Compartir gérmenes

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Froid.

El rubio estaba observando la carita decaída de Chaud al saber que no podía ir a dejarlo hasta su casa, porque tenía una ¡horrible gripe y salir por dos segundos hacia la fuerte brisa lo podría mandar al hospital.

Estaban ambos parados en la entrada, con la puerta cerrada y Chaud sorbiendo por la nariz, la cual estaba ya estaba roja y maltratada por la cantidad de veces que la había sonado.

Froid pensaba que debía estar realmente limitado de mente para pensar que Chaud lucía tierno, pero tierno en demasía. ¿Quién es su sano juicio consideraría a alguien lleno de mocos como "tierno"? Sí, Froid estaba empezando a conocer cuán imbécil se podía llegar a ser cuando te gustaba alguien.

—Lamento no poder acompañarte —Se disculpó Chaud con la voz ronca y la nariz congestionada—. Mamá es la exageración en persona —añadió, rodando los ojos.

—Es mejor que le hagas caso, Chaud —Le respondió con suavidad, miró sobre el hombro del castaño, asegurándose de que la sala de estar y el pasillo estaban vacíos, entonces tomó a Chaud por ambas mejillas, lo acercó a su rostro y, estirándose, ahora se daba cuenta de que Chaud había estado creciendo mucho, antes no le sacaba más de dos o tres centímetros, pero ahora le sacaba alrededor de ocho o diez, frotó su nariz dándole un pequeño beso de esquimal.

Cuando se alejó, observó la expresión de sorpresa en el rostro del castaño, éste iba a decir algo, pero Froid le dio una mirada que claramente decía: "búrlate y te rompo la cara."

—Está bien, está bien —dijo Chaud, en cambio, con una leve sonrisa—. Pero ahora quiero un beso de verdad.

Froid sintió sus mejillas sonrojarse. No importaba cuantas veces lo hubiera besado ya, que se lo pidiera siempre lo hacía querer salir corriendo y esconderse debajo de una piedra.

—No quiero tus gérmenes, ew —respondió, arrugado su nariz en señal de disgusto.

—Pero acabas de restregar tu nariz sobre mis mocos —Chaud hizo un puchero que Froid desapareció en cuanto lo golpeó en el hombro. El castaño se quejó levemente.

—Está bien —Se rindió—, pero donde me hagas tragar alguna de tus flemas, te corto los testículos y los cuelgo en el árbol de navidad —amenazó, acercándose para abrazar al más alto por el cuello.

Chaud rió con suavidad y lo abrazó de vuelta por la cintura, entonces lo hicieron.

Froid estaba saltando internamente mientras controlaba sus ganas de sonreír a mitad del beso.

Los labios de Chaud no tenían un sabor en específico, pero había algo por lo que él se había hecho adicto. No había día en el que pudiera resistirse a ellos, no había día en el que pudiera esconder sus ganas de abrazarlo y mantenerlo a su lado todo el jodido tiempo. Estaba tan perdido por él que tenía ganas de echarse a llorar.

Se separaron varios minutos después, ambos sonrojados y temblando; era el efecto que tenían el uno sobre el otro, no sabían si algún día iba a desaparecer.

—Creo que me siento mejor, doctor Hughes —dijo Chaud con coquetería.

Froid rodó los ojos y se apartó, se dio la media vuelta acomodando su suéter para después tomar el pomo de la puerta y abrir, pero se detuvo y dijo:

—Anda adentro, no puedes siquiera respirar la brisa.

Sintió los brazos de Chaud rodearlo por detrás y luego sus labios chocando contra su mejilla.

—Te veo en la escuela —Le susurró.

Froid salió de aquella casa odiándose por la sonrisa de idiota que no pudo desaparecer, su corazón acelerado y por lo empeñada que estaba su mente en recordar a Chaud durante toda la noche.

Adversarios [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora