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'Si no te lo quitas del pecho, no serás capaz de respirar.'

—Muy bien. Se me hace que entonces tenemos un trato, señorita Dupan-Cheng —dijo segura de sí misma la señora Agreste, dándole la mano a la temblorosa chica.

—Sí, sí, sí. Mu-muchísimas gra-gracias. No la decepcionaré, Madame Agreste.

—Espero que no, mademoiselle.

Adrien estaba sorprendido, y más que sorprendido se apiadó de la Dupan-Cheng. La chica, a pesar de su terrible presentación, tuvo las agallas y la suerte de su lado. Nunca nadie tan joven había podido obtener el favor de la excéntrica empresaria Emilie Agreste. Y Emilie parecía estar muy interesada en su proyecto como para dejarla ir.

—Adrien acompaña a nuestra invitada afuera.

Sin poder negarse, el chico asintió y le indicó el camino a seguir antes de comenzar a caminar junto a ella. La chica desvió la mirada a un lado, como si le avergonzara el amable trato que el otro le proporcionaba.

—Ha sido todo un placer, señorita Dupan-Cheng.

—No ha sido nada. Mil gracias a ustedes en todo caso.

Adrien asintió, mientras sus labios se volvían una fina línea. El rubio le tendió la mano a la otra, y ella chica aceptó gustosa. El sonrojo no pasó desapercibido por él. Y ella se fue del edificio con la cabeza gacha, varias personas la vieron y pensaron que era otra pobre alma rechazada por el mismísimo demonio. Adrien, nerviosamente, la vio partir y, luego, él mismo regresó con su madre. Dejó la puerta cerrada tras de sí.

A Adrien no le pareció tan maravillosa la noticia cuando entendió que su madre aceptaba invertir más tiempo (y dinero, claro) en los proyectos de Marinette. No, no le agradó por el simple hecho de que la mujer que le había dado a luz volteó a verlo directamente a los ojos y lo invitó (le ordenó) a que se acercara. Aunque claro que Adrien obedeció sin chistar, como tendía siempre a hacerlo.

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Sí, la muchachita era bella y bastante creativa (a juzgar por la ropa que ella había diseñado y que él había traído puesta la semana pasada), pero no le interesaba en absoluto ser su modelo.

No podía evitar sentirse apretado, nervioso. Le preocupaba que fuera una carga más que no podría soportar. Se había librado de sus clases extra porque, en lugar de ser un estímulo para su desarrollo, eran responsabilidades arrolladoras. Siempre un mismo esquema, siempre tenía que tener la nariz metida a un libro sí o sí. No lo soportó y, gracias a Nathalie quien convenció a sus padres, pudo salir de ello. Emilie sólo lo miró como diciendo: cobarde.

Ahora, su madre quería involucrarlo activamente en el nuevo negocio. Desde esos instantes ya empezaba a sentir la presión de las manos de su madre en sus hombros. Y su mente no podía ponerse a divagar en otra cosa que no fuera aquella sensación que tenía miedo de tan siquiera tantear. La idea de un hospital tampoco era tan lejana. Cobarde, cobarde. La palabra era un sinónimo convencional del concepto de imperfección de su madre. Él no era cobarde, pero tampoco quería caer enfermo de estrés.

La idea de un par de niños haciéndola de compañía de modas, sonaba simplemente ridículo. Y aún así, su madre lo estaba consiguiendo. Las últimas horas se había mantenido dentro de su oficina para tener todo resuelto. Del material ella misma se encargaría de proporcionárselo a la chica, un espacio y una guía también. Adrien se apiadaba de la chica. Emilie Agreste era señalada de genio, casi como un genio mágico de tresmil años. Sus negocios prosperaban normalmente, pero el esfuerzo era demasiado. Los que no soportaban eran lanzados con las patitas en la calle de inmediato.

Adrien seguía teniendo tiempo para sí mismo, ahora solamente parecía tan limitado. Como si todo hubiera sido un pequeño break de media hora y en cinco tendría que regresar a su infierno de trabajo. Se sintió mareado, así que dejó de dar vueltas sobre su silla giratoria. Restregó una de sus manos sobre su rostro, como si con eso pudiera remover sus emociones y sus pensamientos.

A Adrien le gustaba pensar y actuar de manera lógica, pero no podía hacerlo cuando las situaciones le rebasaban, sus sentimientos también. Amaba a su madre, indudablemente, pero ella era un ser que le causaba tantos más sentimiento que le daban ganas de vomitar.

Ahora se preguntaba, ¿por qué había tenido que ir a esa maldita feria escolar? Ah, sí. Esos ojos no lo dejaban dormir. Un sentimiento cálido se apoderó de él. Sus ojos comenzaron a escocerle. No, no lloraría. No era eso. Simplemente era el inicio del caos en su vida. Putain, ya podía despedirse de sentir que su vida era propia, y ningún ejercicio de electrónica para calcular la resistencia de un circuito, por más enrevesado que estuviera, podía tranquilizarlo en ese momento.

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Algo en su interior no parecía ir bien. Sentía unas náuseas horrendas, como si se hubiera comido algo en pésimo estado. Pero, según recordaba, apenas había comido nada. Tal vez un café y una tostada. ¿Por qué se sentía así?

Y no sólo era el dolor de estómago totalmente arbitrario, sino que también tenía un temblor notable en la mano izquierda. Eso no era nada bueno. Gracias a eso había detenido su trabajo, no podía permitirse ser tan impreciso. Dejó a un lado el lápiz, sí, los pequeños rayones fuera de lugar podrían repararse al menos, pero no se permitirá trabajar hasta tranquilizarse.

Sus ojos observaron atentamente su mano, sus dedos se movían como si alguien hubiera amarrado un hilo a cada uno de ellos y los moviera a través de jaloncitos ridículos. Estaba seguro de que algo no iba bien.

Nathaniel era una persona que amaba dibujar y le estresaba cuando su cuerpo parecía ir en contra de sus sentimientos. Él quería dibujar una vez más lo que recordaba de aquel chico, sentir una extraña y alarmante calidez creciente en él. Pero, repentinamente, ya no se sintió cómodo, las náuseas llegaron y el temblor de la mano también. Tubo que parar por el bien de su obra.

Sus ojos turquesas viajaron al retrato que había estado haciendo. Era un intento desesperado por no olvidar. Se preguntaba si en serio esos eran sus sentires, o eran reacciones de su propio cuerpo por algo que tenía que ver con él. No era la primera vez que ocurría, como no fue la primera vez que él dibujaba en la piel de alguien más sin darse cuenta.

<<Todo estará bien, Adrien. En serio>> quería decirle, asegurarle. Y que el temblor parara. Ahora que conocía la existencia del otro chico podía suponer, sin sentirse un total loco, que esos sentimientos no eran suyos. Y se preguntaba cuántas veces los había soportado junto con aquel ser que parecía un fantasma.

@putoshumanos_12, pronto.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora