sesenta y siete

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Comencé a sentir cómo acariciaban mi rostro con suavidad y sutileza. Abrí un ojo para ver lo que estaba pasando y me encontré con el rostro de Miriam a unos centímetros del mío.

-Buenos días- susurré medio dormida.

-Buenos días amor- contestó Miriam.

Me llegó un aroma a café que hizo que mi estómagó es estremeciese de anticipación.

-¿Qué huele tan bien?- pregunté aun conociendo la respuesta a la perfección.

-El desayuno que una servidora ha traído para su preciosa dama de ojos chocolate- dijo Miriam mientras continuaba acariciándome el rostro.

-Que afortunada es esa dama de ojos chocolate porque ese café huele de maravilla. Además, no hace falta mencionar la gran belleza que posee su servidora- dije levantando el rostro para darle un beso.

-Uhg, Canaria, te huele el aliento- dijo Miriam apartándose antes de que mis labios pudiesen entrar en contacto con los suyos.

-Pues nada, te quedas sin beso- contesté encogiéndome de hombros haciendo como si fuese la cosa más banal del mundo.

Me terminé de incorporar y cogí la bandeja donde se encontraba mi desayuno, el cual consistía en un café, un zumo de naraja y unas tostadas.

Cogí la taza de café y, antes de que tocase mis labios, Miriam la cogió con suavidad y la volvió a dejar en la bandeja.

-Canaria, dame un beso de buenos días- dijo acercando su rostro al mío.

-Uhg, Leona, te huele el aliento- dije apartándome antes de que sus labios pudiesen entrar en contacto con los míos.

-Mejor así, como nos huele el aliento a las dos, podemos juntarlos y hacer una bomba fétida- dijo Miriam provocándome una carcajada.

-Está bien- dije dándole el tan ansiado beso.

Tras separarnos, continué con mi desayuno.

-Entonces, Canaria, ¿qué te gustaría hacer hoy?- me preguntó Miriam.

-Bueno, me gustaría estar todo el día en la cama abrazada contigo, pero tengo que llamar a la pandilla para poder explicarles cómo ha evolucionado mi enfermedad y contarles que me voy a operar.

-Está bien, puedes llamar a la pandilla después de desayunar y luego podemos hacer lo que quieras- me contestó Miriam.

-¿Sabes? A veces me pongo a pensar en cómo sería mi vida si yo no tuviese esta enfermedad. Me imagino jugando al fútbol en el Triunfo, luchando por ganar la Champions, contra el temido Olympique de Lyon. Me veo vestida de blanco, yendo al altar del brazo de mi madre. Tú estás de espaldas y cuando suena el hipno nupcial te giras y me sonríes. Me sonríes de esa manera única con la que consigues que mi corazón se salte un latido y luego empiece a latir tan rápido que siento que se me va a salir del pecho.

-Yo te imagino a ti llegando al altar y puedo sentir cómo me tiemblan las piernas de los nervios. Estaría ansiosa de tenerte frente a mí y poder cogerte la mano. Poder mirarte a los ojos y perderme en tu mirada. Aunque realmente no sabría cómo serían mis votos, me conocer a la perfección y creo que si he hecho un buen trabajo como prometida ya sabrías de sobra lo que te diría.

-¿Así? ¿Por qué?- pregunté interesada.

-Creo que la finalidad de los votos es hacerte sentir amada, poner voz a la promesa de hacerte sentir así cada día, todos los días. Así que, si realmente son una sorpresa para ti, no creo que debieses casarte conmigo- contestó con aplomo.

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