Capítulo doce.

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Adam.

Teníamos un plan, un plan maestro. Antes de salir de casa había organizado todo, todo estaba fríamente calculado para la salida de Skyler. Las cámaras de seguridad del centro comercial estaban en nuestro poder, monitoreadas por Kai e Ian, todo estaba realmente listo. Estábamos preparados para cualquier ataque, menos para una traición.

Por la culpa de un estadounidense hijo de la gran puta es que me encontraba en esta situación, con Skyler detrás mío, cargada en miedo y con sus débiles brazos tiritando. Anabelle se comunicó conmigo por el monitor, y al revelarme cómo habían sido las cosas me hirvió la sangre, el chico que la agencia había mandado el día de ayer para esta salida era un jodido traidor, el cual avisó a las autoridades que la hija del narcotraficante Leonardo Evans se encontraba haciendo exploraciones en el centro comercial como cualquier otra persona, y advirtió que las cámaras se seguridad eran controladas por nuestro personal.

Maldije por lo bajo, lo sabía, lo intuí.

Quizás las agencias estaban en lo correcto, ella debía morir. Probablemente debía morir.

Pero no bajo mi jurisdicción

—Esto se pondrá bastante feo Sky—le volví a decir, ella tenía miedo— toma esto y póntelo rápido—le dije, sacando de mi chaqueta un chaleco antibalas, sabría que si las autoridades se encontraban aquí habrían un feo espectáculo, y que esta bella chica muriera no estaba en mis planes, aún. Ella asintió sin rechistar por primera vez en la vida y se lo colocó por encima del precioso sostén que se había probado, y me había hecho ver, poniendo arriba de él el sweater que traía consigo antes.

Se escucharon dos disparos seguidos, un muerto.

No podía creer que ya hubiéramos perdido gente, pero mi sentido común no me dejaba preocuparme por nada ni nadie más que la tonta chica que iba agarrada de mi mano.

Me preparé, tome el arma que estaba atrás mi espalda con Lela, y le saqué el seguro. Los ojos de Skye estaban aguados, y su cuerpo temblaba con cada segundo un poco más

—Escúchame Sky—le dije—debes obedecer mis órdenes esta vez, podrías morir si no lo haces—le dije, ella abrió los ojos de par en par.

—S-sí—tartamudeó, jamás había visto miedo en ella, ni siquiera la noche que la saqué de ese asqueroso lugar en donde iban a degollarla viva.

Algunas veces no sabía si ella era estúpida de verdad, o sólo se hacía la tonta.

Pero me daba lástima. Leonardo y la CLEA solamente eran dos caras de la misma moneda. Dos caras diferentes en las que uno de los dos terminaría por morir.

Moriría Leonardo, el dueño de Imperio. El narcotraficante más buscado a nivel mundial con ordenes de ejecución inmediata, el hombre más hijo de puta que yo había conocido alguna vez.

O moriría el jefe de la CLEA, Cameron Black. Ese hombre que no podía detenerse a pensar en lo bueno y lo correcto cuando se trataba de su rival, ese hombre que daba la cabeza por que cortasen la de Leonardo Evans.

No lo sabía.

Pero la guerra es una, y era un alivio saber que yo estaba del lado correcto. Siempre estaría del lado correcto.

—No tengas miedo, nada va a pasarte mientras yo esté contigo, lo prometo—vi un brillo en sus ojos, y por primera vez en la vida creo que el abrazo que me estaba dando en este minuto no era para intentar conquistarme, o intentar sacudir mis emociones, era porque la joven chica realmente lo necesitaba. La detestaba, pero correspondí.

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