16.

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'Seré un soñador hasta el día en que muera.'

Chloé estaba de lo más contenta al encontrar el conjunto. Dejó de ser tan crítica y comenzó a pedirle su opinión a algunas de las empleadas de la tienda predilecta. Al final fue algo más sencillo de lo planeado. Y después de comprar lo necesario, se dirigieron a un buen restaurante. El resto de la tarde fue entre algunas risas y conversaciones que rondaban la escuela, de cada uno, compañeros y ciertos profesores molestos. Cuando Chloé dejó de nuevo a Adrien en su casa, el rubio estaba de lo más tranquilo y alegre. Se despidió y fue a meterse en la casa.

Eran las nueve y no había rastro de su padre, perfecto. Se escurrió hasta su cuarto sin hacer ruido igualmente. Había estado bien. Literal habían pasado doce horas, bastante tiempo considerando todo el que habían estado peleados.

Adrien sacó de la bolsa el conjunto que había comprado con Chloé, bueno Chloé lo había comprado ya que él no traía dinero. Pero igualmente. Había sido un buen día. Adrien dobló el conjunto y lo guardó con cuidado en su armario. Luego comenzó a desvestirse, para ponerse una piyama. En su antebrazo izquierdo seguía esa maldita frase que le traía dolor de cabeza. El chico la había dicho y desde entonces no se lo quitaba de la cabeza. <<Puede ser algo psicológico. Tal vez mi subconsciente se está aferrando a... esa idea>> pensó el chico, pasando las yemas de sus dedos por el contorno de las lindas letras. Suspiró.

Sacó la piyama del cajón y se puso el pantalón, aún cuando su pecho quedó al aire libre. Su mirada no dejaba de ver ese rastro. Se puso la playera pensando. <<Tal vez...>> Aquel día, en el que lo que tenía escrito en el brazo ocurrió como, pareciera, tenía que ocurrir. Adrien se fue a sentar a los pies de su cama. El mensaje central no se había borrado con los días, pero el pequeño mensaje que le había aparecido en la palma de la mano en unos segundos se había ido al día siguiente. Y Adrien, después de darle tantas vueltas al asunto, aunque en primer instancia se lo quiso quitar de encima y luego cedió a una tarde de compras con Chloé. Había pensado en el momento, en la situación tantas veces. Recreaba el rostro del muchacho como si jugara con el azar, cambiante cada vez. No obstante también recordaba algo de minutos antes, cuando el destino le guió a ese encuentro, había sido eso o una extraña ilusión. Cuando ese mensaje con la ubicación del café donde lo había encontrado. Tal vez si...

—Bueno, lo puedo intentar en este momento, no hay nadie. Padre seguro tardará en llegar y mañana en la mañana puedo despintarme.

Adrien se levantó de la cama. Fue hacia su escritorio y tomó una pluma. Iba a hacer lo que jamás se había hecho a sí mismo. Cuando sintió la fría punta de metal sobre su piel, centímetros de la intersección del codo, a un lado de su mensaje, se sintió como si estuviera hecho algo malo. Adrien escuchó la voz de su madre, cuando aquella vez le intentó por todos los medios quitarle aquella mancha morada de la muñeca. "Adrien, cuida tu cuerpo, éste es un templo, y residirás en él el tiempo suficiente, cuídalo." Era absurdo pensar en eso, era simplemente un experimento y ni que le fuese a dar cancer por pintarse una simple presentación en el brazo. Pero se sentía mal, como si no debiera hacerlo. << ¡Al demonio! >> pensó. Su agarre se afianzó y escribió con ella mejor letra que pudo hacer, aunque un intento pobre considerando el resultado, "Soy Adrien Agreste, y quiero saber si alguien más recibe este mensaje." Algo largo pero lo suficientemente directo. Era una idea loca, pero tal vez no necesitaría a Chloé, y tampoco es como si la chica fuese la gran amiga de... ¿Nicolás? ¿Cómo era que se llamaba?

—Oh, no. ¡Estúpido cerebro!

Adrien dejó la pluma a un lado y casi deja caer su frente en la superficie de madera. En cambio suspiró nuevamente y se comenzó a dirigir a la cama, aunque se detuvo en medio camino. Se fue al armario, lo abrió y se adentró en él. En el fondo había una caja blanca. La sacó del armario. Puso la caja encima del escritorio, sacó la lámpara que había dentro y la conectó a la corriente. Adrien supo que estaba encendida de inmediato, a pesar de no distinguirse por la lámpara que colgaba del techo e iluminaba por sí misma la habitación.

Adrien fue a apagar la luz que venía del techo. Y la habitación fue parcialmente iluminada por la otra lámpara. Eran pequeños puntos, eran las estrellas que se verían si las ciudades no contaminasen tanto lumínicamente. Adrien, dejó de sentirse tan loco y perdido. Todo el asunto lo hacía sentir desorientado, pero aún así no lo dejaba de lado. No podía, le era simplemente imposible.

Adrien se acomodó en su cama, se cubrió esta la barbilla con las cobijas y su vista la dejó perderse entre los miles de puntitos de luz. Chloé había sido tan atenta con él. Chloé era una maravillosa amiga. Y él era terrible en todo. No se estaba aceptando, porque no debería existir el destino como tal. Pero parecía que no era un destino cualquiera, era el suyo. Algo en sí mismo no se despegaba completamente de la idea. No se alejaba de los dibujos que le arrancaban sonrisas y despertaban su curiosidad, ni del turquesa de sus ojos o lo rojo de su cabello, ni la letra con la que empezaba su nombre. Tal vez no conociera a ese chico, pero se le había encajado, y ni porque conscientemente intentase olvidarlo lo lograba. Porque inconscientemente deseaba que algo extraño pasase con su vida. Inconscientemente le gustaban demasiado los dibujos que aparecían casi mágicamente en su piel. Inconscientemente le había parado el corazón observar esas lagunas turquesas, escuchar esa voz que cada vez que la intentaba evocar le parecía melódica. No, Adrien estaba perdido, y eso ya de años.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora