cuarenta y cinco

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Era el último día del camping. La mañana siguiente volveríamos a Madrid. 

-Canaria despierta, que hay que aprovechar este día- dijo Miriam mientras me llenaba de besos.

-Cinco minutos más...- contesté somnolienta. La noche anterior no había sido precisamente tranquila. No penséis mal. No solo estuvimos haciendo el amor, sino que también nos pasamos gran parte de la noche hablando. Me podría pasar la vida simplemente hablando con ella sin aburrirme ni un solo segundo.

-Venga, que hoy vamos a jugarnos el pescuezo- dijo en broma. Se me había olvidado mencionar que hoy nos tiraríamos en paracaídas.

Después de desayunar nos reunimos con los monitores del paracaídas. 

Era el momento de subirse al avión. Estaba paralizada. No había sido una buena idea.

-Amor, si no quieres subir está bien, pero yo sé que tu puedes con esto y mucho más. ¿Recuerdas por qué querías hacer esto?

-¿Qué por qué quería volver a estar a cinco mil metros del suelo? Porque estaba loca de remate. Miriam... Yo... Estoy cagada. 

-Por eso mismo querías subir a cinco mil metros, porque estabas cagada y querías dejar de estarlo. ¿Sabes? Una de las cosas que más admiro de ti es tu capacidad de enfrentarte a tus miedos, no porque me parezcas valiente, que me lo pareces, sino porque luchas por tu felicidad. Me dijiste que si superabas tu miedo a las alturas en tu alma habría más paz, que te ayudaría a cerrar tus heridas. 

-Ya... Pero... Tengo miedo.

-Yo quiero ayudarte a cerrar tu pasado, a que esos bonitos recuerdos que estaban empezando a surgir tras superar la muerte de tu padre sean más y mejores. Canaria, yo sé que puedes conseguirlo. ¿Confías en mí?

-Con toda mi alma.

-Entonces confía en lo que te voy a decir: por mucho miedo que tengas, recuerda que tú eres más que solo temores, tú eres luz, eres la persona más fuerte que conozco y, por eso, sé que eres capaz de esto y de mucho más.

-Vamos- dije mientras le daba la mano y nos subíamos al avión. 

Era el momento de saltar. Pensaba que iba a estar histérica, que iba a tener aún más miedo que al subirme al avión, sin embargo, estaba tranquila, como si supiese que de ahí solamente podían salir cosas buenas. Miré a Miriam una última vez y finalmente, hice la seña que indicaba que estaba lista para saltar.

Tras varios segundos de agonía por la impresión de caer en picado, logré sobreponerme y empecé a disfrutar de la experiencia. No me lo podía creer, estaba cayendo, cayendo como en todas las pesadillas que estos últimos años habían visitado mi sueño, y estaba feliz. No era la misma sensación, en mis pesadillas sentía angustia y me despertaba llorando, ahora sentía libertad. Sentía que podía comerme el mundo. 

Finalmente llegamos al suelo. Fue un aterrizaje suave, controlado.

Tenía tantas emociones que simplemente me puse a llorar. No encontré otra forma de expresarlas que a través del llanto.

-Amor, ¿estás bien?- preguntó Miriam con preocupación.

-Sí, simplemente estoy feliz. Muchas gracias por esto.

-Ana, no tienes nada que agradecer, solamente he hecho lo que tú harías por mí, apoyarte en los momentos difíciles.

-Te amo- dije antes de besarla.

-Y yo.

Después de esa gran experiencia, regresamos al camping a comer y descansar para estar a tope por la tarde, debíamos aprovechar el último día en la playa.

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