Capítulo cincuenta.

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(Zoe)

Hace ya bastante había perdido el miedo por lo que me pudiese suceder, y sentía que hasta mi amor propio me había abandonado, pero me quedaban aún motivos por los que luchar.

Mi hijo, ese era mi único motivo.

Tenía dieciocho años, y realmente un hijo ahora no me convenía para nada, y todo era muchísimo más fácil si decidiera abortarlo, pero en sólo pensar en la idea se me revuelve el estómago.

Era fiel creyente de que las mujeres eran las dueñas de su cuerpo, y yo era dueña del mío. No podía evitar querer tanto a lo que sea que estuviera dentro de mi.

A pesar de que el día que me enteré que estaba embarazada golpeé y rompí todo lo que se cruzaba conmigo, y las ideas más ridículas pasaron por mi cabeza, ahora no hay nada que quiera más que este bebé.

Aunque tuviera un lazo indestructible con el hombre que rompió mi corazón; su padre.

Estaba en una habitación con una escasa luz, llevaba dos días y comenzaba a desesperarme, y no sólo por el aburrimiento que sentía, estaba preocupada. No tenia idea de dónde se encontraba Skyler, o dónde me encontraba yo.

Sólo venían cuatro veces al día a traerme comida, y nada más. Llegaba a ser inhumana la situación, me sentía como en una cárcel, y estar embarazada sólo hacía la situación un poco peor.

La puerta se abrió con dureza, y mi corazón palpitó con fuerza al darme cuenta que Ian estaba frente a mi, ese chico que rompió mi corazón, el mismo que casi me mata, y el mismo que se aprovechó de mi inocencia momentánea y mis estúpidas hormonas alborotadas.

Parecía enojado, aunque el siempre estaba de ese modo. Su tan característica vena en el cuello resaltaba con su polera roja, sus labios gruesos estaban entreabiertos y se me quedó viendo paralizado.

—Zoe.

Habló, levanté mi cabeza y sentí mis ojos arder. Me senté en la cama del lugar y me tapé con las sábanas, no quería oírlo, no quería verlo, no quería nada de él.

—Maldición, Zoe.

Volvió a hablarme, y lo escuché dando pasos que cada vez se sentían mas cerca, mi corazón sufría colapsos de nerviosismo, y así era cada vez que él estaba cerca. Mi sistema colapsaba.

Se sentó en la cama y cerró los ojos, intenté no llorar, no mostrarme débil.

—Estás embarazada, ¿No es así?—murmuró frío, como si la idea lo jodiera por completo.

—No es de tu maldita incumbencia—le respondí, fallándome a mi misma al hablarle. Su voz sonaba tan ronca, tan varonil.

—¿Lo has hecho a posta?

Me levanté como si tuviera un resorte pegado en el culo, y le miré completamente enojada. ¿Cómo coño se atrevía a decirme algo así? ¿Cómo?

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Acaso tú piensas, imbécil?—le hablé fuerte, señalando su cabeza, y lo vacía que esta estaba—, ¿Crees que es genial tener un bebé del hombre que me jodió la existencia?

Pude ver un destello algo desconocido en sus ojos, ese destello que hacía unos meses me hacía saltar de la emoción. Pero ya no, ahora todo era diferente. Y me lamentaba no ser como Sky, que puede perdonar mil veces, y olvidar las cosas. Realmente lo valoro, es mi
mejor amiga de toda la vida y la conozco, es incapaz de dañar a alguien.

Pero yo no soy así.

No lo digo en forma vengativa, pero si me lastiman, no perdono. Es simple, uno no puede olvidar las cosas, por más enamorada que esté del castaño de ojos verdes acá en frente, no olvidaría nada.

BODYGUARD  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora