Un poco más maduro

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Froid.

El rubio estrujó el trapeador dentro del balde color amarillo, asegurándose de sacarle bien el agua sucia antes de sacarlo de nuevo.

—¿Sabes si lo que hacen con nosotros es legal? —preguntó Chaud desde el otro lado del gimnasio, su voz ronca haciendo eco a través del silencioso y vacío lugar.

—A mí en mi casa no me hacen nada, Chaud, pero si quieres hablar de lo que te hacen en la tuya, te aconsejo que tomes una cita con la psicóloga- 

—¿Sabes cuánto odio que entiendas explícitamente lo que te estoy tratando de decir, pero lo conviertas en algo que no tiene nada que ver? —Chaud lo interrumpió y Froid todavía pudo sentir el fastidio latente en su tono de voz.

El rubio le restó importancia con un encogimiento de hombros. Chaud ya odiaba miles y miles de cosas sobre él—si no era todo—y una cosa más no le haría daño a nadie. O quizá sí. A él, cuando lo sacara lo suficientemente de quicio y terminaran en el piso y moliéndose a golpes como dos neandertales, justo como pasó hace un poco más de un año. El recuerdo lo hizo reír entre dientes.

—¿Te acuerdas cuando terminamos dándonos puñetazos en el suelo y en medio de la cafetería? —no pudo evitar preguntarle a su compañero, contagiándolo con su risa— Creo que rompiste permanentemente mi nariz porque mis mocos nunca volvieron a ser los mismos —lamentó.

—Uh —respondió Chaud con una sonrisa mientras giraba el trapeador entre sus manos y luego lo deslizaba por el piso—, disfruté mucho el sonido que hizo al romperse —admitió con su sonrisa haciéndose más grande.

—Y yo amé verte con el ojo morado por más de dos semanas —admitió él también.

Ambos cerraron la boca durante unos segundos, demasiado perdidos en sus propios pensamientos como para mantener o seguir con la conversación.

Entonces Chaud habló de nuevo: —Nunca más hay que golpearnos, ¿bien?

Froid levantó su mirada de la mancha de barro que estaba trapeando y posó su vista en Chaud, quien ya lo observaba con sus ojos mieles brillantes, las mejillas sonrojadas y respiración agitada por el esfuerzo, también algo de sudor humedecía levemente su frente y sienes. El castaño estiró una mano en su dirección y Froid se acercó para tomarla y agitarla con suavidad. Ignoró el pequeño y tierno gesto de vergüenza que hizo Chaud con su nariz, provocado por el extraño contacto físico que no era habitual entre ambos,  y cuando el contrario alzó la vista, le propinó un no muy fuerte zape en la frente. Se rió ante el gruñido de fastidio que Chaud le dio en respuesta y se volvió para seguir con su labor.

Se sintió extraño porque, hace dos semanas, nunca se hubiese atrevido a hacer un trato con Chaud, mucho menos uno para que ninguno de los dos se volvieran a tocar ni un pelo, pero ahora lo había aceptado sin siquiera reconsiderarlo durante un segundo. Froid empezaba a sentirse un poco más maduro, tal vez el castigo sí estaba dando algunos frutos.

Adversarios [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora