Capítulo ocho.

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Adam.

Las cosas habían rondado mejor estos días en que Skyler no se comportaba como una cría, aunque no podía evitar pensar en las atribuciones que se tomaba conmigo, y con todo el personal.

Ella era de lo más atrevida, en todo el sentido de la palabra. Y yo no estaba acostumbrado a que me desobedecieran, gran error por parte de ella creer que caería ante sus juegos de niña caprichosa.

Las últimas temperaturas habían sido abrumadoras, había hecho un calor de la mierda por la mañana y ahora estaba seguro que las temperaturas habían bajado de forma increíble. Coloqué un suéter sobre mi cuerpo, hacía mucho frío en este lugar.

La última hora había estado hablando con Ian, mi hermano menor.

Nunca quise que se metiera en este mundo, pero tuvo la osadía de seguir mis pasos y terminar con el agua hasta el cuello, igual que yo.

Subí las escaleras de la mansión, verificando que cada perímetro estuviera cubierto como debería, las cosas estaban bajo mi orden y nada podía salir mal.

Las cosas tenían que salir de acuerdo a mi plan, siempre.

Entré en su habitación sin avisar, como siempre lo hacía, sus ojos se agrandaron y su mandíbula se contrajo, le hablé rápido antes de que ella abriera su boca y su hueca voz se hiciera presente e hiciera de mi mañana algo peor.

—Baja —le dije, ella debía bajar a comer, últimamente lo hacía en pocas ocasiones.

—No quiero —respondió, se veía muy mal a decir verdad—. Me siento mal Adam, me duele la cabeza...—refunfuñó e hizo palmadas en su cama, para que me acercarse.

No lo iba a negar, la chica estaba buena, buenísima. Ese culo y esas tetas no se veían en todos lados, es cierto, y también lo era que tenia unos muy lindos ojos, y que sus rabietas me hacían reír... Pero era ella. Era Skyler Evans, era una niña, era una adolescente que no sabía en qué estaba metida, una niña con demasiados enemigos, tan indefensa, y con un carácter , tan arrogante y tan vil.

Me acerqué y ella mordió su rojo labio, carraspee. A veces sentía que ella quería volverme loco. Me acerqué con cuidado, no quería que me metiera bajo sus sábanas, o esto podría terminar muy mal.

Skyler era una chica linda, aunque demasiado provocativa para mi gusto. Era tan segura que estaba segura que todos los hombres del planeta dieran un paso a verla, menos yo.

No me gustaba la mirada de los demás sobre su cuerpo.

—¿P-podrías tomarme la temperatura? —me preguntó luego de hacer un puchero, bien, aquello me había dejado algo consternado. Toqué su frente con mi mano, el simple contacto me produjo escalofríos. Por primera vez creí que ella decía la verdad—¿Podrías traer el termómetro por favor? Está en el botiquín que se encuentra abajo del mueble del baño.

La observé mejor, Skyler traía ojeras, y una ligera capa de sudor cubría su frente, joder, no soy un médico certificado pero estaba seguro que ella tenía temperatura. Entré a su baño y no sé realmente cómo no me sorprendió que este fuera completamente rosado.

Agarré el termómetro y lo llevé hacia ella.

—Debes ponerlo en mi boca.

—¿Dis-Disculpa? —ella me miró extrañada, y luego soltó una risa algo forzada.

—El termómetro—dijo, tratando de sonar inocente.

Yo llevaba poco más de una emana en este lugar, pero sentía que la conocía perfectamente bien. Ella no era ninguna santa, todo lo contrario.

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