treinta y cuatro

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Me desperté sobre las doce del medio día.

El sol que entraba en la habitación me daba de lleno en los ojos. Unas manos estaban acariciando mi rostro con delicadeza. Abrí los ojos poco a poco y antes de volver a cerrarlos, logré vislumbrar la silueta de mi madre.

-Mmmmm... Hola...- dije incorporándome y pasando mis manos por mis ojos.

-Hola hija, ¿cómo te encuentras?- preguntó con el semblante lleno de preocupación.

-Bien- contesté automáticamente.

-¿De verdad?- insistió

-¡Qué sí! ¡Estoy bien!- dije empezando a alzar la voz.

-Esta bien. Tus amigos están fuera, estaban esperando a que te despertases. ¿Quieres que pasen?

-¡No!- dije rápidamente- No quiero ver a nadie, por favor, sal ahí fuera y di que no quiero ver a nadie, recalcando el NADIE. Ni siquiera a Miriam.

-Pero hija...- intentó que cambiase de opinión.

-¡Mamá! Por favor, déjame en paz. Llama al médico, que quiero que me de el alta y quiero irme.

-Está bien- dijo al ver que no iba a cambiar de opinión.

Salió de la habitación y me dejé caer de nuevo en la cama. 

De repente entró Miriam en la habitación hecha una furia.

-¡¡¿Pero a ti que te pasa?!! Llevamos toda la maldita mañana aquí, esperando a que la niña se levante para verla, ¿y ahora resulta que porque a ella no le da la gana nos vamos a quedar de brazos cruzados? ¡Pues estás muy equivocada! Bonita, lo siento mucho pero te vas a tener que aguantar- dijo enfadada.

-¡¡¿Quién te has creído que eres?!!

-¡Tu novia! Quien se preocupa por ti, quien lleva viniendo a verte todos los días durante estos horribles cuatro meses, quien casi se muere al enterarse del accidente. ¡Quién te ama con todo su corazón!

No quería hacerle daño porque, aunque intentase negarlo, yo también la quería con toda mi alma. Pero eso era algo que no me podía permitir si quería evitar volver a sufrir. No quería volver a pasar por lo mismo si algo le pasaba.

Respiré hondo y me preparé para ejecutar la que con toda seguridad era la decisión más difícil que había tomado en mi vida.

-Pues te equivocas, ya no eres nadie- sus ojos se cristalizaron y se llenaron de lágrimas, lágrimas que habían empezado a caer sin control. No pude seguir manteniéndole la mirada, así que la desvié a la ventana- Ahora, si no te importa, déjame en paz, vete y llévate a los demás. No quiero ver a nadie.

-Ana, si quieres alejarme vas a tener que hacer algo más que cortar conmigo- dijo abrazándome con fuerza- Me da igual si me pones una orden de alejamiento, te juro que voy a seguir contigo pase lo que pase.

Me zafé con fuerza, tanta que la tiré al suelo- ¿Es qué no lo entiendes o es qué estás sorda? ¡No te quiero en mi vida de ninguna de las maneras!¡Ni cómo novia, ni cómo amiga, ni siquiera como conocida! ¡¡No quiero verte más, ni a ti, ni a nadie!!- grité enfadada.

-¡Sólo nos preocupamos por ti!¡Nos preocupamos porque te queremos y nos duele verte mal!

-Yo no os he pedido a ninguno que os preocupéis. 

-¡Vale! Cuando cambies de opinión y te tragues todo ese orgullo que tienes y que no hace más que dañarte, y busques ayuda, yo seguiré como una estúpida aquí, con los brazos abiertos para darte cobijo. ¿Y sabes por qué? Porque te quiero. Pero hasta ese momento, tendrás lo que quieres y no me verás más. ¡Adiós!- exclamó para luego irse pegando un portazo.

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