Capítulo treinta y tres.

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Un frío intenso, un dolor agudo, unos gritos a lo lejos, mi cuerpo saltando, mi cuerpo cayendo, mi cuerpo desvaneciéndose.

Una herida, sangre, dolor, angustia, pena, duelo.

Era como si estuviese flotando, flotando por los mares y océanos, flotando por París, por Bogotá, por todo el mundo.

Sentía un susurro casi inaudible en mi oído, y unas manos frías tocándome todo el cuerpo, el dolor ya no era tan agudo como antes, pero seguía siendo doloroso.

Su voz tan melodiosa retumbaba en mi cabeza, su mirada perdida no se iba de mi mente y su olor estaba plagado en mi piel. Era tan extraño pensar que quizás no los volvería a ver. Era tan jodidamente extraño pensar que quizás este sería mi último suspiro.

Un chock, dos, tres... el pulso decae, las muecas se muestran, la preocupación florece.

—Hola mi niña.

Mónica estaba a mi lado, su tan característico maletín estaba en sus manos.

—¿Sabes dónde está Adam?

La mirada de sorpresa de ella se hizo bastante notoria, frunció el ceño y supe que quizás había cometido un error al mencionar su nombre. Sobretodo porque había estado inconsciente.

Al despertar vi su rostro, sabía que era él y nada pudo hacerme más feliz. Su rostro parecía preocupado, y solo salió de la habitación sin mencionar nada, eso fue ayer. Él no se ha aparecido por aquí, Ryan y Scott no han emitido palabra alguna sobre él, y parecen esquivarme la mirada a cada minuto, haciéndome querer perder la cabeza. No lo entendía.

Había estado tan cerca de la muerte que casi pude sentirla pasar por mi lado, y el sólo... el sólo me ignora.

No entendía la razón, sabía que Adam era un tipo extraño, no entendía demasiado su forma de razonar las cosas, pero supuse que esta vez no se comportaría como el un imbécil.

–No, estuvo aquí todos los días, pero desde ayer cuando despertaste no lo he visto por este sector, ¿Por qué?

—Por nada—le mostré una mueca—, es sólo que quería preguntarle si alguien le había comunicado algo de esto a mi padre.

Mentí, descaradamente. Yo solo quería encontrar una excusa válida para saber por qué Adam no había venido hasta acá. Ella se mostró algo sorprendida por mi pregunta.

—Oh por Dios, cariño eso ha sido lo primero que hemos hecho, ¿Qué clase de equipo crees que somos?—rió—, tu padre llama dos veces por día y te ha trasladado aquí, supongo que ya sabes que estamos en Los Ángeles.

No me sorprendió para nada saber que mi padre no había venido a verificar que estuviera del todo bien, el último tiempo él realmente había estado distante, como nunca antes. Asentí a lo último, Ryan me lo había contado todo.

—¿No sabes si el vendrá o algo...?

—No, nosotros no tenemos ese tipo de información—murmuró—. El único que podría saber algo como eso es Adam, pero como ya te dije no lo he visto desde ayer en la casa, creo que ha pasado la noche afuera. Aunque está en toda su libertad, tu padre le dio unos días para recomponerse, ese día el también fue herido.

Mi corazón se estrujó al pensar que algo malo podría pasarle.

—¿Está bien?

—Oh, sí. Sólo ha quedado con una fractura. Veo que ustedes son muy unidos, ¿No es así?

Negué.

—No, ni siquiera me agrada. Es sólo que me da curiosidad.

Ella me miró con desconfianza, pero sólo asintió. Destapó mi cuerpo y en mi abdomen inyectó un líquido del cual no tenía idea alguna. Hice una mueca.

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