin llegamos al colegio, veo que mis compañeros ya están casi listos con los birretes las togas.

—¡Andra, corre a cambiarte! —me dice mi madre antes de irse con la mamá de Marco.

Yo pongo los ojos en blanco y voy a hacer lo mío. Intento arreglarme lo mejor que puedo y cuando me veo en el espejo, no puedo creer lo lejos que he llegado. ¿Esa soy yo? Mi cabello largo y (ahora) lacio cae por mi espalda y algunos mechones caen sobre mis hombros. Mis ojos se ven más grandes de lo usual y el labial rojo hace que me vea más madura. Dentro de poco la joven y estúpida chica que estudiaba en este colegio se va a ir para siempre y tendrá que valerse por sí misma. Quiero extender el brazo y tocar mi reflejo, pero me llaman y me voy.

Me coloco en la fila tal y como nos dice la profesora encargada de la graduación. Como de costumbre, estoy al final de la fila por mi altura y ni siquiera me estoy quejando de eso. Veo a mis amigas más adelante y las saludo con la mano. Lastimosamente estoy cerca de los chicos y, por consiguiente, cerca de Marco. Parece que ahora es un poco más alto que yo por lo que, aunque no lo quiera aceptar, está dos personas por detrás de mí.

Me pregunto si ambos hubiéramos seguido siendo amigos, podría haberlo fastidiado un poco más al respecto, o tal vez él lo habría hecho. De todos modos, ambos tenemos un cierto lado infantil. Ignacio está más adelante en la fila y simplemente me sonríe. Yo le sonrío algo incómoda e intento concentrarme en lo importante. Nos van llamando uno a uno y cuando al fin es mi turno, me preparo para la vergüenza total.

Camino rápido, intentando no mirar a nadie en particular, y noto las luces de las cámaras y los aplausos. Entonces veo a la directora del colegio y tengo que forzar una sonrisa. Ella me abraza y me da un beso en la mejilla mientras me entrega mi diploma. Nos toman algunas fotos y yo me siento mareada por todas las luces a mi alrededor. Hago lo posible para sentarme rápido y la persona que me sigue, una chica de cabello rizado y muy alta, pasa a ser el centro de atención. Respiro de alivio y veo como los demás pasan uno tras otro. Esto es parte del final, pero no pensé que se iba sentir de esta manera, entre una mezcla de ansiedad y tranquilidad. Es como ese suspiro que das cuando terminas una carrera y ya llegas a la meta, pero al mismo tiempo querías que el camino fuera más largo.

Supongo que así me siento pese a todo lo que me ha pasado.

Cuando todos pasan, la directora dice unas palabras que ni siquiera me tomo la molestia en escuchar y entonces empieza la misa. Porque, claro, siempre hay misa en esta escuela. Ya ni siquiera me quejo. Mi mente está mucho más allá de este lugar, vagando en el inmenso mundo que he creado en mi interior. Es como si mis cadenas ya no me ataran a este lugar, pero al mismo tiempo observo todo lo que ya nunca veré, como ese hueco en el techo en forma de corazón que adoraba mirar cuando era niña. Ahora está tapado, pero fue un bonito recuerdo. A veces, durante el recreo, me sentaba en las escaleras del coliseo a ver ese hueco en el techo. En esos momentos, ya no me sentía tan sola.

Ahora ya no me siento sola.

Cuando termina la misa, nos llaman a todos al centro y es entonces que siento una alegría tan fuerte como jamás la había hasta este momento. Rodeada de todos mis compañeros, tanto buenos como malos, siento como si el ciclo al fin estuviera llegando a su fin. Entonces, en medio de aplausos y de luces cegadoras, todos tiramos los birretes y se escuchan gritos de alegría y desenfreno. No puedo evitar reír y abrazo a mis amigas. Veo a algunas de las chicas llorando, mientras que los chicos están jugando los unos con los otros.

Parece que algo se quiere meter en mi ojo, pero no pienso permitirlo. Sonrío sin ningún tipo de doble intención y me siento finalmente libre. Tal vez no odio este lugar, sino lo que significó para mí, y, aun así, lo voy a extrañar.

Todos vamos al auditorio y dejamos los birretes y las togas. Al volver, me tomo fotos con mis amigas y no puedo evitar fastidiarlas ni sonreír. Mi papá se acerca a mí en ese momento y me mira a los ojos.

—Buen trabajo, Andra —me dice y, aunque lleve los mismos lentes de sol de siempre, parece que su mirada ya no es tan aterradora.

Puede que mi papá sea serio y que no sea la persona más conversadora del mundo, pero sé en el fondo que se siente feliz, a su manera, de que haya llegado hasta donde estoy.

—Tómanos una foto —le dice a mi mamá y yo quiero negarme, pero mi mamá me fulmina con la mirada.

Después de este encuentro tan raro, todos nos juntamos para compartir y comer algo. Me despido de mis amigos y de mi papá y me retiro del lugar con mi mamá. Entonces la noto algo intranquila y ella me dice.

—Me acaban de decir que tu papá compró la última foto. ¡Esa era mí foto! Tienes que decirle que te de una copia.

Ya ni siquiera le hago caso. Una foto más o una menos poco importa. En este momento, me siento tranquila y quiero seguir mirando por las calles de Lima mientras el cielo siga despejado.

***

Ayer una parte de mi vida terminó. Es imposible negar el impacto que la escuela tuvo en mí, pero me siento más lista para afrontar la vida. Creo que necesitaba esto para despertar de mi ensoñación y salir con el corazón más liviano de ese lugar.

Augusto me llama y yo, que no puedo estar más en paz, siento que él me saca una sonrisa sin siquiera proponérselo.

—¿Cómo estuvo la ceremonia? —me pregunta él y yo sonrío apretando los labios.

—Tal vez mejor de lo creía. Aburrida por la misa y los discursos de la directora, pero entretenida por la nostalgia y los recuerdos que se irán.

—Estás inspirada hoy, ¿no? —pregunta y yo me río—. Bueno, yo hubiera ido si alguien me lo hubiera permitido.

—No, no quiero que arruinen esta fantasía aún —murmuro y luego añado en voz alta—: Créeme, harás tu entrada triunfal el día de la fiesta así que no te has perdido de nada.

—Bueno, ¿qué me queda? —dice él y se ríe—. En fin, ¿de qué color será tu vestido? Tengo que buscar una corbata acorde según la tradición.

—Rosa, rosa pálido, creo...

—¿Creo? —pregunta él y yo me encojo de hombros—. Bueno, no es que yo sepa de colores, pero tal vez mi mamá sí me lo cuestione.

—Le preguntaré a mi mamá después —le digo y añado—: Tenemos algunos días más.

—Ya no puedo esperar. —Escucharlo decir esto solo acelera mi corazón—. ¿Quieres que te pase a recoger?

—Creo que mejor yo te recojo —le digo y él quiere replicar—. Mi mamá dice que quiere pagar el taxi si llevo a alguien, así que ella irá a tu casa sí o sí.

—¿Ella sabe que tú y yo...?

—¡No! No puedes decírselo, ¿entiendes? —le digo y él suspira, frustrado—. No es que no quiera decirle, pero no quiero que me esté fastidiando la noche.

—Ya sé, eres más tímida en las relaciones de lo que aparentas —dice él y mis mejillas se ponen rojas—. En parte me gusta eso de ti, pero también quisiera que todos sepan que eres mi chica.

¿Su chica? Al escucharlo, siento, aunque sea muy cursi, mariposas en el estómago. Intento calmarme y centrarme en lo importante.

—Bueno, ya veremos —digo con una pequeña sonrisa.

Hilo rojo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora