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'Soy inquieta.
Hay cosas que me están llamando. Mi cabello está siendo jalado por las estrellas nuevamente.'

Anais Nin.

Quería besarlo, como la vez anterior. Pero sabía que sería raro, así que deslizó su mano izquierda entre ambos para poder él tomar las prendas que le debía de entregar Nathaniel. Sin embargo su mano seguía acariciando la mejilla del contrario. Nathaniel le sonrió con confianza, como si el gesto le trajera buenos recuerdos. Nathaniel tenía una estatura similar a la suya, así que cuando acercó su rostro a de Adrien sus labios quedaron a casi nada.

— ¿Lo sientes? —preguntó Nathaniel, casi como un susurro.

El aliento del pelirrojo chocó con sus labios. ¿Que si lo sentía? Lo sentía en su interior, como algo que había olvidado por mucho tiempo, un impulso, una necesidad.

—Lo siento.

Pero sus labios no se unieron. El muchacho pelirrojo parpadeó, como si despertara de un sueño.

— ¡Lo siento mucho, no sé qué me acaba de pasar! Pero cada vez que te veo...

Nathaniel se separó de él, casi escandalizado. Adrien no hizo nada al sentir el cuerpo del chico deslizarse entre sus dedos, dejándolo con unas prendas contra el estómago. Ninguno de ellos fue consciente del brillo de sus brazos, y tan pronto se separaron, éste había desaparecido.

—Entiendo. Yo... yo también...

—Ajam. Sí, bueno, eso.

Nathaniel bajó la cabeza, avergonzado. Algo lo había movido a hacer eso, pero no sabía qué. Adrien, en cambio, notó que las orejas del chico se ponían casi tan rojas como su propio cabello. No supo si enternecerse, avergonzarse, o ignorar el asunto.

—Entonces me he de poner esto.

—Sí. A ver si te queda. Creo... creo que te esperaré afuera, por si necesitas algo.

—Sí, claro.

—Grandioso. Entonces, estaré afuera.

Nathaniel dio unos largos pasos a la puerta y desapareció tras ella, dejando a Adrien solo con la ropa y algunas bolsas de plástico. El rubio suspiró, dejó su cabeza hacia atrás. Su espalda se recargó en la pared y fue bajando, hasta que se sentó en el suelo. Se sentía como un idiota por no aprovechar la oportunidad, no obstante igualmente había algo extraño en todo el asunto. Era como si algo quisiera controlar su cuerpo, algo desde el fondo de su ser, lo cual desconcertaba totalmente su mente. Suspiró.

Adrien se tomó unos minutos para darle vueltas al asunto y luego se acordó de sus padres y que debería apurarse a cambiarse.

En cambio, Nathaniel estaba totalmente rojo, avergonzado por su actitud tan espontánea y apresurada. ¿Qué había sido eso? Un impulso, un instituto, una necesidad desde lo más profundo de su ser, pero, ¿por qué? Había algo en aquel rubio que lo atraía, que hacía desearlo y no dejar de imaginarlo, ¡de dibujarlo en sus libretas! Si tan sólo supiera que su día no podía ser alegre sin que encontrara un mensaje de Adrien en su piel, con aquella letra tan estilizada, tan recta. Quería escuchar su voz, quería ver eternamente esas esmeraldas por ojos, quería delinear sus músculos, quería reconocer ese cuerpo, pero también quería conocer esa mente.

<< ¡Pero qué me pasa! No sé quién es, apenas apareció de la nada. >> se intentó reñir el chico, pero esas palabras en su mente no tenían el poder suficiente de bajarle la temperatura del rostro, ni quitarle el temblor de las manos, mucho menos alentar su corazón o quitarle la necesidad de su pecho. De pronto se sintió así, necesitado pero limitado también. En todo eso, había algo que no cuadraba, y era lo rápido que cambiaba. Porque Nathaniel no era el chico que verías con la mano alzada para pasar primero en la presentación de la clase, mucho menos inscrito en un viaje de paseo por la montaña. Su espontaneidad estaba fuertemente ligada con su necesidad de creatividad y expresarlo de manera visual. Su espontaneidad era artística, no interpersonal. Sin embargo esa chispa, aquel momento en que estaba dispuesto a besar a aquel chico se había sentido tan correcto y exquisito, tal vez...

—Al parecer esto está bien, ¿no crees?

Nathaniel dio un respingo al escuchar la voz del chico que rondaba su mente desde hacía tiempo. El muchacho salía del baño con la ropa que el grupo de Nathaniel había diseñado, producido y ahora estaban vendiendo. Y Nathaniel al verlo supo de inmediato que a quien necesitaban para realmente vender esa ropa era alguien como Adrien.

— ¿Se ve muy mal? —preguntó dudoso ante el rostro sorprendido, con boca abierta y todo, y silencio de parte del pelirrojo—. Tal vez es mejor decirle a Chloé que utilice un maniquí y ya, ¿no?

Adrien hizo un ademán de regresar al interior del baño pero una mano lo detuvo. El rubio se volvió para encontrar a Nathaniel deteniéndolo del brazo y mirándolo determinadamente.

—Estás perfecto, regresa con Chloé y convence a tus padres, de lo que sea que tengas que convencerlos. Yo me encargo de tu ropa, ¿vale?

— ¿Seguro?

—Seguro.

Había algo en la forma en que Adrien le demostraba su inseguridad que removía a Nathaniel, como si de repente se olvidase de sus propias inseguridades para apoyar al chico que se veía genial con esa ropa. Y Adrien no pudo evitar sonreír satisfecho, esa seguridad en Nathaniel le encantaba.

—Muy bien, entonces.

Adrien se arregló el chaleco que venía con el conjunto y se dispuso a caminar hacia el puesto. Sin embargo regresó algunos pasos y jaló a Nathaniel dentro del baño nuevamente.

—No te quiero dejar ir —admitió.

Nathaniel no pudo evitar sonreír.

—No desapareceré.

—Lo sentiré así igualmente.

Lo prometo.

Las palabras le sonaron amargas, como si tuvieran una historia atrás de ellas, una historia no agradable.

—Mejor regresemos juntos.

— ¿Seguro?

—Sí, claro.

Nathaniel se separó de Adrien nuevamente para recoger los paquetes de ropa que Adrien se había tomado la molestia de organizar. Y volvió a la puerta en menos de dos minutos.

—Quisiera verte más seguido —fue lo que a Adrien se le salió como comentario antes de abrir la puerta y dejar salir a Nathaniel antes que él.

— ¿Qué tan lejos estás de aquí?

— ¿Al otro lado de la cuidad es lo suficientemente mejor para ti?

Adrien y Nathaniel comenzaron a caminar hacia el puesto que habían dejado atrás unos minutos antes.

—Tal vez podría visitarte de vez en cuando, si es que sigues castigado.

— ¿Apoco eres de esos chicos que se meten a escondidas a la casa de los demás?

— ¿Estudias en casa?

—No. La otra vez que nos vimos expliqué que asistía al colegio.

—Oh, cierto.

—Pero podríamos vernos en algún lado.

— ¿Tienes teléfono o alguna red social?

—Confiscado. Y no.

— ¿Vives debajo de una roca acaso?

—No, sólo soy prisionero en un castillo.

Nathaniel rió y Adrien se sintió poderoso. ¡Lo había hecho reír! Eso era un buen logro, aún a pesar de las extrañas escenas en las que ambos tendían a ser partícipes con el otro.

Sin embargo toda complacencia de esfumó cuando llegaron al puesto y Adrien notó que su madre estaba demasiado sonriente.

SEGUNDA PARTE DEL MARATÓN.

¿Soy la única que piensa que está medio mierda este capítulo?

Lo siento. :(

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora