Capítulo 42

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Narra Alexander

—Oye —Una molesta voz retumbaba en mis oídos—. Oye, despierta —abrí mis ojos con lentitud, todo parecía empañado. Había alguien frente a mí, pero se veía muy borroso.

«Es Luna» pensé, su cabello rojo resaltaba al ser iluminado por la luz del bombillo.

—No tardé ni diez minutos, ¿cómo es que te quedaste dormido? ¡Despierta!

Me senté y froté mis ojos con mis manos.

—Lo siento —susurré todavía medio dormido.

—¿Cómo me veo? —Busqué mis gafas en la mesa, no podía ver nada con claridad sin ellas—. Yo creo que se ve mejor en mí ¿no? —preguntó.

Me sentía un poco desconcertado. Siempre que despertaba me sentía muy confundido, pues en un primer momento no recordaba lo que había hecho antes de dormir. Miré a mi alrededor preguntándome en dónde estaba, finalmente mi mirada se centró en Santiago. «No puede ser» dije mentalmente, no podía creer que realmente se encontrara frente a mí, con un vestido azul oscuro y una cinta negra en su cabello.

—Di algo —el chico hacia poses.

Yo estaba mudo, no sabía qué decir. La situación era demasiado extraña y lo peor es que era como ver a Luna, aunque un poco más delgada y alta. Lo miré de arriba abajo, su piel se veía tan blanca y suave, cómo un chico podía verse así, no dejaba de preguntármelo, y luego llegué a sus ojos, tan verdes y tan brillantes, llenos de vida y de alegría.

—Sigues aquí —El chico chasqueó sus dedos frente a mis ojos.

—No quiero ver a Luna —contesté—. Quítate todo eso —agregué con seriedad.

—Pero dijiste que venías a verla a ella, pensé que así te quedarías al menos otro rato —dijo el chico quitando la cinta de su cabello—. Además pensé que te parecería gracioso y te reirías de mí, o bueno, te reirías conmigo.

—Pues no —me levanté del sofá—. Vine a ver a Luna porque quería hablarle de mis sentimientos, pero resulta que ella tiene a alguien más. Ella me mintió —tomé la bolsa del libro—. Dale esto y dile que es un regalo de despedida.

Santiago tomó el libro en sus manos.

—¿Y si me lo quedo yo? —preguntó sacándolo de la bolsa.

—Me da igual —dije caminando hacia la puerta.

—Sólo bromeaba —El chico nuevamente corrió tras de mí—. Espera —me detuve—. No estés triste —murmuró tomándome del brazo—. Tampoco pienses mal de mi hermana, ella es una buena persona. Es sólo que los sentimientos son algo que generalmente no podemos controlar o decidir. Ella nunca pensó en dañarte, eso lo sé.

—Las intenciones al final no valen nada.

No contestó. Le di la espalda nuevamente, abrí la puerta y salí corriendo del lugar. Cuando llegué a la parada llovía muy duro, miré al cielo y supe que aquella sería otra navidad solitaria y triste.

El bus llegó, iba vacío, tal vez en ese momento ya todas las familias se encontraban reunidas. Me subí, me senté en la parte de adelante y volví a dormir, cuando duermes todo desaparece, los problemas, los sentimientos, las preocupaciones, es como si por ese tiempo dejases de existir, o así es cuando no tienes sueños, o no los recuerdas, y todo está completamente oscuro.

Al bajarme seguía lloviendo, me puse la capucha de mi chaqueta y corrí hacia el edificio. Subí las escaleras con prisa, pensé en ir a visitar a la señora Carmenza o a Irene, pero no había sido invitado y no quería ser un estorbo. Entré en mi apartamento, todo estaba oscuro y silencioso. «Debería conseguir un gato» pensé en tanto caminaba a mi habitación para cambiarme, estaba empapado.

Desde que te soñé (Gay) TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora