treinta y siete

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El agua subía cada vez más. Me estaba llegando al cuello, y no podía hacer nada para evitarlo. Estaba atascada. Normalmente, en las pesadillas me agobiaba sabiendo que se acercaba mi muerte, pero en esta era diferente. No sabía el motivo, pero estaba tranquila, la calma reinaba en mi cuerpo. Me sentía en paz. Cuando el agua comenzó a cubrir mi rostro, unos brazos tiraron de mí, y  consiguieron sacarme del asiento. Noté como el agarre era diferente. Normalmente, esos brazos eran gruesos y fuertes, pues eran los de mi padre, pero esta vez eran más delgados, parecían de mujer. Comenzamos a ascender pero el aire que me quedaba no era suficiente para que llegase a la superficie. Cuando se me acabó el aire y todo se comenzó a poner negro, unos labios se unieron a los míos insuflándome el poco aire que le quedaba a mi salvador. En ese momento, me empecé a agobiar, esos labios eran suaves, eran lo de una mujer. Pero lo peor de todo no era eso, lo peor era que podría reconocerlos en cualquier sitio, no eran unos labios cualquiera, eran SUS labios. Eran los labios de Miriam. 

En ese momento, la luz del sol llegó hasta nosotras y pude ver cómo movía los labios "Te amo" dijo en silencio. Vi cómo poco a poco la luz de la vida abandonaba sus ojos. En ese momento, sentí como estrujaban mi corazón. Era una sensación muy diferente a la angustia que sentía cuando tiraba de mi padre. Cuando soñaba con mi padre, tiraba de él hasta la saciedad, no me importaba irme con él al otro lado, pero en cada una de las pesadillas que tenía con él, tenía la esperanza de salvarnos, salvarnos los dos. Pero, con Miriam era distinto, sabía que no tenía el suficiente aire como para tirar de ella y llegar a la superficie. Ni aunque hubiese posibilidades de salvarnos a las dos me arriesgaría lo más mínimo a que muriese. Era impensable.  Así que, volví a juntar nuestros labios y le devolví el aire. Ella me miró horrorizada, pero yo no pude hacer otra cosa que no fuese regalarle mi última sonrisa y hacerle señas para que se salvara. Lo último que vi fue antes de perderme en la oscuridad, fue el hermoso cuerpo de mi novia saliendo a la superficie. Ella estaba viva, y eso era lo único que me importaba. Ella estaba viva. Viva.

Todo se volvió negro. No sabía dónde estaba. Se parecía al espacio donde había permanecido cuando estaba en coma, pero no hacía frío y mi conciencia no me atormentaba una y otra vez. Simplemente estaba sumida en la oscuridad, pero una sensación de tranquilidad inundaba mi cuerpo. De repente una pequeña luz apareció. Me extrañé, pero me puse a mirarla con curiosidad. La luz comenzó a hacerse más grande, y fue tomando la forma de una persona. Mientras tanto, la estancia se fue aclarando, no hasta quedar completamente blanca, pero sí como para distinguir a quien se encontraban a mi lado. No me lo podía creer.

Fui corriendo a abrazarlo.

-¿P-P-Papá?- pregunté mientras me refugiaba en los brazos de mi padre- ¿Eres tú?

-Sí, cariño- dijo mi padre apretándome fuerte contra su pecho. Comencé a llorar sin control.

-Te he echado mucho de menos

-Y yo a ti mi amor.

Nos quedamos un rato abrazados. Necesitaba tanto su contacto.

-Papá, ¿por qué moriste por mí? Tú deberías estar en mi lugar. Estás muerto por mi culpa- dije entre sollozos- Por mi culpa. Si no hubiese ido al viaje, si no hubiese insistido en quedarme más días allí, si no me hubiese quedado atascada, si hubiese tirado más de ti... Si hubiese hecho algo de eso, estarías vivo.

-Ana... Cielo... Escúchame. No puedes seguir así. No puedes seguir echándote la culpa de que me fuese de este mundo. No eres la culpable de mi muerte. Cariño, te amo con toda mi alma. Has sido y eres lo mejor de mi vida. Mi labor siempre ha sido protegerte cariño, cuidar de ti y prepararte para la difícil experiencia de la vida. Siempre que haya algo que yo pueda hacer para que tú estés bien, lo voy a hacer, sin importarme las consecuencias. Si volviésemos a ese momento, todas y cada una de las veces que nos encontráramos en esa situación, lo volvería a hacer sin dudarlo ni tan siquiera un segundo. No tienes culpa de nada. Ana, no estás sola, tienes a tu madre, a tus amigos, a Miriam... Ellos están para ti. Ellos están sufriendo por verte así. Déjales ayudarte.

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