Lista interminable

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Froid.

Froid perdió el hilo de la conversación que mantenía a través del teléfono con Chaud cuando encontró aquellas hojas viejas y arrugadas en uno de los cajones de su armario, donde solía guardar papeles de la escuela y evaluaciones llenas de calificaciones con menos de siete puntos.

Una sonrisa nostálgica apareció en su rostro. Aún recordaba el día en el que Lisa lo buscó en la escuela, dejándole ambas hojas y diciéndole que guardara la suya y entregara la de Chaud, él obviamente no lo hizo, las conservó ambas para futuro chantaje.

Cuando Chaud finalmente dejó de parlotear acerca de una película sobre felaciones y dibujos animados en 3D, Froid soltó un suspiro.

—¿Recuerdas esa vez que nos mandaron con Lisa y ella nos hizo escribir esa inútil lista sobre cosas positivas que veíamos en el otro? —preguntó, su vista aún sobre la hoja de papel, paseando sus ojos sobre lo allí escrito con una pulcra caligrafía en lapicero azul.

Ah, sí, ¿cómo olvidarlo? —Froid escuchó al castaño reír al otro lado de la línea—. Yo te ayudé con esos dulces y no me diste ni las gracias.

—Bueno, tú fuiste un idiota y estaba molesto —Se defendió Froid.

Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos, hasta que Chaud habló de nuevo:

Esa lista sería interminable ahora —dijo y las mejillas de Froid se calentaron.

—Si, me gustaría que la actualizaras y me subieras el ego un poco más —respondió, intentando disimular los latidos acelerado de su corazón—. Ya sabes, él quiere estar de la mano con los alienígenas, Jesús ya no es suficiente.

Escuchó la preciosa risa del castaño a través de su teléfono y se sorprendió a sí mismo cuando su corazón latió aún más fuerte, tenía miedo de adquirir una enfermedad cardíaca.

Justo ahora no puedo pensar en algo que no me agrade de ti —confesó el mayor—. Solo tengo cosas favoritas y menos favoritas.

—¿Menos favoritas? —inquirió curioso.

Te amo aunque seas un bocazas, patán, cruel y más seco que un moco en verano.

Froid se atragantó con su propia risa, volviendo a guardar ambas hojas en el cajón y encaminándose hacia su cama, dejándose caer sobre ella con una sonrisa que empezaba a hacerle doler las mejillas.

—Los mocos secos duelen —comentó.

Lo hacen, son difíciles de sacar y normalmente impiden mucho más la respiración que-

—Basta —Lo interrumpió, riendo de nuevo—, deja de hacer tan evidente lo raros que somos.

Te gusta que seamos raros juntos, lo dijiste una vez.

—¿Nunca olvidas nada de lo que digo? Yo ya olvidé de lo que me estabas hablando antes de lo de la lista —bromeó.

Jamás, mi amor.

Eso fue como una mala jugada porque ahora el rubio sentía que sus mejillas y corazón iban a explotar y él realmente no quería morir joven. No aún. No cuando amaba tanto a Chaud y quería demostrárselo durante muchos años más. 

Adversarios [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora