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'Nos enseñan a contar los segundos, los minutos, las horas, los días, los años, pero nadie nos explica el valor de un instante.'

Donato Carrasi.

Seguir su instinto, en el sentido más primitivo, no era el estilo de Adrien, jamás lo había sido. Pero, ¡por toda la materia que existía, no le importó demasiado su parte racional en ese momento! ¿Cómo se había resignado tanto de la nada?

Los labios de aquel chico pelirrojo junto a los suyos en un contacto que no se había permitido nunca, en un tipo de contacto que sólo había visto en las películas. Sus labios moviéndose, juntos, como si se conocieran, como si ese no fuera el primer beso que se daban. Las manos de Adrien no quedándose quietas, más bien, yendo a investigar. Colándose debajo de la camisa colorida del muchacho, sintiendo su piel contra las yemas de sus dedos. Sus pechos pegados, sus corazones acelerados pero acompasados con el del otro. Adrien imaginándose un experto, sabiendo dónde y cómo tocarlo, ahí y en todas partes.

Sus labios debían de saber a algo, tal vez hasta algo que le gustaría volver a probar una y otra vez. No obstante evitó hacer contacto con ellos. No, todavía no era el tiempo. En cambio lo abrazó, queriendo expresarle todo lo que se había estado preguntando desde que lo había visto por primera vez. Sus ilusiones de tocarlo de esa manera no se esfumaron, tenía esa tentación, sin embargo fue lo único que no se permitió con un sobre esfuerzo de consciencia. Los brazos del otro chico le rodearon desde el cuello. ¿Lo estaba entendiendo acaso?

La marca de Adrien le quemaba, pero se volvía soportable al unirla con el calor que desprendía el cuerpo del contrario. Se quedaron abrazados, como si se conocieran de toda la vida, o de alguna vida anterior. Adrien tenía la barbilla en el hombro de Nathaniel, con los ojos cerrados, deleitándose con un suave aroma que desconocía conscientemente. Las personas tenían su propio olor, Adrien lo sabía, pero luego era difícil para ellos diferenciarlo. No obstante el de ese chico se le coló hasta lo más recóndito de su cerebro.

— ¿Lo sientes? —se atrevió a preguntar en un susurro, respirando en su oreja, haciéndole cosquillas de Nathaniel. ¿Cuándo su lengua había sido liberada?

—Sí —fue la respuesta susurrada del mismo modo.

El momento le pareció eterno y perfecto. Pero la perfección a veces es dudosa, hasta en su misma existencia.

En la mano derecha de Adrien vibró su celular, pero aquella vez no era mensaje sino una llamada. Aún embelesado, completamente atontado, consciente pero a la vez no, contestó el celular de alguna manera sin romper el contacto con el chico.

— ¿Bueno? —dijo él, casi en un susurro.

— ¿Se puede saber dónde diablos estás muchacho?

Adrien sintió como si le hubiesen lanzado un yunque desde el piso treinta de un edificio. Su consciencia volvió, su parte racional despertó y lo obligó a partir de ese abrazo. Se alejó del chico, y no fue hasta crear una prudencial distancia de metros de distancia no se atrevió a contestar.

—Estoy con unos amigos —contestó, valiente, sin mentir en realidad.

—Estoy con unos amigos, no debería ser la respuesta correcta. ¿Por qué no estás en tu cuarto estudiando? Esa es una gran falta a mi confianza. Dime dónde estás en estos instantes y voy por ti —la voz de Nathalie no era tan dura, pero sí sonaba molesta.

La mujer debió de haber entrado en pánico al notar que se había escapado de casa. Pero había durado lo suficiente la ignorancia del asistente de su padre para al menos no sentirse como un inútil. Adrien consideró pedirle a Nathalie, mientras ella le comenzaba a recitar lo irresponsable de su comportamiento, que lo cubriera, que lo dejara en la plaza unas horas más, intentar negociar con ella.

—Ah, y no creas que estás a salvo, la noticia ya la saben el señor y la señora Agreste.

Bueno, era oficial, su funeral sería al día siguiente. Adrien fue obligado a decirle a Nathalie dónde estaba, y de fondo el rubio escuchó como la mujer tomaba las llaves del auto, salía de la casa, se metía al auto y lo echaba en marcha. Unos segundos después la llamada finalizó dejándole una última indicación al rubio, que fuera a la puerta principal y se quedará ahí hasta que lo recogiera, no más desviaciones, y que se mentalizara su castigo.

Adrien se quedó como de piedra ahí parado, aún con el celular pegado a la oreja y la vista perdida, sintiendo como su falsa ilusión se resquebrajaba delante de su ser. Estaba más que jodido, estaba acabado por el resto de su vida. Sus padres le harían sentir como si él fuese la razón porque miles morían cada año, que por esa pequeña falta se desataría la tercera guerra mundial o alguna catástrofe de esa índole.

Lentamente se dio la vuelta para ver a un chico pelirrojo de ojos turquesa que lo esperaba aún sentado en una banca. ¿Sucede algo malo?, le cuestionaban esas lagunas desde lejos. <<Sí, mi eterno suplicio>> respondió él mentalmente.

El pelirrojo se levantó del asiento y atravesó los metros que los separaban. Adrien con la expresión turbada lo espero ahí, al final del escaparate de la tienda donde las chicas habían desaparecido.

Nathaniel se detuvo a medio metro frente a él. Adrien lentamente bajó el celular y se lo guardó en el bolsillo. Adrien percibió la duda en el otro chico, como si no supiera qué hacer consigo mismo. Y era eso en realidad lo que le sucedía a Nathaniel. El pelirrojo quería recuperar ese contacto, como si tan sólo a través de él pudieran comunicarse, como si las palabras no fueran suficientes.

— ¿Todo bien? —se forzó a preguntar en voz alta el chico pelirrojo.

<<No estoy bien, estoy muerto>> quería responder Adrien, tal vez si le agregaba ese tono burlón que casi siempre usaba Monique podría encubrir su realidad. Sin embargo no dijo eso sino lo opuesto, un simple No que lo hizo sentirse que había comenzado a caer de un acantilado. Estaba perdido y no sabía hablar, ¡perfecto!

Nathaniel hizo amago de acercarse, de tal vez tomarle del brazo para detenerlo, sin embargo Adrien retrocedió, evitando la mirada calaita que le seguía los movimientos.

—Tengo que irme —anunció el rubio, con una seriedad en su voz que detuvo al pelirrojo de su intento por detenerlo.

Te acompaño. Por favor no lo hagas. Déjame ir contigo. Algo así, algo así hubiese detenido a Adrien de irse sin mayor preámbulo. No obstante Nathaniel no tuvo las agallas para detenerlo, sólo observó cómo se alejaba, como si fuera un hombre que se dirigía a su propia muerte.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora