No(s)otros

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Froid.

Froid tenía muy en claro que los padres de Chaud no eran las personas más comprensivas del mundo en cuanto a la sexualidad de éste se trataba. Sabía que Greg hace mucho ya no pisaba la casa del castaño, pero aun así la idea que les había planteado había echado raíces lo suficientemente profundas, tanto que él mismo comenzó a notar cómo Chaud se empezaba a romper poco a poco. Estaba desesperado. Ninguno de ellos tenía ni una remota idea sobre su relación, simplemente no fue necesario discutirlo para decidir que no era el mejor momento para revelarlo, y ambos eran lo suficientemente buenos actuando como para pasar desapercibidos. O más bien los padres de Chaud eran muy ingenuos, porque cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de la manera en la que Froid actuaba y se preocupaba por su novio.

Como justo ahora, cuando esperaba en el cuarto del castaño y escuchaba los gritos que le daba su padre por el simple hecho de tener la puerta cerrada mientras estaban viendo televisión. Froid odiaba tanto, tanto, al padre de Chaud por las porquerías que le estaba gritando en ese momento, que en serio se arrepentía de alguna vez haberse mostrado tan amable y educado con él. Sus manos estaban literalmente hechas puños en su regazo.

"Solo dos maricas se encierran a solas en una habitación y tú y yo sabemos a qué."

Sentía que merecía un premio por la manera en la que se estaba conteniendo, apretando sus propios dedos y tratando de regular su temperamento. Sabía que no solo no debía bajar y entrometerse en lo que era un altercado familiar, sino que Chaud tampoco apreciaría que lo hiciera. En estos momentos podría tomar papel y lápiz y crear un diccionario completo con insultos al estúpido viejo que estaba dañando a su hijo de esa forma en la planta de abajo.

Cuando Chaud entró llorando a su habitación, volviendo a cerrar de un portazo, Froid no supo si abrazarlo o renunciar a su propia fuerza de voluntard, salir por esa puerta e ir a golpear a su estúpido padre.

—Chaud... —llamo, bajito.

—Es mejor que te vayas, Froid —le respondió el castaño, de manera tosca. Le dio la espalda mientras caminaba hacia el gran ventanal de su habitación y se paraba frente a éste.

El rubio suspiró, levantándose de la cama con lentitud y caminando hacia él. No le hizo caso en lo absoluto, solo se acercó hasta él por detrás y lo rodeó con sus brazos, apoyando su frente en su espalda y tratando de transmitirle todo el apoyo que pudiera mediante esa muestra de cariño. No apretó demasiado, dejándole decidir si se sentía cómodo con el contacto o no.

El universo sabía que Froid no era alguien que diera muestras de afecto físico por su propia cuenta, pero por alguna razón, con Chaud siempre le resultó cómodo y natural iniciar el contacto.

—Estoy aquí para ti —susurró.

—Por favor... —Chaud respondió en un susurro, todavía tenso en su lugar.

Froid se alejó, girando a Chaud para enfrentarlo y verlo a los ojos. Acunó su rostro entre sus manos, limpiando las lágrimas en sus mejillas, las cuales fueron reemplazadas rápidamente por nuevas. Su corazón se oprimió y lo único que pudo hacer, entre su nube de desesperación, fue besarlo. Lo besó con toda la tranquilidad y viveza que pudo reunir al mismo tiempo, tratando de transmitirle su amor, apoyo incondicional y comprensión al mismo tiempo. Quería, necesitaba, hacerlo sentir mejor. Hacerle saber que estaba, está y estaría aquí para él.

Sus manos acariciaron las hebras castañas entre sus dedos, apegándose al contrario tanto como le fue humanamente posible. Acarició todo y tanto como pudo alcanzar, rogando que sus toques fueran tan significativamente profundos, como para llegarle hasta el alma.

—Está bien —susurró sobre sus labios en cuanto se separaron, apoyando su frente contra la del castaño y tratando de regular su respiración—. Puede meterse sus comentarios por el culo porque no nos importa una mierda, nadie puede opinar sobre esto si no somos nosotros dos. Nadie más que nosotros dos.

Vio a Chaud sorber por la nariz con su expresión triste y sus ojos apagados. Acarició sus mejillas lentamente, sintiendo las lágrimas crecer en sus propios ojos porque esto era tan injusto.

—Lo siento —dijo finalmente, su voz rota y las lágrimas ya desbordándose de sus orbes—, lo siento mucho, Chaud.

Y sí, así fue como ambos terminaron llorando y también rogando por que la situación no lograra sobrepasarlos.

Adversarios [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora