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"No puedo recordar con exactitud la primera vez que tu alma le susurró a la mía, pero sé que la despertaste.
Y no ha vuelto a dormir desde entonces."

JmStorm

Cuando despertó lo primero que hizo fue dirigirse al baño. Se desnudó, y observó atentamente su cuerpo reflejado en el espejo de cuerpo entero.

Piel blanca, cabello rubio sumamente revuelto, ojos verde esmeralda eran característicos en aquel chico, pero esa mañana le acompañaba un hermoso paisaje nocturno. Siluetas de pinos y la luna del lado izquierdo siendo un exacto punto redondo entre la oscuridad. Lo que representaba el cielo nocturno era de una escala de grises y los pinos eran negros. El paisaje rodeaba su antebrazo unos seis centímetros antes del codo, como una banda perfectamente pintada e imposible de quitar.

A diario aparecía algo nuevo en su piel.

Empezó cuando tenía 9 años. Una buena mañana despertó y se vistió para ir al
colegio. Pero su madre lo vio atacada cuando notó que traía un rayón de color púrpura en la muñeca derecha, aparentando ser un reloj. Por supuesto el rubio no se lo había dibujado, apenas se había logrado alistar antes de llegar tarde. Pero su madre no le creyó. Intentó borrárselo, lo cual no logró ni con toda el agua ni el jabón que estaban disponibles. Al día siguiente ya no tenía nada más que la muñeca roja por las talladas insistentes de su madre.

Con el paso de los días a veces le aparecían rayones coloridos de gises o de plumones, pero no importaba cuánto intentara quitárselos, era imposible. A los once años se le acabó por volver costumbre el irse a revisar al baño para ver qué de nuevo tenía en el cuerpo. Lo bueno era que cambiaban diariamente los diseños.

Pasaron de ser garabatos notablemente infantiles a paisajes de colores oscuros o pastel, o hasta trazos que formaban una grandiosa imagen al final. Y a Adrien le encantaban cada uno de ellos.

Aquel día sus clases se habían suspendido, y lo tenía todo para él. Sus padres dejaron que se fuera con algunos de sus amigos, pero eso lo tenía planeado hacer en la tarde, por el momento podía darse un baño y no hacer más que ver algo en Netflix y comer un montón de frituras. En realidad no tenía plan porque no sabía nunca qué más hacer aparte de estudiar o salir con sus amigos.

Se duchó, y se vistió de la manera más casual que encontró. Camisa lisa de color blanco con pantalones azules, aunque sólo se calzó unas sandalias, no saldría hasta por la tarde.

Bajó las escaleras justo en el momento en que su madre salía con una mirada malhumorada de la cocina. Traía un teléfono en la mano, eso indicaba que hablaba con un cliente suyo. Ni una mirada le dirigió a su hijo, y Adrien entendía que si estaba al teléfono lo mejor que uno podía hacer era no interrumpirla.

En la cocina entró y se encontró con Nathalie, que en realidad era asistente de su padre, pero desde hacía unos años se había convertido también en la sirvienta de la casa. La delgada señora traía un mandil amarillo amarrado por la cintura y le daba la espalda mientras preparaba el almuerzo de sus padres. Gabriel Agreste, su padre, estaba revisando el periódico esa mañana, mientras éste le cubría la cara. Y la radio se encontraba encendida en una emisora de noticias.

Era muy raro que no se encontrase con una escena parecida. Eso le alivió, entonces continuaría con sus planes de no hacer nada. Seguro en una de esas hasta Monique aparecía en la puerta de su casa para acompañarle esa mañana, ya siempre iba por él para ir a la escuela juntos.

Nathalie le sirvió unas tostadas y le deseó unos buenos días. El rubio menor le sonrió de vuelta e inició su ingesta de alimentos. Cuando iba por la mitad oyó que su madre gritaba enojada y luego volvía con sus tacones traqueteando molesta.

La mujer esbelta y rubia se sentó en la silla entre su hijo y su esposo. Intentó arreglar su postura, pasó una mano por su cabello y carraspeó. Gabriel bajó el periódico y Adrien dejó su ultima tostada en el plato. Ambos intercambiaron miradas y esperaron a que la señora de la casa hablara.

—Lamento mi actitud previa —empezó con un tono formal. Adrien estaba más que acostumbrado a él, pero aún notaba su molestia—. Sin embargo siento que es imprescindible que les comunique que he de atender un asunto de suma importancia y partiré esta tarde. Así que espero puedan comportarse hasta mi regreso. ¿Entendido?

Su mirada verde, tan parecida como la de Adrien, les advertía que tenían que hacerle caso. Y ambos varones asintieron. La mujer respiró hondo, Adrien no supo si era para relajar su enfado o por alivio.

—Muy bien, me iré a empacar. —Anunció volviéndose a levantar de la mesa—. Gabriel, cariño, en media hora salimos. Y Adrien, bebé, al salir avísame por un mensaje, y mantenme informada hasta tu regreso a casa.

Y su cabellera rubia, sujeta en una coleta de caballo, desapareció al cruzar el umbral. Lo único que quedó de fondo fue un comercial sobre pintura que pasaban en la radio.

Adrien frunció el ceño. Conocía a su madre. Por supuesto que se iría a arreglar el asunto de inmediato, pero eso no significaba que no se tardaría en regresar.

Su padre dobló el periódico y se levantó de la silla. Pasó a un lado de Adrien, le agitó el cabello con cariño y le sonrió para irse a alistar también. Nathalie presionó el interruptor de la radio, apagándola y se desabrochó el mandil.

—No creo que sea como la última vez —le dijo, intentando hacer que el chico volviese a alegrarse—. Sabes como es la señora Agreste, pero que eso no te desanime. Es su trabajo, es su obligación.

—Lo sé.

Adrien miró su tostada sin mucho apetito. Nathalie hizo una mueca al notarlo. Dejó el mandil de lado y rellenó el vaso del chico con jugo de naranja. Se sentó a su lado. Movió el plato con la tostada y le puso el vaso enfrente.

—Acaba de desayunar. Despídete de tu madre y olvídate del asunto, disfruta el día que tienes libre. —Empujó el vaso a Adrien. Y el chico la detuvo de la muñeca. Hizo una pequeña sonrisa y tomó el vaso.

—Muy bien.

— ¡Excelente! —Nathalie se levantó al ver como Adrien tomaba el vaso del jugo—. Ahora dime algo, ¿está interesante el patrón que tu persona especial te hizo?

Adrien paró. Dejó el vaso a un lado. Subió su antebrazo a la mesa y se lo mostró a la señora de cabello azul con puntas rojas. Una sonrisa se extendió por sus labios.

—A que es hermoso —dijo, dejando de pensar en que su madre pudiese desaparecer de nuevo.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora