Capítulo treinta y uno.

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AVISO IMPORTANTE: a partir del próximo capítulo algunos de ellos se volverán privados por las escenas que podrían contener, POR FAVOR, si queréis seguir leyendo, recuerden que deben seguirme y actualizar la historia.

Mónica se encontraba en la habitación en este momento, una pícara sonrisa yacía en su rostro.

—¿De qué te ríes?—pregunté, ella me observó como si estuviese loca.

—¿Me has pedido una pastilla del día después y me dices eso? Es obvio que la situación me causa risa, aunque bueno, es algo normal, tienes diecisiete... —dijo, tomando la pastilla y entregándomela, finalizando el tema—. Es importante Sky, que el encuentro sexual haya sido hacía menos de setenta y dos horas, sino la pastilla perderá su efecto, ¿Vale?

Asentí, y me tragué la pastilla. Mónica aguardaba sentada, y Adam se encontraba a las afueras, a mi parecer cuando la mujer de cabello rizado se acercó a nosotros noté una cierta expresión de nerviosismo, pero decidí ignorarlo.

—Espero que... puedas guardar, ya sabes, el secreto.

Ella me miró obvia.

—Tranquila, la confidencialidad siempre será lo primero, aunque—rió nerviosa—, me gustaría saber con quién ha sido.

Con Adam, pensé. Pero no podía correr el riesgo de que por un atisbo de locura la chica que ahora se encontraba frente a mi fuera corriendo a decírselo a mi padre, nada ni nadie me lo garantizaba.

Me limité a murmurarle que era alguien que no valía la pena recordar. Ella asintió poco segura y habló.

—Verás Sky, Entre los efectos secundarios más frecuentes de la píldora del día después se encuentran la aparición de sangrado no relacionado con la regla, retraso o adelanto del comienzo de la siguiente menstruación, sangrado irregular, aumento de la sensibilidad de las mamas, fatiga, cansancio, dolor de cabeza, cefalea, mareos, dolor abdominal y náuseas—la miré como si me hubiese dado una patada en los pechos y ella rió—, aunque también podrías tener diarrea o incluso vómitos, no te alarmes si esto llegase a pasar, es completamente normal.

¿Normal? Maldición, aquello no era normal. Odio los efectos secundarios, los odio.

La rubia chica sacó los lentes de sus ojos y me miró profundamente, examinándome. Me logró poner nerviosa.

—Eres igual a Heather.

Por un momento sentí un cosquilleo en mi estómago, eran las mejores palabras que alguien podía darme.  Me observaba con cierta admiración, pero a la vez con algo de rabia, no lo entendía.

Un escalofríos me recorrió de pies a cabeza al recordar a mamá. La extrañaba muchísimo, sobretodo porque ahora es cuando más la necesito. No tenía a absolutamente nadie. A excepción de mi padre y Zoe, todo lo demás era una vil mentira, un lavado de dinero.

Y el miedo me recorrió por completa al
pensar que con Adam las cosas no serían diferentes.

—Había olvidado que le conocías—murmuré—, por favor, cuéntame de ella—le dije con la voz rasposa. Mónica se acercó un poco más a mi, abriendo un poco su boca, sin embargo fue interrumpida.

—Ya has hecho tu tarea, Mónica. Es hora de que te vayas.

La voz firme de Adam se encontraba en la puerta, sus brazos estaban sobre su pecho dandole un aspecto rudo.

—Espera—le dije, esta vez dirigiéndome a Adam—, Mónica y yo estábamos charlando, creo que se puede quedar hasta...

—No.

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