P.O.V Makena
Mis piernas dolían, los músculos de las mismas vibraban y se acalambraban de tal forma que parecía que clavaban miles de navajas allí. Pero no iba a dejar de correr, jamás. Mi libertad dependía de esto y no iba a dejarlo tan fácil.
Me di vuelta solo una vez para verificar que no me estuvieran siguiendo. No podía olvidar las caras de las enfermeras, espantadas y con nervios. Ninguna fue lo suficientemente rápida como para alcanzarme, pues salí con un impulso superior al que yo pensaba, eran las ganas que tenía de encontrar a Axel y dejar que nuestra historia prosiguiera normalmente.
Pude notar como la enfermera más vieja hacía varias llamadas, según mis cálculos, para cuando los demás vinieran yo ya no estaría en el parque.
Corrí, seguí corriendo sin importarme el dolor. Una pequeña sonrisa se pintó en mi rostro.
Tome aire, inhale y exhale, seguí corriendo. Cruce la calle como si el diablo estuviese empujándome y seguí.
Pase por un restaurant, había muchas personas sentadas en las mesas de afuera. Logré divisar un abrigo, de un hombre que estaba lo suficientemente distraído como para darme la oportunidad de robarle. Lo hice, fue tan rápido que ni yo me di cuenta. Seguí corriendo. Todo lo que pude hasta que el cuerpo no me lo permitió mas.
Termine dentro de un callejón, algo oscuro a pesar de la luz de sol. Me puse el abrigo y traté de atar mi pelo con una de las pulseras del hospital, el amarre quedó algo flojo pero al menos se sostenía.
Respire y estire mis piernas, el dolor era casi insoportable.
Estaba como a unas cinco cuadras del parque, apostaba absolutamente todo lo que tenía en este momento a qué me estaban buscando como si fuera la peor delincuente del mundo.
La pierna derecha me dolía como si me la estuvieran arrancando de cuajo. Me apoye sobre la mugrosa pared, apoye toda mi espalda y traté de aliviar un poco la tensión en mis piernas.
Traté de concentrarme, de pensar en mi libertad, en que no quería volver al hospital. Porque aunque digan que era por mi bien, me estaba ahogando. Esa habitación de hospital no me dejaba ser yo.
Tenía que pensar claro, recordar, ¿a quien podría ir a "visitar"? Y quedarme allí algunos días, quizás un mes. No tengo muchos amigos que digamos, en realidad no tenía amigos.
Mis entrenadores, no puedo ir allí, querrán que vuelva al hospital y no estoy con ganas de aguantar órdenes de otros.
Traté de hacer memoria mientras descansaba, mis piernas seguían doliendo, creo que aún más.
Maria... sonreí, el nombre de María se había estrellado en mi frente como una hermosa visión celestial. Me había criado con ella, bueno, no criado, pero había pasado mis peores años en el orfanato. Era como una amiga, una gordita tierna a la cual le gustaba llevarme comida, en especial galletas de chocolate a la habitación en donde yo siempre, siempre estaba cumpliendo "condena". Maria y yo habíamos tenido horas y horas de charla, de preguntas sin respuesta. A veces llorábamos, a veces reíamos, depende el día y la situación.
A Maria la habían milagrosamente adoptado una pareja de alemanes, recuerdo aquel día como si lo viviera siempre. Ella solo quería una familia, una familia que la contuviera, que le diera el cariño que jamás supieron darle. Todos los días se sentaba frente a la ventana principal del orfanato para observar a las parejas y familias que entraban o salían del mismo. Tenía la esperanza de que algún día le tocara a ella salir por la enorme puerta de roble de la mano de sus padres adoptivos. Y así fue, un día, cuando menos lo espero, llamaron por ella. Y recuerdo cómo salía por esa puerta, como lo había ensayado tantas veces, de la mano de sus padres.
Tiempo después se comunicó conmigo, tres o cuatro. Me contaba como iba su vida, lo buenos que eran sus padres, tenían dinero, pero eran tan humildes que ni siquiera se notaba.
La última carta que me escribió fue contándome que había iniciado su carrera como médica, que ya vivía sola y que se estaba por casar.
No respondí a esa carta, supongo que mis problemas personales me nublaron la mente. Traté de recordar la dirección de dónde me la enviaba, era cerca, ella no se había ido de la cuidad.
Ya no recordaba su cara, pero si recordaba su nombre y su apellido, su nuevo apellido. Recuerdo que se lo habían cambiado a Berlepsch. Era difícil de recordar pero era buena en eso, en realidad fui entrenada para eso.
Ya un poco descansada, con la respiración estabilizada y más relajada. Me decidí a salir del callejón, salí tan tranquilamente como si nada hubiese pasado. No quería levantar sospechas, si te ves muy nervioso la gente comienza a dudar y si comienza a dudar llamará a la policia.
Tape mi cara un poco y comencé a caminar. No estaba muy segura de a donde iba, pero estaba segura de que si quería alimento y techo debía de encontrar a María Berlepsch como sea.
Debía concentrarme en eso, debía hacer todo lo que sabía hacer, encontrar a una persona es fácil así que debo hacerlo. Lo tomaré como una prueba de la academia, solían hacer muchas de esas para ver si estábamos capacitados para rastrear y no perder a nuestro objetivo, recuerdo que era una de las que tenía mejor puntaje en eso, así que confío en mi, sé que lograré encontrar a Maria.
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MAKENA. Terminada.
RomanceA Makena Robins le asignaron un nuevo protegido en su agencia de guardaespaldas. Hacia varios meses no se dedicaba a esa actividad, desde su último caso quiso retirarse pero su jefe insistió depositando muchísima confianza en ella nuevamente. Su nu...