Capítulo once.

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En la multimedia pueden encontrar algunos de los personajes.

Adam se encontraba detrás mío, podía oler su aroma pero no sin sentirme mal por ello, lo odiaba, enserio lo odiaba. Estábamos en mi habitación, esta estaba destrozada, todo estaba completamente roto. Los vidrios, los perfumes, las pinturas, algunos muebles... todo estaba roto.

Recordé el ataque de ira que ayer había padecido, y odiaba la forma en la que me sentía. Suspiré y refunfuñé, logrando despertar al castaño que estaba a mi lado, sacando su brazo de mi cintura, y moviendo aquel cuerpo que estaba pegado al mío como si la vida dependiera de ello.

—Por favor—le dije—¿Podrías irte de mi habitación?

Sé que justamente ayer me había admitido a mi misma sentir algo por él, pero mis sentimientos se suprimían bastante fácil al ver cómo el hablaba pestes y más pestes de mi, lo cual dolió como una maldita bala en el pecho, justo en algún órgano.

Adam refunfuñó, y abrió los ojos después de unos segundos, se levantó inmediatamente, seguramente preguntándose a si mismo por qué durmió conmigo, o más bien, por qué había venido a verme luego de ser él el causante de mis lágrimas.

—Skyler, de verdad quiero pedirte dis...—lo interrumpí.

—No quiero saberlo—le dije, cortante, fría —. Me has jodido la noche y el día desde que he llegado aquí, he hecho todas y cada una de las cosas estúpidas que me has pedido, y ya me he cansado.

—En primer lugar—se lavantó desde el lugar en donde estaba, observándome. Maldito cínico—lo que te hago no son tonterías ¿vale? Es para tu protección, más de medio país te quiere muerta, por si lo olvidas. Y en segundo, no has hecho absolutamente nada de lo que ordeno, con suerte asistes a los entrenamientos.

—Habla todo lo que desees, pero como que me pongas una mano encima estás muerto, va enserio—lo reté.

—Sólo lo diré una vez, lo siento—sus ojos mieles estaban radiantes esa mañana, maldición.—No quise decir todo lo que dije, o más bien sí, sólo lamento que hayas tenido que oír todo, pero debes entender que no puedes agradarle a todo el mundo Sky.

Le miré a los ojos otra vez, no podía creerme lo imbécil que era.

—¿Me estás tomando el pelo, verdad?—le pregunté, incrédula e incapaz de creer lo que el imbécil de Adam decía—Vete de mi habitación ahora, no tengo ganas de lidiar contigo a esta hora de la mañana.— le dije, pasé por su lado y abrí una de las puertas de mi habitación, incitándolo a salir, más él se negó.

—Sky escucha esto, estoy aquí para protegerte, para evitar tu muerte, para evitar que la policía, la CIA o algún tipo de agencia te encuentre—me observaba a los ojos y su aproximidad era poca, me tomó por los hombros—. No estoy para tus llantos, o para tu palabrería tonta, o para tu odio insignificante a Anabelle, la cual por cierto, está aquí para velar por tu seguridad, al igual que yo.

—¿Velas por mi seguridad coqueteando con ella? ¿O hablando estupideces de mi?—Adam sacó sus manos de mis hombros y las colocó a los lados de su cuerpo, me observó levantando una ceja, le sostuve la mirada, retándolo.

—No me sigas con esos ojos soñadores Sky—sonrió—que nos hayamos besado no significa que...

—Por favor—lo detuve, riendo sin gracia.—Ni siquiera lo haces bien, lo del beso es una tontería. Bueno, tal vez la pasamos bien y todo eso, para evitar más peleS—reí.—Pero sólo eres un pobre recluta que tuvo la suerte de ser besado por esta belleza—me alabé, y la furia se podía identificar en sus ojos—no pienses que gusto de ti, porque no es así, esto lo he hecho con todos y cada uno de los guardaespaldas que mi padre ha traido—le guiñé el ojo—no te sientas especial, no lo eres.

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