treinta y tres

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Lo primero que vi fue el rostro de Miriam. No hay palabras para describir lo que reflejaba su semblante ni las emociones que se despertaron en mí. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero tenía la sonrisa más hermosa del universo plasmada en su cara.

-Oh... Dios mío...- dijo abrazándome con fuerza y echándose a llorar en mi pecho.

-Mi amor... - dije con lágrimas en los ojos- Tranquila... Estoy aquí...- dije acariciándole el pelo- Te amo...

-Y yo, no sabes cuanto te he echado de menos...

-Tranquila que no me voy a volver a ir.

Nos quedamos un rato abrazadas, disfrutando del silencio y de la compañía de la otra. Levanté su rostro y comencé a recorrer con mis dedos sus facciones, sus párpados, sus cejas, su nariz, sus mejillas, sus labios... Aquellos que había echado tanto de menos... Sus ojos no tardaron en fijar su mirada en los míos y yo no pude hacer otra cosa que no fuese morderme el mío controlando las enormes ganas que tenía de besarla. Nos fuimos acercando despacio hasta acabar en un beso mágico que me hizo perder la noción del tiempo.

Estaba en las nubes, sabía que en algún momento me tocaría bajar y que lo más probable fuese que lo hiciera de una sola vez, llevándome un gran impacto por la caída, pero en ese momento, lo único que quería hacer era disfrutar de ella. De que estaba viva y de que la había vuelto a ver.

De repente entró Marité en la habitación haciendo que nos separásemos de inmediato.

-Hija, quieres que te traig... ¡Ana! ¡Has despertado!¡No sabes cuánto me alegro!- exclamó emocionada, para posteriormente abrazarme fuertemente- Ya verás cuando llame a tu madre, seguro que está aquí en un periquete.

Al cabo de un tiempo salió de la habitación en busca de un médico y al poco rato regresó con él.

-Por favor, ¿podrían salir de la habitación mientras realizo el examen físico?

-Está bien, Ana esperamos fuera- contestó Marité.

-Pero...- dijimos Miriam y yo a la vez.

-¿Podría quedarse Miriam por favor?- dije con una mirada suplicante.

-No, lo siento pero no va a ser posible- respondió él con firmeza.

-Esta bien- contestamos con resignación.

A continuación, Miriam y Marité salieron de la habitación.

-Bueno, ¿qué tal estás?- preguntó él mientras comenzaba a tomarme las constantes.

-Bien, aunque me duele un poco la cabeza.

-Tranquila, es normal. Tus constantes están bien. Voy a hacerte unas preguntas para ver si está todo correcto. ¿Cómo te llamas?

-Ana Alicia Guerra Morales.

-¿Cuántos años tienes?

-Diecisiete.

-¿Conoces a las dos chicas que estaban antes en la habitación?

-Sí, son Miriam Rodriguez Gallego y Marité Gallego, mi novia y su madre.

-¿Sabes dónde estás?

-Sí, en un hospital.

-¿Sabes qué ha pasado?

-Sí, he estado en coma.

-¿Recuerdas el por qué?

En ese momento, llegó el tan esperado golpe de realidad que me bajó de las nubes al suelo tan rápido que ni siquiera me había dado tiempo a pestañear, y no digamos ya a prepararme para el impacto.

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