15.

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'Vemos lo que queremos ver.'

Adrien estaba frente a la puerta del edificio. Vale, podía hacerlo. Era algo simple. Entraba, pedía a la recepcionista que le comunicara a Chloé su llegada, Chloé saldría a recibirlo y ella se encargaría de todo. Si era tan sencillo, ¿por qué le ponía nervioso? Quién sabe qué había planeado su rubia amiga. Eso le ponía nervioso, exacto, eso era, la expectativa.

Tomó aire y se dijo a sí mismo que podía hacerlo. Sacó el celular del bolsillo, no era algo a lo que se apegara como si su vida dependiera de ello, pero era útil cuando los relojes se te olvidaban, o para mandar un mensaje y no parecer un idiota esperando por dos horas. Eran las ocho treinta y cinco de la mañana, temprano creerían la mayoría, claro que a Adrien no le parecía tan temprano. Igual, su padre se había ido antes de que él se dignara a bajar a la cocina y comer lo que fuera, un yoghurt y algo de fruta, y prepararse mentalmente para ese día.

Llevaba una camiseta que tenía impreso el sistema solar, el fondo negro y lleno de estrellas y planetas. Los planetas, manchas coloridas y redondas, detenidos en algún punto de su ruta normal de rotación. Sus pantalones eran de mezclilla, el rubio no era muy fan de ella tampoco pero Monique le insistía que era moda desde los ochenta o hasta antes. En lo personal a Adrien le interesaba un comino qué estaba de moda y qué no, si apenas se ponía a escuchar música que rallaba a moderna, y estaba seguro que no era del siglo XXI, aunque eso de vez en cuando. No le gustaba llevar zapatillas de deporte cuando realmente no iba a hacer ningún deporte. En el fondo de su mente estaba el permanente pensamiento de que los muchachos que vestían así se veían mal, como queriendo aparentar algo que no iba con el momento ni con ellos. Eso no evitaba del todo que él mismo intentase ponérselos. Pero aquel día lo evitó, entonces calzaba unos mocasines azules. Y para acabar, el maldito mensaje en tinta extraña sobre su piel era cubierto por una chamarra que era impermeable y no muy voluptuosa, también de azul oscuro.

Adrien conocía los colores, sus cadencias tonales. Hasta la teoría del color en conjunto con la psicología no le parecía disparatada. Era divertido para él observar a las personas e imaginarlas con un color que definía su personalidad a grandes rasgos. Pero, aunque él fuera amarillo (lo sabía porque su mente estaba llena de esquemas y datos), por alguna extraña razón su gusto en vestir se iba a por los colores oscuros, a los menos llamativos, o más dependiendo de la situación. Ese día era el índigo con pequeñas variaciones en tonos.

Adrien tomó por fin su decisión y se adentró en el edificio. Se dirigió directamente a donde la recepcionista se encontraba. El rubio carraspeó y la mujer alzó la vista.

—Vengo a ver a la señorita Burgeois.

La recepcionista volvió a bajar la mirada, no importándole lo que Adrien le había dicho. Adrien resopló, estaba a punto de pedir que la recepcionista llamara a su amiga de nuevo.

—Adrien, buenos días. —No fue necesario cuando la propia Chloé se encontró a su espalda. Adrien se giró y ambos pudieron saludarse.

—Buenos días.

—Tan puntual como siempre —halagó la muchacha al separarse unos centímetros después de su abrazo. Adrien sonrió.

Ambos salieron de ahí. Chloé se subió al primer taxi que se estacionó enfrente de la entrada. Ella lo había pedido minutos antes. Guardaron silencio durante dos minutos continuos. Cuando el automóvil dio un giro a la siguiente esquina, Adrien decidió preguntar.

— ¿Por qué doce horas?

—Necesito tiempo para alistarte.

— ¿Alistarme?

Perfectly ImperfectDonde viven las historias. Descúbrelo ahora