Capítulo tres.

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—¡Levántate, ya es hora!—escuché cerca de mi rostro.

Literalmente salté de mi cama, mi mandíbula quedó pegada el suelo, sí, me había caído de la cama sólo por el susto, mi cuerpo yacía en el alfombrado piso de la habitación, ¿Qué rayos fue eso? Observé unas zapatillas negras frente a mi, y con la poca dignidad que me quedaba me levanté.

—¡Que te levantes!—me gritó.

Oh, me vengaría de esto. Frente a mi lucía un Adam serio, parpadeé y le levanté el dedo del medio, lanzándome hacia mi cama sin decir palabra alguna. Me tapé con las cobijas e hice caso omiso a la palabrería de Adam, no podía creer que había entrado a mi habitación sin mi permiso otra vez.

—¡Te levantas en dos segundos o vas a verme enfadado!—me gritó. Otra vez.

¿Cuál era su maldito problema? ¡Ni siquiera había salido el sol!

—Estás enfermo Adam.— le dije con los ojos cerrados.

—Vamos Skyler, hoy es tu primer día de entrenamiento—Adam me destapó, tirando las cobijas lejos. Gruñí, pero aún así no me moví, ni abrí mis ojos.

  —Estás loco— musité. Pero no obtuve respuesta, supuse que él se había largado de mi habitación y al fin podría caer en los brazos de morfeo otra vez.

Pero no, los grandes brazos de Adam me levantaron de la cama y me rociaron con una cubeta de agua. No podía creer que esto realmente estuviera pasando.

Me levanté inmediatamente al sentir el frío helado escurrir por todo mi cuerpo. Creo que me dará un paro cardíaco. Me enfermaría, me daría pulmonía, o peor. Mi respiración se volvió agitada en cuestión de segundos, y mis manos tiritaron por el frío causado por el hielo.

—¡Estas loco! ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¡Te denunciaré! —le grité, con el corazón palpitando fuerte, creo que nunca había estado tan enojada.

El se mantuvo firme, colocó sus brazos por detrás y siguió mirándome de esa manera tan... descriptiva. Y lo que me molestó no fue aquello, sino que se atreviera a irrumpir en mi habitación a las 6:30 de la madrugada.

Joder, le odiaba.

Adam ni siquiera me respondió, no hasta que golpeé su hombro y se dio la vuelta.

—¿No me dirás los buenos días?

—Estoy aquí para protegerte, no para hacer cumplidos—murmuró, con la mandíbula apretada. Realmente él estaba comenzando a joderme—. Ahora sígueme si no quieres un castigo que te tendrá agonizando por horas—dijo con la mandíbula apretada y el ceño fruncido.

—Eres un amargado—le dije. Él asintió mientras tomaba de su botella de agua—. Y yo sigo con pijama.

—Que lástima.

—¿Alguna vez sonríes?—le dije, mientras caminábamos—. Te hace falta.

—No.

—¡Ahora no hablas!—le dije, riendo.

—Eres jodidamente molesta. Calla ya—musitó.

—Te hace falta sexo. Seguro es eso—comencé a decir pero me ignoró—, probablemente creas que porque mi padre te ha dejado a cargo de mi persona, puedas venir y...

—Tu padre está preocupado por ti. Por eso estoy aquí. No te estoy haciendo un favor.

—Eres insoportable.

—Y tú una malcriada.

—No me ofende, de todas formas terminarás fijándote en una.

Me observó como si fuera un bicho raro, haciéndome por unos segundos perder toda la seguridad y confianza que había en mi persona, estaba en pijama, con un rostro de trasnochada, y probablemente luciendo como una tonta. Él rió sin gracia.

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