35.

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'¿Él te gusta?
No quiero.
Pero lo haces.
Lo hago.'

Antes de tocar la puerta Chloé hizo una revisada rápida a su atuendo. Llevaba un mono vestido amarillo canario, cuya falda le llegaba exactamente a la altura de la rodilla, con diminutos rombos blancos esparcidos por todo él. Encima de los hombros llevaba una chaqueta blanca como la nieve, impecable. En cima del cuello del vestido, un colgante de cadena plateada con un dije de un Yin, cuya otra mitad (el Yang) lo tenía Adrien en algún lado de su cuarto. Su cabello rubio, con ciertas ondas bien formadas en las puntas, se encontraba suelto, aunque los mechones delanteros detrás de las orejas para que no se atravesaran en su visión. Su rostro ligeramente maquillado, intentando ser lo más "natural" posible. Y para finalizar una bolsita castaña de delgada correa, que colgaba de su hombro, entre el hombro del vestido y el de la chaqueta. Chloé era simplemente primorosa. Siempre linda, siempre presentable, siempre impecable.

Al menos físicamente era bastante bella, nadie lo negaba, pero su actitud de niña rica (que, por cierto, sí que sus padres lo eran) arruinaba bastante su encanto frente a los chicos de su edad. Pero ella era humana, como todos los demás, se valía tener defectos y fallos. No le caía nada bien a la gran mayoría de sus compañeros de clase, y no encantaba a muchos ni por su apariencia de muñequita de porcelana.

La muchacha se sacudió polvo invisible de la falda de su bonito vestido. Se sentía un poco inquieta, no por la visita, sino por algo anterior a ésta. Y Adrien estaba encerrado en esa casa que se erguía frente a ella, como una pobre princesa en apuros. Una sonrisa traviesa se asomó en sus labios, sí, Adrien sería la perfecta Rapunzel del siglo XXI (lástima que tuviera el cabello algo corto para aparentar que de verdad era la princesita de cabello tan largo por el cual se podía escalar hasta una alta torre). <<Cuando Adrien se deje crecer el cabello le haré trenzas y moños>> pensó la chica, decidida.

Chloé al siguiente segundo recordó qué hacía ahí. Adrien. Claro. Tocó tres veces la madera de la puerta, antes de que ésta fuese abierta abruptamente.

—Te dije que no tocarás —la regañó Adrien de inmediato al asomarse afuera—. Ven, entra rápido y silenciosa. Vamos mi cuarto.

Adrien abrió un poco más la puerta, dejando suficiente espacio para que la muchacha pasase sin ningún impedimento. Ella obedeció totalmente las indicaciones directas del muchacho. Adrien cerró la puerta después de que Chloé pasase a la vivienda. Y mientras subía las escaleras lo más discretamente posible, pensaba en qué era lo que le urgía contarle (aparte de cómo había acabado castigado y qué tal le había ido cuatro días atrás). Adrien, en cambio, estaba bastante ocupado volteando a todas partes, intentando no hacer tampoco mucho ruido. Su padre estaba en su estudio, encerrado como había previsto, pero era posible que por cualquier ruido saliese a ver qué pasaba. Ambos jóvenes llegaron a la habitación de chico, e inmediatamente éste cerró la puerta. Era más seguro así.

Adrien dejó escapar un suspiro y se fue a sentar en la silla giratoria de siempre. Chloé, en cambio, estrujó los dedos de su mano izquierda con los de la derecha, y miró silencios a Adrien, esperando a que él le indicara dónde sentarse. Hacía bastante que no visitaba la casa del rubio. Meses antes de su pelea que duró lo suficiente para extrañarse mutuamente y apreciarse más todavía.

—Puedes acomodarte donde quieras, Chloé. Mi casa es tu casa.

La muchacha sonrió ante la aclaración de su amigo. Eso era bastante lindo, saber que era bien recibida (aún a hurtadillas) en aquella vivienda. Entonces Chloé asintió y se fue a sentar en uno de los costados de la cama. Aquel lugar la tarde anterior había sido usado por Nathalie para insistirle al chico que le admitiera qué sucedía con él. Era Perfecto. Así podía ver a Adrien, si éste le daba la espalda a su escritorio.

— ¿Qué pasó, Adrien, que me pides venir a tu casa y a guardar silencio como si las mismas paredes pudieran escucharnos? —preguntó la rubia, calma.

Ella colocó su bolso a un lado. Pero sus manos fueron encima de sus muslos, para sostenerse entre ellas, para estrujarse entre ellas. Había algo que la inquietaba y quería contárselo a Adrien, pero ella no estaba ahí para discutir sobre su vida, sino que estaba para escuchar a Adrien y darle todo su apoyo.

—Bueno. Primero, te debo el relato de qué pasó el domingo, eso incluye cómo fue que me encontré con el chico y cómo acabé castigado.

— ¿Fue el mismo día?

—Sí. Principalmente porque me escapé para ir a aquel centro comercial —admitió el joven con una sonrisa abochornada.

—Vaya, chico, estás comenzando a ser rebelde —felicitó pícara la chica. La verdad a Adrien lo que le sobraba era precaución y control (no suyo, sino de sus padres) sobre su vida. Al muchacho le faltaba vivir un tanto más. Salir a pasear, ver la ciudad, salir con amigos, ir a fiestas (que no tuviesen que ver con negocios), correr en algún cierto comercial, comer comida chatarra, cosas por el estilo de adolescente promedio.

Adrien hizo una mueca extraña, como si con ella quisiera desmentir el comentario pero al mismo tiempo se sintiera halagado por él. Después, él continúo. Le contó a Chloé, a detalle, cómo se había encontrado de Nathaniel y acabado en su casa con su padre vuelvo una furia por haberse ido de casa sin avisar. Adrien, a casa momento del relato se acercaba más a la cama, a Chloé, para poder bajar el volumen y no delatarse. No era que su padre tuviera antenas por orejas, sin embargo podía ser cosa del destino que repentinamente escuchase a Adrien hablar solo en su habitación mientras iba por algún bocadillo a la cocina. Si hubiese podido, Adrien hubiese hecho que ese miércoles su padre se quedase en la oficina hasta tarde, al igual que Nathalie. Así la casa estaría vacía para los dos amigos.

—Entonces te castigaron por irte. —Adrien asintió—. Y querías besarlo cuando estuvieron juntos fuera de aquella tienda. ¡Dioses, Adrien!

—Lo sé, es algo estúpido.

—Querrás decir vergonzoso, para ti por supuesto. Jamás has besado a nadie, ¿pensabas simplemente estrellar tu rostro contra el de él?

—No lo sé.

—Al menos no lo hiciste, finalmente.

Chloé suspiró. Sí que sí amigo había tenido un interesante día. Eso le alegraba enormemente a Chloé, ya que Adrien merecía divertirse y también avergonzarse y vivir cosas diferentes a las que proporcionaba su jaula de porcelana.

—No. Al menos. Ja.

Guardaron silencio un momento. Adrien giraba con lentitud sobre la silla mientras miraba al suelo.

— ¿Qué necesitas? —preguntó la chica, sabiendo que había más allá del domingo.

—Necesito verlo de nuevo, Chloé.

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora