08.

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'Amistad no es acerca de cuánto llevan conociéndose. Tiene que ver con que camine en tu vida, diga "Estoy aquí para ti" y lo demuestre.'

El taxi se estacionó frente a un pequeño edificio de dos pisos, con ventanas y balcones negros simétricos. Chloé abrió la puerta del auto, diciéndole al conductor y a Adrien que la esperaran un momento, inmediatamente después salió de ahí, cerrando la puerta detrás de ella. Adrien se asomó por la ventana que Chloé dejó atrás. Observó como su amiga se acercaba a la residencia, subía algunos escalones y se plantaba en la entrada, tocando la puerta. Esperó unos segundos, hasta que le abrieron y la dejaron entrar, desapareciendo totalmente por un par de minutos. Hasta que la puerta se volvió a abrir y Chloé volvió a salir con una gran caja que le llegaba desde sus caderas hasta su barbilla.

La muchacha se acercó al taxi. Adrien se bajó de él para ayudar a su amiga, ésta casi se lo impidió, pero al final aceptó, el chico sólo le abrió la cajuela para que dejara el paquete. Adrien no tenía ni idea de qué podía ser lo que Chloé le consiguió, cosa que aún le sorprende. ¡Lo había perdonado hace tanto y pensaba aún darle su regalo de cumpleaños! Chloé podía ser mezquina con muchas personas, pero quería demasiado a Adrien como para dejar que se deprimiera en su día festivo.

Cuando los dos estuvieron sentados uno al lado del otro de nuevo en el asiento trasero del vehículo, la chica dijo gracias, el muchacho sonrió.

—Vale, ahora, ¿a dónde, capitán? —preguntó la rubia con una broma privada implícita. Cuando eran pequeños a Chloé y a Adrien le gustaban mucho los piratas, aunque más a Adrien, y aunque cuando jugaban la muchacha siempre fue la capitana, cuando era el cumpleaños del rubio ella lo dejaba a él ser el capitán.

Adrien sonrió aún más. ¡Cuánto había extrañado esa rubia! Miró su mano y leyó la dirección, le pidió al taxista que ahora los llevara ahí. El señor sólo asintió y arrancó el coche.

— ¿Cuánto nos falta? —preguntó la rubia curiosa.

—Unos veinte minutos, a lo mucho —mentía ligeramente, faltaban diecisiete minutos, pero por costumbre en las matemáticas lo redondeaba.

Adrien y Chloé intercambiaron miradas. Luego Chloé le sonrió, extendió su meñique como si fuesen a hacer una promesa. Con Nino, él habría hecho uno de esos saludos con muchos movimientos; y con Monique posiblemente hubiese sido un apretón de manos y la chica lo abrazaría fuertemente; pero con Chloé no había necesidad de tanto contacto, lo más discreto era lo que más significaba entre ellos. Era una promesa por el meñique, pero Adrien sabía que intentaba decir Chloé (¡lo lograremos!). Y Adrien envolvió su meñique con el de la rubia (lo haremos juntos).

El camino no fue tan silencioso. Adrien comenzó a ponerse nervioso y emocionado al mismo tiempo. Era como cuando estaba a punto de tener los resultados de un concurso de química por el cual había esperado por meses. Pero ahora no tenía que ver con compuestos químicos, no directamente, tenía que ver con una persona que conocería y le daría sentido a lo que tenía escrito en el brazo y tal vez también a todos esos dibujos que le habían aparecido a lo largo de esos años. Tamborileaba con los dedos sobre la parte de plástico de la puerta, cerca de la ventana, produciendo ruido. Algo que Chloé no le había dicho era que estaba reproduciendo una canción que cantaban cuando eran pequeños. La rubia sonrió. <<Nervioso y nostálgico, ¿qué más se puede pedir de él?>> se preguntó.

Si le preguntaban a la chica si quería a Adrien, ella diría que sí, y especificaría que era su maldito hermano gemelo abandonado en un bote de basura, porque los habían separado al nacer. Pasaban por hermanos o primos muy fácilmente, y eso le encantaba. Cuando ella supo acerca de que Adrien tenía un alma gemela, ya sabía que estaría en buenas manos, pero mientras tanto, ella lo cuidaría.

Pronto el solo de tamborileo se convirtió en un dueto, con Chloé cantando la letra de la canción infantil. Unos minutos después fueron alternando las melodías, entre canciones pop del momento, canciones tradicionales francesas o hasta alguna de Disney. Adrien tenía gran ritmo, Chloé un gran oído musical, y ambos recordaban perfectamente las notas, el ritmo y las letras. Estarían en el mismo colegio si tan solo sus padres hubiesen decidido que se metieran a una escuela con especialización en música, pero no, Chloé había partido a una escuela de señoritas los primeros dos años y después a un colegio público en donde se había quedado hasta el momento; Adrien, en cambio, se había saltado un grado por tener educación en casa, y luego entró al colegio privado al que iba, podían ser bastante presumidos los chicos pero al menos había encontrado a Monique y a Nino para que le acompañasen. Y como la música improvisada estaba bien interpretada al conductor no le molestó en lo absoluto, no les dijo que guardaran silencio ni los interrumpió, hasta que llegaron, con algo de pena al hacerlo.

Los rubios agradecieron, la muchacha le pagó al conductor mientras el muchacho iba a la parte de atrás a abrir la cajuela y agarrar lo que Chloé le había traído. Cuando lo cargó se dio cuenta de que pesaba un poco, no tanto como para hacer que lo dejara en el suelo, pero sí pesaba lo suficiente para que tuviera que hacer un esfuerzo. Se hizo una nota mental de regañar a Chloé por cargar eso y no pedirle ayuda, más bien y no dejarle ayudarla. Chloé, al darse cuenta de qué hacía Adrien, estuvo a punto de impedírselo. Pero el muchacho dejó la cajuela abierta y el conductor le pidió cerrarla. Ella no podía mandarlo a freír espárragos. Cerró la cajuela rápidamente y Adrien ya se había comenzado a alejar, los autos comenzaban a hacer bulto por su culpa (de ambos rubios), entonces Adrien había decidido irse a la banqueta y comenzar a buscarle una explicación a lo escrito en su mano.

— ¡Adrien, espera!

El chico se metería al café que había en la esquina, con el número 30. BRASSERIE, LE PRESIDENT decía encima de un toldo rojo. Adrien le dio la espalda a la puerta, porque la empujaría con ésta, pero Chloé fue corriendo hacia él y arrebatarle la caja de inmediato, cosa que a ambos desbalanceó momentáneamente. Ellos no lo oyeron porque habían comenzado a discutir, pero un ligero campaneo se escuchó al abrirse la puerta. Chloé le dio la espalda a Adrien, mientras él hacía lo mismo, pero al estar cerca por error lo empujó y Adrien acabó por derribar a alguien más de improviso.

Unos segundos antes estaba de pie a punto de entrar al local, y ahora se encontraba tirado en el suelo (sentía el piso de granito, frío, bajo sus palmas) pero encima de alguien (escuchaba su respiración como un susurro contra su oreja y también lo sentía parcialmente por el calor que emanaba de su cuerpo bastante cerca del suyo). Como si hubiese tenido los ojos cerrados, de repente se enfocó, notó un par de orbes peculiares y brillantes, unos labios delgados pero que permanecieron entre abiertos por la sorpresa, piel clara y para rematar su rostro una melena pelirroja.

Se miraron unos segundos, como si el tiempo se detuviera, o el mundo ya no existiera, sólo eran ellos dos.

— ¿Nathaniel? —a lo lejos le pareció escuchar un nombre, pero no le prestó mucha atención. No obstante la otra persona sí pareció notarlo, su cara dejó de ser un cuadro perfecto para transformarse en el rostro de una persona avergonzada y algo enojada. Se removió un poco, pero Adrien parecía no querer reaccionar, entonces no pudo hacer más que exclamar:

— ¡Quítate de encima!

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora