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'Nosotros sólo somos un grupo de adolescentes. No podemos manejar esto.'

Adrien no se había interesado por nadie de manera romántica. En lo absoluto durante todos sus años de precocidad y adolescencia, ese asunto no había tenido lugar real en su vida. Ese amor de pareja se le hacia, en el mejor de los casos, ajeno a él, y en el peor, una completa pérdida de tiempo, una simple ilusión, algo completamente infantil que no merecía realmente la pena tan siquiera ser investigado por él mismo.

Adrien se creía la persona con la cabeza bien puesta en su lugar, una mente ágil y aguda, y una situación tan estable que rozaba lo envidiable. A pesar de que todo eso bueno que él tenía en sí también venía con sus propias complicaciones. Como el relacionarse bien con los demás. Aunque lo intentase constantemente, cosa que sucedió antes de sus quince años, hablar con chicos y chicas de su edad era algo complicado para él. Ni hablar del pensar verdaderamente que lo que le repetían ciertas amigas suyas, y lo que luego se empezó a repetir a sí mismo, era algo real. ¿Quedarse con alguien el resto de su vida? ¿"Amar" a alguien de otra manera que no fuera por obligación de la sangre o por decisión amistosa?

Los chicos estaban sentados, en una banca frente a una tienda de ropa, mirando aburridos a su alrededor. Alya y Nino se habían ido a alguna tienda de electrónica, y en cambio el resto de chicas se habían ido a probar ropa. Adrien y Nathaniel, solos, no supieron qué más hacer que el quedarse en un solo punto. Las palabras no eran fácilmente intercambiadas entre ninguno de los dos. Adrien deseó ser un parlanchín, o alguien que bien no sintiera como su estómago se contraía cada vez que intentaba formular algún comentario para acabar con la tensión que los rodeaba a los dos.

El rubio no se había atrevido preguntar lo que se estaba guardando. ¿Acaso ese chico sería el autor de los dibujos que tanto apreció por años? ¿El pelirrojo se sentiría igual de cohibido que él mismo? ¿Acaso el muchacho a su lado sentía arder una frase prácticamente tatuada en su antebrazo izquierdo? Tal vez ya se estaba volviendo loco con tanto estudio que su mente, intentando escapar del estrés se había creado una historia alrededor de las historias fantásticas que Monique le contaba. Podría ser eso...

El celular en uno de sus bolsillos traseros de su pantalón vibró en conjunto con el tono que indicaba que un mensaje le había llegado. Adrien, moviéndose automáticamente, tomó su celular, lo desbloqueó y entró a la aplicación. Un aviso de parte de Monique le había llegado: Ni te atrevas a encontrarla sin que yo esté a tu lado. Espéranos, salimos en veinte minutos. Era claro que Monique no se había dado cuenta. <<Si esto no es un sueño, él está aquí de verdad, a mi lado y yo estoy como un idiota que no sabe qué hacer>> pensó, burlándose lastimosamente de su persona.

— ¿Algo importante? —preguntó él... Nathaniel.

El de aquel chico era un nombre curioso. Nathaniel. O Nathan'el, derivado del hebreo, significado Dios ha dado. Y luego estaba aquel Nathan Rosen quien había sido un físico israelí que co-escribió un libro de física cuántica junto a Albert Eisntein y Boris Podolski el siglo pasado. Sin notarlo verdaderamente los pensamientos de Adrien, en un intento por calmarlo le dieron algunas vueltas más a los miles de datos que se había aprendido. Claro, cuando se había acordado del nombre lo había buscado, y le había aparecido aquella información, la cual fue recopilada y guardada tan en el fondo de su mente que apenas había vuelto a la luz.

— ¿Y salen mucho? —volvió a preguntar el pelirrojo, en un intento por hacer mucho menos incómoda la situación, al menos para él. Tal vez Nathaniel no fuera una persona de muchas palabras, pero estaba acostumbrado a escuchar demasiadas palabras. Sí tan sólo aquel rubio con cara de modelo se dignara a decir algo más que monosílabos estaría disfrutando de un monólogo externo.

Adrien siguió sin responder, ajeno a sus alrededores y continuando con su línea de pensamientos, con el celular aún en mano, frente a su rostro, con los ojos en blanco, y poniendo algo nervioso al chico a su lado.

—Oye, ¿está todo bien?

Con una mirada un tanto turbada decidió acercarse un poco.

—Ey, ¿va todo bien? —preguntó él. El chico fue a poner sobre la espalda del rubio una de sus manos, intentando llamar su atención y devolverlo del territorio del pensamiento profundo.

Adrien se sintió despertar de un sueño profundo. Se volvió a su lado derecho, encontrándose otra vez con él, con la causa de su desequilibrio vital. Pero estaba más cerca, y lo estaba tocando. Era algo simple, hasta normal, común. ¿Por qué? <<¿Por qué yo me tengo que sentir así?>> se preguntó lamentándose internamente. Esas riquezas que eran tan hermosas pero misteriosas para él, ¿cómo develar sus secretos?

Adrien había notado que Nathaniel había evitado mirarlo directamente a los ojos todo el tiempo. Desde que se había acercado con sus amigas a la mesa donde él había estado degustando una hamburguesa hasta ese momento, sentados en una banca sin nadie que realmente les viera con atención. Pero en ese momento lo hizo. Se miraron a los ojos, y todo en su interior pareció comenzar a encajar en algún hueco, como si todo se te acomodara mágicamente ante un tacto tan sutil, tan absurdo.

No dijo nada. No pensó en nada más que no fueran en las mil preguntas que le gustaría hacerle, en las mil respuestas que le daría y tal vez en todos los datos curiosos y hasta inservibles que le podría recitar de memoria si se lo pidiera tan sólo.

Repentinamente estaban en la nada, ellos dos, juntos. Compartiendo un momento, un tacto y la intriga de saber realmente al otro, reconocerlo totalmente. Adrien parpadeó, tal vez unos micro segundos pensó que podría despertar de verdad por fin. Que tal vez en serio todo fuera un sueño y se despertarían nuevamente en su cama en el día de su cumpleaños, tal vez si se revisaba nuevamente su piel no encontraría nada raro con ella. Tal vez todo eso era una ilusión. Una ilusión de su mente.

Pero había algo en esos ojos turquesas que le llegaba hasta el alma, si lo que muchos pensadores alguna vez afirmaron que existía verdaderamente. Y esa mirada cargó una sola pregunta: ¿Tú también lo sientes?

Adrien sólo pudo responder sí, mentalmente, y seguir ese impulso que lo empujaba a acercarse más al otro.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora