Capítulo cuarenta y cinco.

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Estrujé la almohada con fuerza, mis lágrimas caían de par en par a través de la frazada que estaba por debajo mío, mis manos estaban hechas puños y mi cuerpo se tensaba más y más con cada respiración    El dolor de la traición, el dolor más jodido que había experimentado en toda mi vida, con la única persona a la que había llamado amor verdadero.

Quise levantarme del nuevo lugar en el que nos encontrábamos, quería lanzar todo y quemar la gigantesca casa que ahora nos contenía a una destrozada Zoe Forbes y a mi, la estúpida chica que había caído en las mentiras de Adam Black. 

Levanté la mirada, Adam Black. Adam Black, agente de la CLEA, Adam Black, infiltrado en la mafia Imperio para atrapar a Leonardo Evans. Adam Black, el que había apostado todo para salvarse a sí mismo, para realizar correctamente su trabajo, aún llevándose con él todo mi corazón. Adam Black, simplemente un traidor.

Mis ojos ardían, había pasado las últimas horas sin contención alguna y con las lágrimas cayendo de par en par, recordando tortuosamente todo lo que había vivido con él, recordando cómo él había permitido que las cosas llegaran tan lejos, las mentiras, todo. 

Él. Nada más que él.

Estaba cien por ciento segura que había pensado cada minuto y cada segundo en él, en su aroma, en sus manos, en sus ojos, en su mentira.

Era una dinamita, una peligrosa dinamita que había explotado y se había llevado todo consigo, inclusive mi corazón. El me había desgarrado el corazón y lo había dejado desnudo y congelado, frío.

Estaba rota, tan rota como nunca antes lo había estado. Todo había sido una gran, gran mentira.

¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿Cómo?

Una semana había pasado, y nada parecía diferente. Había sido la semana más difícil de mi vida, tenía el corazón completamente destrozado, era inexplicable cómo me sentía en este momento.

Respiraba, inhalaba y exhalaba. Pero no era yo. Ya no más. 

Había cambiado; lo sentía.

Y lo sabía, siempre había escuchado a los demás decir que uno nunca sale del amor de la misma manera en la que entro, y aquella persona tenía muchísima razón, estoy más rota que antes, más desolada, más hundida y más hija de puta. Me estaba aferrado a lo único que tenía a pesar de ser la nada misma, porque cuando él se fue, todo lo que yo deseaba se había marchado. Adam Black se había llevado consigo todo mi corazón, todos mis pensamientos. Y había traido con su partida un mar desolado de lágrimas y tristezas imposibles de parar.

Quise maldecir por décima vez en el día cuando mi estómago se contrajo, dolía, escocía. Y yo sabía muy bien la razón.  Podría haber matado al diablo por él, y de todas formas le importó una mierda, le importé una mierda.

—¿Por qué, Adam?—susurré, aferrada a las mantas. Si él me estaría viendo ahora, con las ojeras más grandes del mundo, la nariz y los ojos rojos por el llanto, jamás me hubiera lastimado.

Yo estaba en este momento en Ginebra, Suiza. Había sido un largo viaje desde en refugio hasta acá, pero sin duda había valido la pena. Ryan se había preocupado por mi día y noche, y lo agradecía enormemente; sabía que Zoe estaba pasando por lo mismo y no era capaz de consolarme a mi, ni siquiera podía con ella misma.

Los entrenamientos eran cada vez más difíciles, a cargo de ello estaba Ryan, era la única persona en la que confiaba luego de mi padre, y me estaba enseñando todo lo que no logré junto al chico de ojos mieles. Lo intentaba, sí, lo intentaba con fuerza.

Pero simplemente el día de hoy, siete días después, mi cuerpo dolía como si me hubieran  pasado una arrolladora por encima. Había tantas cosas que deseaba gritar, gritarle en su cara, pero no podía. La agencia para la que Adam trabajaba ahora me buscaba, seguramente a cualquier precio. Y yo no me dejaría atrapar.

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