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'Todos los grandes cambios preceden por caos'

En la mañana de su décimo sexto cumpleaños Adrien despertó de un salto. Había aún oscuridad afuera, y su reloj despertador estaba marcando las 4:03 a.m. No había estado soñando que caía repentinamente para despertarse de ese modo, ni siquiera el rubio creía que estuviese soñando algo que lo intranquilizara, simplemente se despertó de un salto, como si una fuerza le exigiera que volviera a la realidad.

Adrien, entre la oscuridad, no distinguía gran cosa, tal vez alguna gran sombra que contra ponía a otras provocadas por la posición de los objetos de su cuarto. No más.

No quería salir de la cama. ¿Para qué si era muy temprano? Se removió, intentando volver a conciliar el sueño. A la izquierda, a la derecha, boca abajo, boca arriba y con las palmas extendidas. No, no estaba funcionando.

Pasaron minuto a minuto. Y él seguía dando vueltas, sin pensar en más que el tiempo pasando y él sin poder dormir. Se rindió cuando volteó y ya había pasado cuarenta minutos. Suspiró rendido.

A un lado de su cama había un buró, estaba el reloj y una lámpara de escritorio. Buscó el pequeño switch. Al encontrar lo presionó y la luz amarilla llegó para cubrir una parte parcial de su cuarto, más que nada la cama y alguna parte de uno o dos muebles.

4:55 a.m. vio Adrien a su lado. <<Perfecto, ahora ¿qué se supone que he de hacer hasta las seis de la mañana?>> se preguntó. Muy pocas veces eran las que se llegaba a despertar impuntual, ni siquiera necesitaba poner una alarma a ese reloj despertador en realidad.

Las mantas le cubrían todavía desde las caderas hasta los pies, su torso, brazos, cuello y cabeza estaban fuera; Adrien se encontraba sentado en su cama. Revisó sus brazos: nada. El paisaje nocturno se había ido tres días atrás. Y de cierta manera no lo extrañaba demasiado, ya habían ocupado su lugar unas montañas grises, exactamente 6 centímetros arriba del codo izquierdo; en el antebrazo derecho un gran círculo con pequeñas, medianas y largas líneas que lo hacían ver cómo las venas de un tronco; y ayer mismo dos lanzas cruzadas en su muñeca izquierda, donde en la sección donde las dos puntas estaban había el dibujo de una luna creciente con un par de estrellas, a la derecha unos tres delgados pinos, debajo de la luna una tienda de campaña (deparada por las flechas), y por último del lado izquierdo unas pequeñas olas chocando entre ellas. Con los dibujos le hizo preguntarse si la otra persona estaba acampando, o si ahora vivía cerca del bosque. Tomando en cuenta eso del alma gemela. << ¿En serio he de creérmelo? >> de preguntó, pero ya había otra respuesta en su mente: No tienes ningún otra explicación.

¿Cómo sería la otra persona? ¿Alta? ¿Con el cabello ruloso? ¿Rubia como él? ¿Sus ojos serían cafés, o azules, o verdes? ¿Cómo sería su vida? ¿Tendría hermanos? ¿Sería hija única? ¿Viviría con sus tías, con su madre y padre, o dos madres o dos padres? ¿Sería adoptada? ¿Lo sabría? ¿Le gustarían los animales? ¿Tendría mascota? ¿Le gustarían los deportes? ¿Practicaría alguno? ¿Qué tal si tocaba un instrumento? ¿El piano? ¿El acordeón? ¿El oboe? ¿Qué tipo de música le gustaría?

Y para todas esas preguntas no sabía la respuesta. Había tantas posibilidades para esa chica desconocida para él. Porque eso era lo único seguro, una chica, ¿no? En todas las historias de Monique había chicos y chicas conociéndose, porque así era su destino. Se conocían, se enamoraban, vivían juntos y felices, porque así ya estaba prescrito. ¿Sería la chica de sus sueños? Bueno, ahí la respuesta sería no, porque no tenía un tipo realmente. He ahí la razón del amplio espectro de posibilidades.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora