Trece

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Las clases habían empezado, las cosas con mi padre habían vuelto a la normalidad desde aquella conversación y seguíamos manteniendo una relación estrecha.

Había perdido a Miriam, ya solo la veía en el instituto, el las quedadas grupales de la pandilla y en los entrenamientos.
El único lugar donde seguíamos manteniendo nuestra química era dentro del campo de fútbol, puesto que ambas seguíamos compartiendo el amor por este deporte ,y además ninguna quería perjudicar al equipo.

Había intentado innumerables veces hablar con ella, pero siempre me esquivaba o era muy borde conmigo, así que un día decidí desistir pues veía que había seguido con su vida y aunque me dolía más que nada en este mundo, por más que quisiese o lo intentase, yo no entraba en ella.

En el instituto, se decía que ella había empezado a salir con Pablo, el chico con el que la vi besándose, así que sabía que los rumores eran ciertos.

Pablo era dos años mayor que nosotras, pero era un buen chico y me alegraba que estuviesen juntos, pues, aunque me carcomían los celos cada vez que los veía juntos, me importaba más la felicidad de Miriam, y con él parecía ser feliz.

Era otro día de mierda como todos desde que Miriam acabó con nuestra relación debido a mis gilipolleces. Encima, hoy me había dormido y aunque salí disparada hacia el instituto, llegué tarde a las clases.

- Hola, perdón... ¿Puedo pasar?- pregunté después de llamar a la puerta.

- Sííí, pero que no se vuelva a repetir- contestó la profesora y entré en clase- Bueno, como iba diciendo, como estamos dando la Edad Media, vais a tener que hacer una obra de teatro en la que haya un poema basado en el amor hacia las damas . Será por parejas y las voy a decidir yo- explicó- Amaia y Alfred, Nerea y Aitana...- Iba diciendo.

Cada vez quedaban menos nombres y Miriam y yo todavía no habíamos salido.

Me estaba poniendo muy nerviosa porque no quería que nos tocase juntas, ya que Miriam seguía enfadada conmigo y no quería que se viese forzada a que estuviese conmigo más del tiempo necesario.

-¡Miriam y Ana!- dijo finalmente.

No me lo podía creer, iba a ser muy incómodo trabajar las dos juntas, yo no tenía problema, pero como pensé que a ella no le gustaba intenté cambiarlo.

- Perdone, profesora, no creo que sea buena idea que Miriam y yo estemos juntas. ¿Podría cambiarlo? Por favor-pedí.

- No, Ana, las parejas son las que son y son inamovibles- contestó.

Terminamos las clases y a la salida fui a hablar con Miriam.

- Perdona que te moleste. ¿Podríamos hablar un momento sobre el trabajo?- pregunté con miedo a que me odiase demasiado hasta como para negarme lo.

- Sí- dijo cortante.

-Gracias, solo venía a decirte que si quieres lo hago yo y te lo paso por correo para que añadas y corrijas lo que quieras. Después me lo reenvías, nos aprendemos cada una nuestra parte y en un recreo lo practicamos para que así no tengamos que pasar tanto tiempo juntas- dije.

- No, Ana, creo que somos lo suficientemente mayores y maduras como para distinguir nuestros conflictos y dejarlos de lado y poder hacer un trabajo. ¿Te viene bien esta tarde?- preguntó.

- Sí. ¿En mi casa a las cinco?- pregunté.

-Vale. Adiós- contestó antes de irse.

Llegó Miriam y empezamos a hacer el proyecto, era una situación muy incómoda pues nos tocaba de cerca.

- Podemos hacer una justa donde un caballero le dedique el poema a su amada- propuse.

- No creo que sea buena idea- respondió.

- ¿Y en una boda donde el novio se lo diga a su prometida junto con lo votos?-.

- No me gusta- volvió a negar.

Le propuse varias cosas más, pero seguían sin parecer le bien.

- Miriam... No podemos seguir así. Nada te parece bien....¡¿Qué pasa?!- dije frustrada porque no quisiera hacer ningún papel.

- ¡Qué te odio! ¡Qué no quiero hacer ninguna obra contigo! ¡Y menos de amor! ¡Porque no puedo representar eso con alguien a quien odio! Pensaba que iba a poder, pero no es posible, lo hacemos como me habías propuesto. Me voy-dijo recogiendo sus cosas y yéndose de mi habitación.

Me puse a llorar. No sabía cómo habíamos pasado por una discusión de estar siempre juntas a esto, sabía que lo había hecho muy mal, pero no creía que de verdad la fuese a perder para siempre hasta que ha salido por la puerta.

Cada vez estaba agobiando más y me estaba empezando a dar un ataque de ansiedad, por lo que decidí salir a correr para relajarme y poder meditar sobre lo que había pasado.

Al cabo de una hora corriendo, paré a descansar en un banco y me puse a llorar otra vez, pero esta vez no era como las demás, las otras veces pensaba que algún día podría recuperar la, pero esta vez era un llanto de resignación, con el que quería borrar todo rastro de Miriam de mi vida, pues la había perdido para siempre y sólo había conseguido que mi mejor amiga y mi novia me odiase.

De repente, noté como alguien se sentaba a mi lado y me pasaba la mano por la espalda acariciándomela para tranquilizarme.

Miré para saber de quien se trataba y vi que era un anciano a quien no conocía de nada.

- Niña...¿Qué ha sucedido para que una joven llore como si le hubiese ocurrido la peor de las desgracias?- preguntó.

En un principio no iba a responder, pero el señor había sido muy amable y me inspiraba confianza.

- Señor... He cometido una estupidez y con ella he perdido a alguien muy importante para mí. Le grité unas cosas horribles a quien era mi novia y mi mejor amiga cuando ella hacía todo cuanto estaba en su mano para que estuviese bien- contesté entre sollozos.

- Hija... Todo tiene solución en esta vida... ¿Has intentado disculparte?- preguntó.

- Claro, pero no quiere escucharme...- contesté.

- Bueno, a lo mejor no quiere que te disculpes. Me has dicho que ella siempre estaba para ti demostrándote que eras su persona favorita, y creo que con lo que le dijiste, le hiciste ver que no era tan importante para ti como el motivo de la discusión. Intenta estar para ella, demuéstrale que también es tu persona favorita y que te importa tanto como tú a ella- dijo.

- Gracias, gracias gracias, muchísimas gracias por su consejo. Le estaré eternamente agradecida- dije mientras salía corriendo hacia mi casa para así pensar en lo que podía hacer.

Cuando llegué, me di cuenta de que ni siquiera sabía como se llamaba.

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