Capítulo catorce.

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Muchas veces me había imaginado esto, muchas más veces de las que me gustaría admitir, porque joder, era obvio. No lo había podido olvidar, ni un poco de él se había ido de mi en todos estos años, ni una sola parte.

Recuerdo cómo enloquecí cuando se fue, cómo me desplomé en el suelo luego de que él haya decidido largarse sin decir adiós. Toqué mi bolsillo trasero, ahí estaba en paquete por el cual había ido. Ciento treinta y tres motivos.

Eran ciento treinta y tres cartas, no escritas cada día, pero sí las veces en las que me sentía peor, escribí cada sentimiento, cada dolor que sentí en estos cuatro años estaba pasmado en aquellos trozos de papeles, y joder, él necesitaba saber de ellos. Eran cartas sin destino, no tenían remitente ni nada, sólo tenían un gran pedazo de mi corazón.

Recuerdo cuántas veces me dije a mi misma que el dolor pasaría con los días, con los meses y con los años, sin embargo aquello nunca ocurrió, nunca dejé de quererle, ni siquiera cuando un hombre maravilloso había aparecido en mi vida, ni cuando me traicionó, ni mucho menos ahora, jamás dejé de amarlo.

Solo quería que por alguna puta vez, fuéramos sinceros con las cosas que teníamos por decir.

Fue cuando entonces se escuchó.

Uno.

Dos.

Tres disparos.

Adam caía, todo parecía en cámara lenta menos el dolor que sentía.

—¡Adam!—grité sin poder parar, mi garganta se secó en un instante y mis pies se congelaron junto con el resto de mi cuerpo.

Los árboles me acompañaban, la tierra difuminaba el color rojo de la sangre que emanaba el cuerpo de Adam en el suelo. El ni siquiera gritó ni hizo un solo grito, solo cayó de rodillas al suelo para posteriormente estar acostado en él, con la respiración agitada y sus manos cubriendo el pecho ensangrentado.

Corrí hasta él,

—¡No, No!—volví a gritar, acercándome y tratando de tapar con mis manos en un intento desesperado la sangre que no paraba de salir de él.

—Vete de aquí—me susurró, su rostro, pálido, no demostraba mucha emoción.

Tenía miedo, y no por mi sino por él, ya no me importaba nada que pudieses pasarme, sólo lo quería con vida, bien. No podía imaginarme una vida sin él, joder no podría. Le acaricié la mejilla y comencé a gritar desesperada por ayuda. El nudo en el pecho comenzó cuando Adam comenzó a empapar su camisa, lo toqué con miedo por encima de estas y sabía que llevaba un chaleco antibalas, pero también sabía que este había sido perforado.

—Por favor...—susurró, tragando fuerte, aún en el estado en el que estaba, estaba pidiéndome que le dejara—. Leonardo nos encontró, vete. Puedo soportar cualquier cosa menos que te haga daño.

Sus ojos mieles estaban abiertos, intentado luchar como siempre lo hacía, y sus labios estaban entreabiertos con un leve tiriton de por medio. Me di la vuelta, y fue entonces cuando mi mundo terminó de caer en mil pedazos.

Era él.

Era mi padre quien en este momento apuntaba a la cabeza de Adam con un AKA-47.

Mi boca se secó en menos de un segundo cuando supe que el hombre que me había dado flores y un cuidado excepcional toda mi vida, ahora estaba disparando contra el hombre que yo amaba.

Mi padre llevaba una camisa y unos pantalones ajustados, no lo veía hace muchos años y seguía sin querer parecer tener más de 40 años.

Sollocé fuerte mientras mi mano completamente llena de sangre volvía a tomar a Adam.

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