treinta y seis

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Diciembre había pasado de un modo extraño. Me había centrado en los estudios y en el fútbol y, aunque pudiese parecer algo extraño, me alegraba de que mi vida social fuera del instituto y del campo fuese nula. En los ratos libres, solía jugar con Thor, leer, jugar con el móvil... Hacía cualquier actividad que no supusiese ver a nadie tanto en persona como en pantalla.

Echaba muchísimo de menos a papá, pero también a la abuela. Ella siempre se había preocupado por mí, me había ayudado con la salida del armario con papá, iba a verme a los partidos, me había consentido... En fin, había estado para mí todas y cada una de las veces que la necesitaba.

Había conseguido ponerme al día en clase, aunque al principio me costase concentrarme pues constantemente me asaltaban pensamientos y recuerdos de aquel fatídico viaje, después de un tiempo había conseguido ignorarlos si me concentraba mucho. 

En cuanto al fútbol, había conseguido ponerme en forma y recuperar la técnica perdida, de hecho, continuaba quedándome después de los entrenamientos para mejorar aún más. El fútbol era una forma de liberación, cuando jugaba conseguía mantener mi mente centrada en la pelota y conseguía calmar un poco el tormento que los recuerdos suponían a mi alma.

Además, poco a poco había conseguido mis objetivos de alejarme de la gente, de vez en cuando sentía que alguien me miraba pero me limitaba a ignorarles. Pero con Miriam todo era diferente, fuera del campo lograba dejarla en un segundo plano pero dentro... En esos momentos odiaba la complicidad que teníamos en el juego, cada vez que tocaba un balón enviado por ella, me invadía una ola de amor y seguridad. Supongo que estábamos conectadas. Pero yo necesitaba cortar toda conexión con ella, por lo que intentaba ignorar los sentimientos que despertaba en mí. Pero, aunque por fuera me mostraba fría, ignoraba todas y cada una de las miradas que me dirigía, y cortaba cualquier intento de conversación con ella, por dentro sentía el abrigo de su amor y era incapaz de evitarlo.

Pero había algo con lo que no había contado, y que no podía seguir ignorando. Todas y cada una de las noches tenía la misma pesadilla, todas y cada una de las noches me levantaba sobresaltada con la espalda llena de sudor frío, una y otra vez se repetía la muerte de mi padre y yo siempre me quedaba impotente mirando como la oscuridad engullía su cuerpo inerte. Y por el día la cosa no iba mucho mejor, constantemente me asaltaban sus recuerdos, cada vez que entraba en una estancia de la casa, cada vez que salía a la calle y veía una familia, cada vez que pasaba por el parque al que solíamos ir de pequeños a jugar al fútbol, cada vez que veía el quiosco donde solía comprar el periódico. Estudiar y jugar al fútbol se habían convertido en mi salvación, pues era en los únicos momentos en los que podía controlar de manera casi efectiva los recuerdos, ya que mi mente estaba muy concentrada en otra cosa que no fuese el accidente o cualquier cosa o persona relacionada con ello.

Era el primer día de vacaciones, me encontraba desayunando con mi madre en la cocina. Con ella tampoco solía tener mucho contacto, pero necesitaba hablar con ella sobre una posibilidad que me había estado rondando durante este mes.

-Y, bueno, hija, ¿de qué querías hablar?

-Me gustaría irme a vivir contigo a Canarias.

-¿Y eso por qué?

-Por nada.

-Ana, yo por mí puedes vivir conmigo sin ningún problema, pero necesito que me digas el por qué de esta decisión.

-A ver... No aguanto estar en esta casa. En este barrio. En esta ciudad. En casa, los recuerdos de papá me vienen constantemente a la cabeza, y en la calle no es mucho mejor. Todas las noches tengo pesadillas donde se repite una y otra vez el accidente. Así, es imposible que lo supere, estoy todo el put... santo día pensando en ello.

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