Capítulo especial: templado

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Chaud.

Ya eran las doce de la madrugada del primero de enero, Chaud había perdido la cuenta de cuántas copas de champán había bebido y ahora le era físicamente imposible despegar su mirada de Froid, quien estaba a unos cuantos metros de él ocupado y saludando a cada miembro de su familia. Por otro lado, Chaud ya había tenido suficiente de todas aquellas personas por una sola noche, incluso de su queridísimo suegro, quien rápidamente lo consideró como su segundo hijo varón. 

Sus piernas rebotaban con impaciencia mientras su mirada estaba clavada en Froid y una de sus tías, quien lo tenía tomado por ambas manos y le hablaba con tanta parsimonia que Chaud sentía ganas de levantarse de su sitio y arrancarlo de los brazos de la mujer para poder llevárselo. Ya había compartido a su novio por bastante tiempo durante todo el día, y no es que él fuera del tipo posesivo enfermizo, es solo que desde esa mañana tenía cierta picazón en su piel, el rostro permanentemente sonrojado y sus ojos no podían apartarse del menor ni medio segundo por la necesidad de tocarlo y tenerlo cerca.

¿Finalmente había enloquecido?

Froid traía puesto un bonito suéter color mostaza y unos pantalones de pana color marrón, nada muy fuera de lo normal, pero aun así Chaud estaba–mentalmente–babeando por el hecho de que parecía más bonito y suave de lo usual. No podían culparlo, estaba flotando en su amorosa nube nueve tan alto que probablemente se lanzaría por un precipicio si Froid solamente batía las pestañas en su dirección y se lo preguntaba. No podía evitar tener esta expresión de anhelo continuo, y se sentía morir lentamente porque apenas si había recibido un beso de buenos días cuando Claudia ya se había robado a su novio durante la mayor parte del día, dejándolo solo y aburrido. Solo hasta que George lo había invitado a jugar una partida de cartas junto al abuelo de Froid y aunque a Chaud en serio no le gustara jugar cartas, había estado tan terriblemente aburrido sin su novio que no tuvo más remedio que aceptar.

Fue un error, porque después de diez partidas, él no había ganado ninguna y el abuelo de Froid lo había amenazado con no permitirle ponerle su apellido a su bisnieto si no aprendía a jugar cartas correctamente. ¡Chaud podría ser un poco más bueno si jugar le divirtiera al menos en lo más mínimo!

Alrededor de diez minutos más tarde, escuchando las ridículas anécdotas de George y las escandalosas carcajadas de los tíos de Froid, Chaud finalmente observó al rubio alejarse de su familia y caminar hacia la cocina. El castaño ni siquiera lo dudó, se disculpó con rapidez y prácticamente saltó fuera del sillón, controlándose para no correr como un perro desesperado detrás del menor.

—No sabía que solías tocar el piano en competencias musicales —comentó con tranquilidad, apoyando su cadera contra el marco de la puerta de la cocina.

Vio a Froid sobresaltarse al escucharlo, luego se dio media vuelta y le sonrió.

—De hecho, gané una vez —Le respondió con un encogimiento de hombros.

Chaud observó el hermoso rostro que el rubio poseía; con sus ojos azules brillando, su cabello dorado desordenado de una manera que solo lo hacía lucir aún mejor y su piel pálida destacando las pocas pecas que adornaban el puente de su nariz. Suspiró, caminando hacia Froid hasta que estuvo en frente suyo y dejó caer su cabeza en el hombro de éste. Enterró el rostro en su cuello y aspiró su aroma, embriagándose de él mientras lo tomaba por la cintura con sus brazos y Froid se apoyaba en su abrazo, llevando sus manos a su cabello.

—Te extrañé —confesó, frotando su nariz contra el cuello del rubio y sacándole una leve risa.

—Lo siento, mamá se pone histérica con todas esas cosas de la cena y la velada familiar —respondió Froid, soltando un suspiro antes de tomar su rostro entre sus manos y levantarlo, haciéndolo verlo a los ojos—. Además, solo fueron un par de horas.

Adversarios [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora